Concluye el año 2019, oportunidad propicia para en primer término, dar gracias a Dios por la salud y la vida con que nos ha bendecido. Pero aparte de eso, tan importante, hay razones para hacer un balance poco alentador de nuestra desveladora América Latina y del entorno internacional.
En Venezuela, el año comenzó lleno de esperanzas. Juan Guaidó, al asumir como presidente encargado, entusiasmó al país y al mundo sobre la perspectiva de un cambio político, y logró sacudir a la gente del abatimiento y desmovilización, haciéndose de nuevo presente en las calles. Cerca de 60 países reconocieron al gobierno de transición, y otros como Estados Unidos, el Grupo de Lima, la Unión Europea o el TIAR, o aplicaron sanciones al régimen opresor de Maduro, presionando con determinación por elecciones limpias y con garantías.
Los meses del año fueron transcurriendo sin que se lograra el objetivo anhelado, pues no obstante el rechazo popular mayoritario a Maduro y la solidaridad internacional alcanzada, el régimen se mantiene en el poder apoyado por las fuerzas más oscuras y antidemocráticas del mundo. Ha sido compleja la lucha por la libertad y el restablecimiento del Estado de Derecho, en un país subyugado por un gobierno que se niega tozudamente a la alternabilidad democrática y al cambio. La situación es de gran complejidad, por cuanto en el escenario venezolano confluyen intereses geopolíticos y económicos vitales para ideologías radicales, el narcotráfico y la minería ilegal. En Venezuela hacen presencia Cuba, dueña como ha sido del país, Rusia, China, Irán, Turquía, el mundo islámico, el Foro de Sao Paulo, el crimen organizado, y la guerrilla colombiana, la cual opera a sus anchas, amparada por el régimen gobernante. Menudo cóctel de manos colocadas en el apetecido plato venezolano.
Por su parte, el gobierno de Maduro ha impulsado la desarticulación de la Asamblea Nacional legítima, mediante la persecución de sus integrantes o la compra de conciencias, sumada a las fisuras existentes en el Tribunal Supremo de Justicia en el exilio, y la aparición de una facción opositora partidaria del diálogo con un régimen eminentemente engañoso. Ello explica la fragmentación existente, amén de las discrepancias generadas por las denuncias de corrupción, y las secuelas dejadas por la controversial separación del Embajador Humberto Calderón Berti de las funciones de representación de la transición en Colombia. Se ha dado así una vez más oxígeno a la tiranía, alejando las perspectivas de cambio en el corto plazo.
En el resto de la región, el panorama no es menos preocupante. El nuevo presidente de Argentina Alberto Fernández se alineó en forma inmediata con las corrientes prosocialistas, dio refugio a Evo Morales y se ha reunido con cuestionados ex mandatarios en apoyo al Grupo de Puebla y a los planes trazados en la última reunión del Foro de Sao Paulo, celebrada en julio pasado en Caracas. En México el presidente López Obrador (AMLO), se rinde ante el narcotráfico y la violencia, y Chile, Ecuador y Colombia han vivido planes de agitación social con un patrón común, emocional y vandálico, que no es casual. Casi dos meses de destrucción en Chile han causado pérdidas y daños inconmesurables, que colocan a ese hermano país al borde de la recesión, amén de la devaluación de la moneda y el derrumbe de la Bolsa de Valores de Santiago. Confiamos que en Colombia, el Presidente Duque logre ampliar su base de apoyo político de su gobierno, y profundizar la agenda social dentro de las sanas capacidades del Estado, y sin permitir que el extremismo lo empuje hacia los acantilados borrascosos del caos, el chantaje o la demagogia.
A nivel mundial, las principales preocupaciones giran en torno a la arremetida de las redes del narcotráfico y el crimen organizado, y en lo económico, a los efectos que provoca sobre la economía mundial la guerra comercial y tecnológica entre EEUU y China. Es perceptible el distanciamiento entre países de occidente –EEUU y Europa- y entre Estados Unidos y China, a raíz de lo cual EEUU va cediendo espacios y liderazgo en el planeta, bajo el singular estilo de conducción de las relaciones internacionales por parte del Presidente Trump, y el riesgo de que se conduzca al mundo, si no hay acuerdo, a una recesión de consecuencias impredecibles. De hecho, el año que concluye muestra cifras alarmantes de desaceleración: 1,7% de crecimiento promedio en las economías avanzadas; 3,9% en las emergentes (incluida China e India), y tan solo 0,2% en América Latina y el Caribe.
Hay además que resaltar los ataques sistemáticos de que es objeto la debilitada democracia mundial, con consecuencias que hacen cada vez más difícil la gobernabilidad de las naciones. De una parte, avanza el ultranacionalismo xenófobo y euroescéptico en Polonia, Hungría, Eslovaquia, Chequia, Austria, y en menor medida en Francia, Italia, España y Alemania. De otro lado, vemos los eslóganes comunes entre las manifestaciones en América Latina y las de Barcelona o París, y las evidencias sobre la injerencia de los regímenes cubano y venezolano en las revueltas en países como de Colombia, Chile Perú y Bolivia, donde se ha comprobado la presencia de agentes foráneos en ataques vandálicos recientes. Y finalmente, el giro de EEUU y el Reino Unido, paladines históricos del liberalismo económico hacia el neoproteccionismo y el nacionalismo, como otra muestra de las paradojas del mundo actual, mientras China enarbola la bandera del multilateralismo, del libre comercio, y fortalece su influencia en el mundo en desarrollo.
El año 2020 será crucial en la definición de si Venezuela logrará o no el cambio político anhelado, convertida como está en una amenaza para la estabilidad política de la región. El país desea vivamente que Guaidó se deslastre de cualquier colaborador tóxico, y que afiance el liderazgo para el logro del cese de la usurpación y la celebración de elecciones libres, mientras Maduro contraataca aumentando los contingentes de milicia y paramilitares, en un país que se vacía, y se encuentra anarquizado y en bancarrota. Para Colombia, el que el gobierno del Presidente Duque conceda prioridad al tema venezolano tiene todo sentido. No solo por la diáspora de ciudadanos que buscan en Colombia una nueva vida, sino por razones de seguridad nacional, ya que en el territorio venezolano se albergan terroristas, narcotraficantes y enemigos de la democracia. Quiérase o no, el destino de Colombia está atado indefectiblemente a lo que ocurra en Venezuela, incluyendo la futura recuperación de una relación más armónica, y del otrora fructífero intercambio bilateral.
La estrategia que en Colombia sigue la izquierda radical, junto a muchos jóvenes desorientados políticamente pero emocionalmente encendidos a través de las redes sociales, busca imponer en la calle, una agenda de muy difícil implementación. Empero, hay que afinar el oído sobre las frustraciones y aspiraciones sociales justificadas, sin perder de vista que el Socialismo del Siglo XXI sigue teniendo como objetivo estratégico la construcción de una Gran Colombia revolucionaria, en la cual Colombia es pieza clave, y extender las llamas a países emblemáticos como Chile, cuyo gobernante entregó muchas banderas sin haber conjurado una violencia sin precedentes históricos.
Hagamos votos por que el año 2020 traiga paz a la región, de la mano de cambios que privilegien la lucha contra la corrupción, el fortalecimiento de las instituciones y la lucha contra el narcotráfico, junto a la búsqueda del mayor nivel de equidad y bienestar posible, sin retrocesos, populismos ni barbarie. Los mejores deseos por una Feliz Navidad y Año Nuevo para los amables lectores.
“Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios”