En Venezuela el horror no desaparece. Tal vez, desde afuera, podrá parecer un paraíso, pero no lo es. Confundir unos bodegones o pequeños mercados muy bien surtidos con prosperidad es absurdo y obsceno para el común, que muere literalmente de hambre cada segundo que el socialesclavismo permanece en el poder.
El 2020 va a ser muy duro para una población que no tiene a donde ir. Desde EE.UU. a Australia nos espera un limbo migratorio, en el mejor de los casos, o una cruel deportación, que incluye anulación de la visa con castigo de hasta veinte años y un boleto de vuelta al infierno comunista. Mientras tanto, los bolichicos chavistas y opositores hacen mofa del lavado de letrinas que la mayoría de los que emigran realiza para enviar recursos, que apenas alcanzan para alimentar a quienes optaron por quedarse.
La burla empeora cuando todo se agrava y comienza “la investigación y los interrogatorios a ciegas”, solo porque has enviado o recibido muchas remesas de $50. En tanto, algunos bolichicos transitan con millones de dólares a la vista de las autoridades. La realidad supera la ficción. Peor es el tema cuando un bolichico llega a hospedarse en unos de los hoteles o sitios de recreación y su lavaletrina es un coterráneo. La humillación y la infamia se unen en momentos sin comparación.
Aun así se nos pide que “sigamos” un proyecto que no busca sacar o erradicar el cáncer, pues se propone cohabitar con él y aprovecharse del sufrimiento de los conciudadanos. Los bolichicos siguen su escarnio con mayor sarcasmo, financiando a los suyos y a los opositores. El costo opositor pasa por ir a Washington D.C. a pedir que les sean levantadas las sanciones a los bolichicos socialesclavistas. En efecto, van a solicitarle a una autoridad autodidacta en patriotismo que les dé clases de moral. Allí todo se suspende hasta hacer control de daños y, en consecuencia, se esfuman las esperanzas de los venezolanos hasta más allá del 2020.
Por Bladimir Díaz Borges
@bladimirdiaz