Miles de australianos que tuvieron que dejar sus casas por los incendios se encuentran atrapados en campamentos improvisados en campos de golf o playas, convirtiéndose así en refugiados en su propio país.
En campos de golf, terrenos de críquet o zonas de juego –cualquier espacio donde haya pocos árboles–, los australianos se hacinan para resguardarse de estos violentos fuegos.
Es el caso del Catalina Country Club en Batemans Bay, en Nueva Gales del Sur, donde caravanas, autos todoterreno, ‘pick-ups’ y tiendas de campaña comparten el espacio.
El restaurante de este club de golf se ha convertido en un centro de evacuación.
En lugar de unos golfistas que se toman una cerveza al final de una plácida jornada de verano, este espacio acoge ahora a un grupo de mujeres mayores que juegan a las cartas y beben té.
Pilas de comida, ropa y agua, procedentes de donaciones, se acumulan en los rincones.
Algunos de los recién llegados comentan irónicos que son como refugiados.
Pero en un país que está acostumbrado a los incendios forestales y que dice orgulloso que resiste a las condiciones extremas, estas últimas semanas han sido brutales.
Los gigantescos fuegos han oscurecido el cielo y ciudades enteras se han visto recubiertas por capas de asfixiante humo. Las espesas nubes incluso han alcanzado a zonas de las vecinas Nueva Zelanda y Nueva Caledonia.
Las imágenes de familias metiéndose en el mar para ponerse a salvo causaron conmoción.
Para muchos, el futuro es incierto. No saben si sus casas siguen en pie, cuándo podrán regresar y, sobre todo, cuándo se acabará esta hecatombe, con todo lo que queda de verano.
Narelle Coady, de 54 años, se refugió en la playa de Batemans Bay el sábado, cuando su casa se vio amenazada por las llamas por segunda vez en cinco días.
“Aguantamos el martes pero daba mucho miedo”, explica a la AFP.
“Estaba muy mal, no se podía respirar. No había oxígeno. Fue horrible”, cuenta esta mujer. “Fue la primera y la última vez”.
La propietaria de un motel en Batemans Bay, Justine Donald, de 40 años, decidió dejar su casa en Nochevieja. Aquello parecía “el final del mundo”, recuerda.
“La ciudad quedó a oscuras”, dice. “Todo estaba negro, naranja y [el aire era] tan denso que no se podía respirar. Pensabas que ibas a ahogarte”.
“Tuve tanto miedo por mi vida que ahora ni pienso en las pertenencias”.
“Es aterrador”, dice, entre lágrimas. “Lo más importante para mí es estar viva y que todos estemos a salvo”.
“Si esto vuelve a pasar, voy a necesitar un buena botella de vino y me quedaré dentro con toallas bajo de las puertas porque no voy a salir ahí fuera otra vez”.
Mick Cummins, de 57 años, también dejó su casa en Nochevieja, cuando los incendios devoraban la costa este.
“Un fuego infernal llegó de la colina”, explica. “Estábamos ahí sentados y veíamos una explosión tras otra. El club de bolos ardió, las casas de la calle ardieron”.
Recuerda que los incendios de 1994 fueron devastadores pero, comparados con los de este año, fueron “solo una barbacoa”, dice.
“Nos quedaremos aquí hasta que podamos volver a casa”, señala su mujer Ulla. “Están diciendo que probablemente no tendremos electricidad hasta la próxima semana. Y sin electricidad, no tenemos teléfono. Estamos atrapados”.
El sábado, las autoridades advirtieron que en Sídney, la mayor ciudad del país, podría haber problemas en el suministro de electricidad, y pidieron a los habitantes reducir el consumo eléctrico.
AFP