Harry y Meghan están a punto de lograr lo que querían: separarse de la realeza británica. Las últimas semanas han sido tensas, y continuarán siéndolo un tiempo más, pero la reina Isabel II ya comunicó que los apoyará… A regañadientes, la monarca comunicó oficialmente que respeta la decisión de su nieto, aunque también quedó claro que mucho no la comparte.
Por infobae.com
El “Megxit”, como llama la prensa británica a la independencia financiera de la pareja es una nueva crisis que amenaza con empañar la imagen de la familia real, que vivió un difícil año 2019, entre un accidente automovilístico y los problemas de salud del esposo de la reina, el príncipe Felipe, de 98 años, y la retirada del príncipe Andrés de todos los cargos públicos por sus vínculos con el fallecido pederasta estadounidense Jeffrey Epstein.
Pero el camino no solo será arduo para la familia real en general, sino que un error del Príncipe Harry amenaza con dificultar esa tan ansiada independencia financiera para él, su esposa y el pequeño Archie.
Según reveló El Confidencial, los duques, o más concretamente sus asesores, olvidaron registrar su marca, con la que pretenden comercializar todo tipo de productos, fuera de Reino Unido.
En junio de 2019 registraron dos nombres, “Sussex Royal” y la de la fundación “Sussex Royal The Foundation of The Duke and Duchess of Sussex”. Solicitaron su explotación comercial en seis categorías distintas que engloban 100 productos, desde calcetines a bolígrafos pasando por derechos editoriales e impresos. Sin embargo, detalla el periódico, olvidaron hacer lo propio en el resto de mercados potenciales, principalmente Europa y Norteamérica. “Una marca registrada en un país dispone de seis meses de protección para que su titular pueda deliberar a qué otros territorios quiere extenderla y así no tener que hacerlo de golpe en todos los países, con el coste y papeleo que eso implica. Pero esos seis meses ya han pasado y varios particulares avispados se les adelantaron”, detalla.
Lo más extraño de este error de principiantes es que Harry y Meghan pretenden pasar gran parte del año fuera del Reino Unido, entre Canadá y EEUU.
De hecho, un empresario residente en Italia, Ui Phoenix Kerbl, ya registró la marca de los duques en la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO). “El empresario, aparentemente un diseñador residente en Bolzano, quiere explotar ese nombre en artículos de tocador, joyería, bolsos y carteras, artículos deportivos, juegos y juguetes, refrescos y bebidas alcohólicas. La EUIPO recibió la solicitud de registro el 9 de enero”, detalla el medio.
Pero el italiano no es el único que se les adelantó. Días más tarde, el 12 de enero, la firma Royalmount Spirits, tramitó ante las autoridades de Canadá la propiedad de la firma “Sussex Royal” para un paquete de productos muy similiar: refrescos y bebidas alcohólicas, gorras y artículo deportivos y prendas de vestir, como sudaderas y camisetas.
Joel Fogelson solicitó lo mismo ante las autoridades de Estados Unidos para la explotación de “Sussex Royal” en el segmento de las telecomunicaciones.
Así, el error de principiante de los duques pone en peligro un negocio valuado potencialmente en unos USD 450 millones. La cifra estimada incluye los derechos de explotación de su imagen.
Dentro de un mes, la la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea aprobará la solicitud presentada por el italiano y se abrirá un periodo de alegaciones en el que presumiblemente los duques de Sussex presentarán un recurso. El contencioso puede terminar fácilmente en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea
Una pareja moderna, incómoda con la etiqueta y la presión
Él era un playboy desenfrenado que sentó cabeza. Ella, una relajada actriz californiana que debió adaptar su estilo cuando se convirtió en duquesa. Harry y Meghan se mostraron desde su boda incómodos con las obligaciones impuestas a la familia real británica.
Gracias a su imagen de modernidad, desenfado y compromiso con causas sociales, la joven pareja logró, desde su boda en 2018, una enorme popularidad: abrieron una cuenta Instagram el 2 de abril y en menos de seis horas alcanzaron el millón de seguidores, batiendo un récord mundial.
Pero en los últimos meses expresaron cada vez que pudieron su incomodidad con el estricto estilo de vida impuesto a los miembros de la realeza británica, escrutados con lupa por una prensa sensacionalista a menudo despiadada con unos jóvenes que rompieron los moldes tradicionales.
“A ambos nos apasiona el querer cambiar las cosas para mejor”, afirmó recientemente el príncipe, que antes de sentar cabeza era conocido como el miembro más disipado y problemático de la familia real. Muchos guardan todavía en la memoria la imagen del adolescente con aire perdido que caminaba junto a su hermano William siguiendo el féretro de su madre, la princesa Diana, por las calles de Londres en 1997.
Cuando nació Harry, el 15 de septiembre de 1984, era tercero en el orden sucesorio, una posición que exigía un comportamiento ejemplar. Sin embargo, el enérgico pelirrojo confesó a los 17 años haber fumado cannabis y su afición por las fiestas regadas de alcohol lo convirtió en una de las personalidades favoritas de la prensa sensacionalista.
Los tabloides publicaron innumerables fotos del joven príncipe, frecuentemente a la salida de bares y discotecas y en compañía de bellas jóvenes aristócratas, o de la que fue su novia en diferentes períodos, la zimbabuense Chelsy Davy.
En 2005 cometió un grave error al aparecer en una fiesta de disfraces vestido de oficial nazi. Tras aquel escándalo, este gran deportista, apasionado por el rugby, entró en la prestigiosa academia real militar de Sandhurst. En 2008, tras una indiscreción de la prensa, se supo que se encontraba en misión en Afganistán, por lo que todo el país le acompañó en su decepción cuando tuvo que ser repatriado de urgencia por motivos de seguridad.
Y a partir de ahí empezó a cosechar éxitos mediáticos como cuando fue testigo de honor en la boda de su hermano en 2011, o cuando un año después presidió la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres.
Pero lo que pareció transformarlo definitivamente fue conocer en 2016 a la actriz Meghan Markle.
Hija de Thomas Markle, un director de iluminación de televisión que ganó un Emmy por su trabajo en la serie “Hospital General”, y de Doria Ragland, asistente social y profesora de yoga, Meghan nació el 4 de agosto de 1981 en Los Ángeles. Por parte de madre, desciende de los esclavos negros de las plantaciones de algodón de Georgia, en el sur de Estados Unidos. Por parte de padre, es descendiente del rey Roberto I de Escocia, que reinó entre 1306 y 1329. Sus padres se separaron cuando ella tenía dos años y se divorciaron cinco más tarde.
Markle se graduó en teatro y relaciones internacionales en la Northwestern University, cerca de Chicago, tras lo cual pasó seis semanas haciendo prácticas en la embajada estadounidense en Argentina.
La actriz alcanzó la fama gracias a la televisión, trabajando en la serie “Suits”, sobre un bufete de abogados de Nueva York. Y antes de contraer matrimonio con Harry estuvo casada con el productor Trevor Engelson, del que se divorció al cabo de dos años.
Viejos amigos la han acusado de haberlos dejado de lado a medida que iba progresando en la vida, y sus dos hermanastros, que no fueron invitados a la boda, le lanzaron críticas feroces, sugiriendo que se avergonzaba de ellos. Su padre, que tampoco asistió a la ceremonia, acaparó las portadas de todo el mundo tras prestarse a escenificar unas fotos para unos paparazzi.
Desde que se convirtió en duquesa de Sussex, Meghan, que cultivaba un estilo informal californiano de shorts y sandalias, tuvo que acostumbrarse a las reglas de vestir de la monarquía británica: medias de color carne o neutro, esmaltes de uñas discretos y vestidos por debajo de la rodilla.