Apenas fue informado por sus sabuesos de Bogotá de que el hombre andaba por la ciudad en dirección al Palacio de Nariño donde sería recibido con honores de Jefe de Estado, el instinto de sobrevivencia, llamado culillo en las barriadas caraqueñas, hizo presa de su obesa humanidad.
Sus fuerzas sólo alcanzaron para desde la genuflexión pedirle a Trump, vía Washington Post, que deseaba con él una negociación “ganar ganar”. La inmediata respuesta, vía John Bolton, de que lo único a negociar con él “es lo que quiere para almorzar en el avión que le llevará al exilio permanente en Cuba o Rusia. Viva Venezuela libre”, ha debido acelerar su descontrol estomacal.
La asistencia de Guaidó a la Cumbre Antiterrorista de la capital colombiana, con presencia de 18 países latinoamericanos en calidad de participantes y 4 como observadores, incluidos Israel, México y Uruguay, no era una buena noticia para calmar sus destrozados nervios después de todo lo sobrevenido a partir del 5 de enero.
El nerviosismo lo verifican la desesperada oficialización de la incorporación del embajador de Cuba a su consejo de ministros a exigencia de Fidel desde el más allá y de Raúl desde el más acá, la cobarde detención del diputado Ismael León y la nueva telenovela de Jorge Rodríguez con el allanamiento de oficinas de Juan Guaidó en la Torre Zúrich de El Rosal.
Con sus torpes acciones que denotan falta de brújula y serios conflictos internos, al igual que su galáctico creador, Nicolás Maduro nos recuerda a la estrofa de la famosa guaracha cubana “Chacumbele”. Sin que lo empujaran, se paró sobre tierra movediza y el lodo le llega al cuello.