Ütopya, por Ángel Lombardi

Ütopya, por Ángel Lombardi

La gran ilusión de la modernidad, el gran mito. Desde que Tomás Moro publicó su libro U-TOPIA (lugar de ninguna parte) la humanidad se “enamoró” del concepto y de allí derivó la idea de progreso sustentada en la exclusiva razón a través de la tecno-ciencia. Y “seréis como dioses” y nos lo creímos, como proyección y desarrollo del antiguo mito de Prometeo que roba el fuego sagrado a los dioses. Y el posterior “espíritu-fáustico” cuando Fausto se atreve a convocar todas “las potencias” donde todo está permitido y no hay límite. Es el viejo principio del “hombre medida de todas las cosas” que permitió pensar que había advenido el súper-hombre (Nietzsche) y que Dios ya no era necesario. El hombre-nuevo, la sociedad-perfecta se tradujo en la aspiración a la felicidad, de todos, en todo y siempre.

La idea-concepto de UTOPÍA tiene una larga tradición en la historia del pensamiento, particularmente en el idealismo-filosófico, a partir del propio Platón y su República que según Popper inicia o proyecta las primeras ideas, sobre lo que posteriormente se denominó estatismo. Inclusive como una proto-historia del totalitarismo.

San Agustín, con su idea, de la Ciudad de Dios plantea una problemática de perfectibilidad inmanente como reflejo o sombra de un orden-divino. Mucho menos conocida es la Ciudad del Sol de Campanella. Y la más célebre y que da nombre a este tipo de literatura, es el libro UTOPIA de Tomás Moro, que marca el género como una visión o anhelo de una sociedad terrenal, proyectada “a mejor” y que nutre abundantemente la filosofía de la Ilustración con sus ideas de progreso y felicidad. Más adelante se agrega la palabra “revolución”, como medio para marcar un rumbo y acelerar-la-historia (revolución-industrial, revolución-técnica, revolución-burguesa, revolución-proletaria y las multiplicadas revoluciones políticas, de todo signo e ismos. Sólo en Venezuela, la crónica política habla de más de diez.
Pero a nivel de la llamada historia-universal, las más publicitadas y de influencia importante han sido, la Revolución Francesa de 1789 y la Revolución Rusa de 1917. Por un proceso manipulado y reduccionista de la izquierda marxista mundial, bajo la batuta de la Unión Soviética (URSS) y las diversas Internacionales Comunistas, la revolución-bolchevique se convierte en paradigmática y modelo casi único. En este sentido el marxismo y el comunismo, a pesar de su materialismo, también entroncan con la tradición del
Idealismo-filosófico del pensamiento utopista. Marx transmuta la milenaria tradición religiosa, mesiánica judía, en un mesías colectivo, el proletariado, “destinado” a liberarse y liberar a toda la humanidad, y crear la sociedad-nueva: justa, fraterna, comunitaria, libre, entre-iguales (el hombre-nuevo) para una nueva-tierra y un nuevo cielo, pero en la tierra, para que todos sean felices. “Felicidad para todos” era una de las consignas más repetidas en los países comunistas, con la consigna de la Paz y la Sociedad-sin-Clases.





Un siglo después, este sigue siendo el “gancho” fundamental del socialismo no democrático (social-comunismo y derivados, para contrastarlo con la social-democracia). A pesar de Stalin, el GULAG, Pol-Pot, el terrorismo-maoista, la fantasía tropical de Castro y millones de personas asesinadas, torturadas, desaparecidas, encarceladas, exiliadas y muchas naciones secuestradas y arruinadas, a pesar de todo ello, hay quienes todavía CREEN. Y la razón principal, a mi juicio, aparte de la ignorancia y el resentimiento (Kant diría “en minoridad”), la razón básica sería el pensamiento-mágico, no-racional, y la necesidad escapista y utópica de un “mundo mejor”. El comunismo, disfrazado de socialismo (en términos conceptuales, no es lo mismo, aunque tengan origen común o parecido) se ha mantenido en cuanto religión-laica, en un mundo, descreído y supersticioso y el marxismo-leninismo fue una de las respuestas históricas a una realidad llena de problemas en busca de “salidas”. Y si son mágicas, mejor. Si Marx fue mesiánico, Lenin fue un político formado y práctico, de allí la necesidad de una “vanguardia” operativa, el PARTIDO, una élite de revolucionarios a tiempo completo, formados, organizados, cohesionados (un ejército, una milicia, con una dirección central, el famoso POLT-BURO) y con Stalin, un líder único, infalible, eterno, galáctico y en cada revolución, el mismo, con nombre diverso.

El marxismo es un hegelianismo de izquierda como fascismo y nazismo pueden ser considerados como hegelianismo de derecha (términos que uso por comodidad: izquierda y derecha, a mi juicio, en desuso progresivo) pero su persistencia, es porque para muchos es una ilusión de utopía.