En el mundo católico y de habla hispana -no discutamos del musulmán donde es aún peor- la mujer ha sido la parte más sacrificada de la familia, sean adinerados o de pocos recursos. A lo largo de la historia, hasta el primer tercio del siglo XX, las mujeres han sido objeto de transacciones, se comprometían con dotes que iban desde tesoros hasta cerdos flacos, para pactar alianzas entre familias de muy alto o bajo nivel.
Por Armando Martini
A nuevas ideas en Inglaterra, Francia y Estados Unidos desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, que las mujeres empezaron a levantar cabeza, lanzándose a luchas por sus haberes, trato igualitario, y hasta por derechos tan elementales como ser votos válidos en elecciones de países que se decían democráticos, pero que no les permitían tener retribuciones políticas.
La ignominia marxista algo más permeable al tema, al menos en occidente, aunque habría que preguntarse cuántas mujeres comunistas ascendieron de luchadoras en las calles, a dirigentes, ministras o jefas de Estado. Ha sido la democracia que les otorga acceso en altos campos de acción. Así hoy tenemos a Ángela Merkel, líder real de la avanzada Alemania, o aquella dura y popular inglesa que tenía, como alguien expresara, “cojones de torero”, le partió el espinazo al sindicato más poderoso y exigente de la Commonwealth, el del carbón; para después sorprender a los tiranos militares que inventaron la guerra por las Malvinas pensando en disimular su fracaso con el espíritu patriótico de los argentinos, creyeron que “aquella mujer” jamás pelearía por islotes tan remotos, pero la Thatcher, sin parpadear, envió una flota a cruzar el océano -incluyendo a uno de los príncipes herederos como piloto de un helicóptero naval- y los derrotó después que los aviadores argentinos, héroes con equipos desfasados, hundieron un crucero inglés. El fracaso fue tan aplastante, que arrastró al generalato, derrotados por su torpeza, crisis económica, y voluntad irrompible de aquella gran mujer.
En América Latina hemos tenido presidentas -sin juzgar sus actuaciones- como Cristina Fernández viuda de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil heredera de Lula Da Silva, Michelle Bachelet socialista demócrata dos veces Presidente de Chile y hoy la defensora mundial de los derechos humanos. Antes, Lidia Gueiler Tejada en Bolivia, Violeta Chamarro en Nicaragua, que dejó fuera de sitio al petulante guerrillerismo de los Ortega, la panameña Mireya Moscoso, la excepcional Laura Chinchilla, primera mujer Presidente en Costa Rica, activa y referencia de la democracia latinoamericana, opositora frontal al castrismo caribeño y a la tiranía castro-madurista venezolana. En los Estados Unidos Hillary Clinton estuvo cerca de convertirse en la primera mujer Presidente.
Pero en el mundo subsiste la otra cara de las mujeres, explotadas por mafias inmisericordes y traficantes abyectos, obligadas a ejercer la prostitución, tráfico y consumo de drogas esclavizadas por descarados sinvergüenzas que no las dejan escapar hasta que estén destruidas moralmente, arruinadas físicamente y no ya sirvan para sus propósitos depravados e inconfesables.
Aumentar esa patética masa de mujeres utilizadas, violadas en su dignidad, decoro y pundonor es una consecuencia de la forzosa migración venezolana provocada por los errores, incongruencias y crueldades del régimen que sólo ha logrado después de veinte años, ser empleado obediente de las órdenes estúpidas provenientes de La Habana castrista, dejando de lado sus propias convicciones –que continúan promocionando en las cada día menos interesantes, fastidiosas e impopulares cadenas abusivas, obligatorias de radio y televisión-, sobre la moneda nacional y la producción. En vez de igualdad para todos, el socialismo castro-madurista genera hambre, afrenta y desigualdad, sustituye a una aristocracia en parte formada por emprendedores, por un señorío de estirpe cívico-militar de ladrones, mafiosos, traficantes de drogas, bandidos del tesoro público, oro y cuanto puedan expoliar, al mismo tiempo, han hundido aún más a los pobres en la incapacidad, exigencia de subordinación ciega, creciente dependencia de bonos y cajas de alimentos negociados con grandes ganancias para los integrantes del régimen, sus socios cooperantes y los siempre convivientes convenientes.
Mientras cada día bebés, niños y mayores mueren de desnutrición, falta de insumos y tratamientos médicos, mujeres y hombres de todos los niveles socio-económico huyen despavoridos del país hacia miserias con más posibilidades de rehacer sus vidas; muchas venezolanas jóvenes y hasta menores de edad, desesperadas, ingenuas, caen en la distribución y venta de narcóticos; además de las garras de los tratantes del sexo pagado, comercio que se realiza con mujeres de cualquier edad, religión, raza para forzar su prostitución.
Para esas víctimas amordazadas del régimen no hay vengadores ni justicieros, sólo el silencio vergonzoso y aplastante de la opresión esclavista.
@ArmandoMartini