Detrás del venezolano que regresa al país: Entre la estabilidad emocional y los prejuicios

Detrás del venezolano que regresa al país: Entre la estabilidad emocional y los prejuicios

 

Jofrana González tenía ocho años en Colombia. Había alcanzado las metas que se había propuesto en su vida profesional como periodista y ya se sentía más que parte de Bogotá, sin embargo, la decisión de volver a casa nunca se apartó de ella y fue el amor lo que hizo materializarla. 

Raylí Luján / La Patilla

“¿Tú estás loca?, ¿qué estás pensando?, ¿cómo te vas a devolver para acá?”, fueron los comentarios que recibió de la mayoría de sus familiares y amigos. El novio de Jofrana es piloto, ejercer una carrera en la nación no era una opción por no contar con la nacionalidad y enseriar la relación se había convertido en una prioridad.

La joven comunicadora no desistió de su idea y poco a poco fue incorporándose de nuevo en su país natal. “Nunca dejé de añorar las ganas de volver. Regresar es un trabajo mental, es una decisión de vida. No es buena ni mala, simplemente es una decisión. La estoy asumiendo y enfrentando”, cuenta.

De acuerdo a José Gil Yepes, director de la encuestadora Datanálisis, para el mes de octubre de 2019, un 17% de la población venezolana que había emigrado en los últimos años y que se ubicaba, tras varios de sus estudios, en 5.653.168 ciudadanos, había regresado a Venezuela. 

Gil Yepes advierte que las cifras son variables y aunque representa un fenómeno el regreso de ciudadanos a un país en crisis, esta cifra es mínima en relación a la cantidad de personas que se han ido: 4.692.129, según la última encuesta de Datanálisis en 2019, la que además marcó que el 38,6% de los consultados estaba considerando irse, mientras que el 16% de los 800 hogares evaluados tiene a un miembro de su familia en el exterior. 

Mirla Pérez, profesora de la Universidad Central de Venezuela y directora de investigaciones del Centro de Investigaciones Populares considera natural el regreso de venezolanos y lo atribuye al proceso de migración forzosa que atraviesa su sociedad. 

“Ha habido mucha gente que se fue y lo que se puede percibir cualitativamente es que hay un retorno, pero poco. Es natural, eso ocurre en cualquier proceso migratorio forzado (…) Tenemos una aproximación cualitativa a partir de la narrativa de las personas que regresan, que es una proporción inferior a la que se va. Es un mínimo porcentaje”, explica Pérez.

Para la socióloga existe una serie de elementos que deben tomarse en consideración cuando se evalúa la decisión de regresar de cada individuo. “Hay por lo menos dos condiciones básicas: el modo de migrar, familiar o individual. El desplazamiento familiar trae consigo una mayor estabilidad en el extranjero, emigrar en familia o en grupo de amigos, crea mayor estabilidad en el país de recepción. El retorno se está dando fundamentalmente en quienes migran solos. En Venezuela, tenemos una cultura de asociación, matricentrada, de una persona que está hecha y practica a partir de la relación. La movilidad solo trae problemas a menos que se logre unos lazos solidarios importantes”, agrega.

La profesora de la UCV, que se basa en la experiencia cualitativa, sostiene que la estabilidad es alcanzada a partir de los tres años de llegada al país destino. Esto puede estar sujeto a un buen trabajo y a un entorno humano que haga posible una buena estabilidad emocional. 

“Volví a mis trabajos, a mi casa, a mi país. Puedo trabajar para clientes del exterior pero desde mi casa. Pese a toda la situación, fue una muy buena idea. También aprendí mucho y afuera conocí a gente estupenda, que nos ayudaron. Me ha ido mejor, gracias a Dios”, relata Adriana Ramírez a través de una encuesta realizada en la red social Twitter.

Claudia Arvelaiz, otra de las consultadas, se refiere a la historia de su primo, quien regresó luego de dos años, insistiendo en que “no hay gente como su gente”. 

A algunos les va mejor que a otros y muchos también siguen confiando en un repunte de la economía venezolana, tal como lo reflejó un reportaje especial de Bloomberg. La clave en ello ha sido la nueva narrativa en relación a la situación económica que se ha formulado, opina el economista egresado de la Universidad Metropolitana (Unimet), Javier Hernández.

“Estamos hablando de un país en el que hace un par de años conseguir 50 dólares resultaba casi imposible y que ahora se ha vuelto un poco más común, y como tal historia se ha vuelto popular, pues muchos sienten esperanzas (…)  Las historias tampoco han surgido de la nada, es una economía en la que en 2017 se requerían 43 salarios mínimos para comprar la Canasta Alimentaria y hoy se necesitan solo 10. Sigue siendo trágico pero después de estar en largos períodos en condiciones tan deplorables, pequeñas mejoras comienzan a ser más valoradas por la gente”, aclara Hernández al insistir que entre el año 2016 y 2018 no era una opción regresar.

Archivo EFE/ Miguel Gutiérrez

 

Sin embargo, la creación de redes de relación y solidaridad en el exterior también se hace presente entre los factores de mayor importancia para quien decide volver. Sin la presencia de estos nexos en su máxima expresión, el ciudadano está más propenso a querer regresar a su origen.

“Son elementos que hay que colocarle a quien retorna y a la familia, hacerles ver que las condiciones en las que se está en el extranjero son muy duras y eso no significa una manifestación de debilidad (…) La seguridad social en Venezuela nunca ha sido muy buena, pero ha estado siempre sujeta a la familia. La estabilidad en Venezuela está sujeta a la familia”, reitera Pérez. 

El rechazo al retorno

Las negativas que encontró Jofrana frente a la decisión de regresar son comunes entre la población que se fijó esa nueva meta. Cualquiera de los migrantes venezolanos que volvió a su tierra natal ha recibido al menos un comentario en contra.

La profesora Mirla Pérez apunta que esa presión a la que es sometida la población retornante tiene una explicación atribuida a la actualidad política que atraviesa la nación. 

“Estamos en un momento político totalitario, el que suspende los mecanismos propios de la cultura. Si se mide un proceso de ruptura afectiva porque no se logran resolver los problemas económicos y sociales fundamentales, se suspenden los mecanismos naturales que tiene la cultura para lidiar los problemas. Se crea un rechazo hacia el retorno de esta persona que ha migrado y que ha representado para la familia que se queda una posibilidad de sobrevivir”, señala.

Asegura que está tensión puede y deber ser trabajada entre los individuos y sus entornos familiares antes de que se convierta en una constante que genere graves inseguridades. 

“Empecé a venirme, volvía a ir, me hicieron una propuesta laboral y en junio empecé a trabajar formalmente. Estaba produciendo y empecé a retomar mi vida, yo no vendí mi apartamento ni el carro y retomé mis cosas. Aún así fue fuerte porque no me hallaba, me costó dormir porque no era mi casa en Bogotá. Luego estando más ubicada, empecé a asimilar”, detalla Jofrana González como parte de su proceso de adaptación. 

Entre el rechazo, también surge el sentimiento de reproche y de acuerdo a Pérez ocurre en ambas direcciones. “El que se va está viendo a los que nos quedamos como unos cobardes, no tuvo la capacidad de mirar más allá. Ya eso está latiendo, es una mentalidad que está dando vueltas y también da vuelta la otra, son los peligros de la migración forzosa: ‘Te fuiste en el momento más difícil y no esperes regresar cuando el país comience a cosechar’”.

Puntualiza que aunque son ideas similares entre ambos sujetos que han tomado una decisión que siempre causará tensión, se trata de un proceso natural, que en condiciones de normalidad podrán ser diferencias solventables. 

“La democracia siempre solventa. Aunque hoy puede ser una mentalidad que asusta, ese tejido se vuelve a restablecer”, opina Pérez. 

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