Sería cruel que la naturaleza descargara la impiedad de la pandemia viral sobre una sociedad, como la nuestra, tan castigada desde hace años por terribles plagas insalubres -nuevas unas, renacidas otras- acunadas todas por la indiferencia e ineptitud oficial.
El reciente anuncio de un estado de emergencia, aunque justificado en estos momentos ante la amenaza del Coronavirus, no puede dejar de lucirnos artificioso. Durante veinte años, ante endemias concretas, registradas en terribles estadísticas de morbilidad y mortalidad materna e infantil, de muerte por malaria, difteria, de atroz estado de la infraestructura sanitaria, la reacción oficialista ha sido la de ocultar datos epidemiológicos, ignorar miles de protestas de gremios médicos y paramédicos y hasta encarcelar a quienes denuncian el horror de centros asistenciales y carencias de recursos de todo orden.
El informe de la Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU en septiembre de 2019 revelaba “400 mil venezolanos con enfermedades crónicas sin acceso a medicamentos y tratamientos” y “la muerte de decenas de pacientes de insuficiencia renal por escasez de recursos para ser dializados”, realidades que habrían sido suficientes para que un gobierno con sensibilidad por su gente declarase un estado de emergencia.
Casualmente, el mismo día del anuncio de la emergencia por el Covid-19, el personal del primer hospital infantil del país, el J. M. De los Ríos, protestaba y describía como “un asco” los espacios del centro hospitalario, carente de insumos básicos, incluidos los ahora populares tapabocas.
En su calificación de nuestra preterida condición sanitaria, la Organización Panamericana de Salud ha dispuesto prestar atención especial a Haití y Venezuela como los países que a su juicio “conllevan el mayor riesgo” ante la epidemia del Coronavirus.
Confiemos en que una ejemplar conducta como ciudadanos, el menguado numero de visitantes del exterior, el sanador sol del trópico y la providencia nos protejan de las acechanzas de esta pandemia.