Coronavirus: la perspectiva gerencial venezolana, por Rodrigo Rodríguez Z.

Coronavirus: la perspectiva gerencial venezolana, por Rodrigo Rodríguez Z.

El propósito de la cuarentena no es acabar con la propagación de una enfermedad virulenta como el coronavirus. El objetivo es desacelerar el ritmo de contagio, es decir, reducir la frecuencia con la que la población se infecta para prevenir la saturación del sistema de salud y el colapso de los servicios. Esto se conoce como aplanar la curva de contagio y representa una estrategia de mitigación.

Esta necesaria maniobra de aislamiento genera una paralización axiomática, por lo que el coronavirus representa un shock económico crítico. La parálisis en la dinámica comercial causa contracción, rompiendo el circuito consumo-producción que impulsa el crecimiento. No se trata solo de números y estadísticas frías, es un tema de producción, abastecimiento y puestos de trabajo.

Las circunstancias evidencian un complejo equilibrio político. La cuarentena con hibernación económica puede conllevar quiebra de negocios, desempleo y desabastecimiento, además de un déficit fiscal capaz de motivar otros desequilibrios de inevitable impacto social. Sin embargo, si se antepone el interés por la dinámica comercial, la crisis de salud podría alcanzar proporciones catastróficas.

Este conflicto obliga a ponderar dos elementos: la capacidad del sistema de salud y la fortaleza de la economía interna. Sin detallar lo primero, Venezuela está en crisis desde el año 2014. El país padece la hiperinflación más elevada y la depresión más profunda en la historia de América Latina. Además, la producción petrolera ha caído a niveles de 1945 y el actual desplome del precio del crudo vuelve trágica la situación de ingresos fiscales. Aunado a un marco de sanciones internacionales, la economía nacional se ha fragmentado y se redujo a dinámicas primitivas, informales e inestables.

El país no cuenta con fondos de estabilización, ni tampoco con reservas de ahorro. Además, las instituciones regulatorias tienen escasa influencia en un circuito dolarizado. Empresas y personas soportan la crisis bajo una dinámica de producción y consumo muy reducida y llevada al día, es decir, sin capacidad de contingencia. Por tanto, el problema en Venezuela se centra en la carencia de medios para amortiguar la conmoción, lo cual incrementa la tensión ante cualquier estrategia de paralización.

– Sector empresarial –

Las empresas implementan planes ante la crisis. Salvaguardar al personal y usar la tecnología para el trabajo a distancia son acciones claves, pero la contracción en el flujo de caja marca límites ineludibles.

En Europa, varios países han anunciado políticas dirigidas a inyectar liquidez en un entorno deprimido. Diferir el pago de impuestos, conceder préstamos corporativos especiales y otorgar prestaciones por desempleo son algunas medidas. El objetivo es facilitar la capacidad empresarial para ajustar sus planes operativos. Esto abarca desde la estrategia financiera, hasta la recuperación de la red de suministro y distribución. Aún no se escuchan propuestas públicas similares en América Latina.

A pesar de los planes de contingencia, la inesperada ruptura en la cadena de valor traerá consecuencias directas y secuelas secundarias. Los efectos inmediatos implican una operación contraída, con falta de personal, interrupción de suministro, paro en líneas de producción y reducción del flujo de caja. Ello a su vez limita la capacidad empresarial de cumplir obligaciones de entrega y de liquidación de pagos.

Estos efectos son claros, pero podrán ajustarse al superar la crisis. El tema es anticipar tendencias más allá de la inminente contracción económica. La afectación de la estructura y las notables diferencias en la actuación de los países involucrados, motivarán cambios comerciales. Estados y empresas adoptarán estrategias más controladas, buscando mitigar los riesgos fuera de sus áreas de influencia. La prioridad será garantizar la continuidad del negocio, por encima de la optimización en costos.

Lo anterior acelerará la existente disposición a la individualización de naciones, donde empresas y sectores industriales podrán consolidar una tendencia a la desglobalización. Asegurar la continuidad operativa implicará adaptar la cadena de suministro y la fuerza laboral a un nuevo orden, con crecimiento desde y hacia mercados alternativos, traslado de funciones y reinversión de recursos. A su vez, esta realidad motivará cambios en políticas fiscales y comerciales. La modificación de acuerdos arancelarios y migratorios podrá comenzar a ser un factor común en países industrializados.

En Venezuela este efecto puede lucir lejano, pero las empresas anticipan una recesión global y con ello el reacomodo de su operación en mercados encogidos. Por ahora y ante la ausencia de fondos públicos de apoyo, liberar la política ultra contractiva de encaje legal para facilitar el crédito sería un primer aliciente.

-Oportunidad en el reajuste –

En lo inmediato, se requiere velar por la protección del personal y los activos críticos. Luego se debe evaluar la continuidad operativa, ponderando las necesidades y estrategias financieras inmediatas, así como los esquemas de suministro, producción y distribución. Finalmente, la empresa debe revisar su matriz de riesgo y valorar escenarios a corto plazo, estableciendo protocolos y responsabilidades.

Pese a todo, las crisis resultan necesarias para acelerar cambios. Además de un plan de contingencia, responder a la conmoción implica entender las nuevas tendencias y adaptarse renovando la estrategia y la estructura. La coyuntura permite separar las actividades que generan valor de aquellas que lo consumen, optimizando operaciones y equilibrando recursos. Es un desafío para la cultura organizacional, que obliga a reinventar el negocio para respaldar la sostenibilidad empresarial a mediano y largo plazo.

Por tanto, la clave radica en la capacidad de adaptar el rígido modelo de negocio al cada vez más acelerado cambio del entorno. Esto involucra impulsar la innovación y transformación como principal tarea ejecutiva, comenzando por definir una visión clara de la empresa a mediano plazo y una alineación de expectativas y metas inmediatas entre accionistas, gerencia y capital humano.

Un reto de altura para el empresariado venezolano, que nos obliga a reimaginar lo posible.

* El autor es socio de PwC-Venezuela en Consultoría Empresarial y Precios de Transferencia. Licenciado en Administración Comercial, Especialización en Finanzas, Programa de Impuestos Internacionales de Leiden y Programa Avanzado de Gerencia del IESA.


Artículo publicado originalmente en Banca y Negocios el 18 de marzo de 2020

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