Venezuela en las últimas décadas ha sido el paraíso de las crisis. Por ello, es que de una en otra se nos ha ido la vida. Sin embargo, lo que ahora nos está tocando vivir, el advenimiento del COVID-19; no es más de lo mismo, no es una sandez adicional en el repertorio de nuestra tragicomedia. Tanto es así que, incluso en nuestros corazones rocheleros, esta pandemia es más fuente de ansiedad que de risas.
No es sencillo el asumir verdaderamente donde estamos parados. Nos está tocando vivir algo inusitado para la humanidad toda, y lo hacemos desde uno de los peores palcos del planeta; la Venezuela en ruinas. Sin infraestructura, sin insumos y sin una economía que pueda aguantar un cordón sanitario autoimpuesto durante mucho tiempo, la realidad es obvia: estamos sentados sobre una bomba de tiempo.
Contra todo pronóstico, ahora en Venezuela se está posando, tal cual en el resto del planeta, un cisne negro. Ese cisne, metáfora diseñada por el filósofo Nassim Taleb, nos indica que en el medio de nuestra situación sociopolítica y socioeconómica ha emergido una sorpresa, el virus en cuestión, y que ahora sufriremos impactos de grandes dimensiones, sin importar qué tanto racionalicemos las causas y el origen de lo que ahora nos sucede.
Un evento de tales características se presta, más todavía en un país como el nuestro, para una sucesión de hechos que, a todo evento, serán preponderantemente trágicos. No digo esto para incentivar pánicos irracionales o iniciar conversas sobre plagas, conspiraciones y enemigos invisibles; lo digo porque el precitado cisne negro va a exigir de nosotros fortaleza y va a mostrarnos grandes realidades.
Cuando hablo de realidades, hablo de cosas obvias con las que hemos convivido pero que, ahora, fruto de circunstancia tan singular, llegaremos a ver en toda su extensión. Relucirá aquello a lo que nos hemos resignado: el quiebre del sistema sanitario, la impotencia del poder adquisitivo menguado, la merma en la capacidad de reponer inventarios y, en resumidas cuentas, lo extensivo que puede ser en la población el hambre y la desidia.
Sin embargo, lo que debemos rescatar para no caer en la desesperación, es que la tragedia también revela a la más pura verdad.
Por ejemplo, ya en estas horas, visualizamos con claridad meridiana quiénes están ejerciendo efectivamente el poder político en Venezuela.
El resto es, tristemente, deseo y fantasía; la paja que es descartada del trigo.
Es sobre la base de la verdad, nos guste o no, que puede labrarse un camino en la oscuridad que hoy nos toca enfrentar. Esto va a volverse más palpable a la medida que vayan transcurriendo los días de cuarentena obligatoria, porque no habrá propaganda, CLAP, bodegón o pseudo-dolarización que pueda seguir dopándonos. Ese “Mundo Feliz” del que hablaba el gran escritor Aldous Huxley que, en el caso venezolano está lleno de contradicciones entre los rozagantes y los miserables, no va a poder sostenerse.
Hemos convivido con la disfuncionalidad del país durante mucho tiempo, sumergidos en una vida diaria cuyo correr, siempre y cuando uno no se enfermase de gravedad, tapaba lo tan desamparados que realmente estábamos. Es con esta situación tan excepcional, donde todos estamos en peligro al mismo tiempo, donde realmente agarramos consciencia de nuestra orfandad política y social. No hay Estado que vele por nosotros, lo que sí hay es un régimen que vela por su sobrevivencia. No hay apoyo ni en lo sanitario, ni en lo laboral, ni en lo pecuniario; lo que sí hay es la voluntad de evitar que la muerte nos lleve.
La verdad que está por verse es de lo que somos capaces una vez puestos cada uno dentro del mismo saco. Poco importa ya las pantomimas de siempre; ese show maldito que debe continuar. Seremos como un solo cuello que enfrentará la asfixia o un solo estomago que enfrentará al hambre.
Deberemos hacer lo necesario para ayudarnos entre nosotros y también para protegernos de los causantes de que recibamos esta tragedia en las peores de las condiciones. En tal proceso encontraremos sentimientos nobles como la solidaridad y asumiremos la gallardía de aquellos que, de una manera u otra, lo que les queda por perder son sus vidas.
Es difícil predecir lo que un cisne negro como el Covid-19 implicará para el país. Lo que sí es definitivo es que agarraremos consciencia plena de la ruina que nos han dejado. De aquello, lo lógico es que emerja la indignación y la rabia. Pero más allá que eso, lo que nos está dejando esta pandemia es saber que, mientras Venezuela siga en las condiciones que está, ninguno de nosotros está a salvo. El cambio que necesitamos ya no es algo político, es algo existencial. O cambiamos, o se nos ira la vida en el proceso.
@jrvizca