El plan organizado y solicitado para su implementación en Venezuela por los EEUU, incluyendo el desbloqueo de las sanciones y la ayuda económica resulta cuasi perfecto.
De lo más probable sería poder elaborar mentalmente que ese plan de la transición hacia las elecciones haya sido afinado con la visita de Juan Guaidó y su equipo a USA muy recientemente. Producto también del permanente monitoreo bajo el cual tiene, con muy justificadas razones geopolíticas, el gobierno de Donald Trump al cónclave criminal enquistado en Miraflores. En fin, Guaidó y su equipo no son ajenos sino que han puesto su buena parte con toda seguridad en la manera como perciben en esecproyecto el más inmediato cambio de ruta en Venezuela.
Ahora bien, el ruido ensordecedor para la posible aceptación de ese plan trazado en pasos, con solicitud expresa de que Maduro abandone el poder y que Juan Guaidó pueda aspirar luego de concluida la transición a la presidencia de la Republica (aspecto que lo coloca correctamente al margen de dirigir la transición), lo causa el planteamiento que resulta cada día que transcurre más chocante, más moral, ética, política y socialmente inaceptable: la cohabitación con el régimen criminal durante la transición. La sociedad venezolana, afectada cada día más por la ruina de todo tipo causada por los malandros que controlan aún el poder en Venezuela, repudia abiertamente, con la excepción de algunos partidos y personeros políticos comprometidos con el propio régimen actual, el compartimiento del poder durante la transición con esos delincuentes.
Saltan a la vista los entramados de corrupción, la desmedida represión que mantiene a más de trescientos presos políticos en los morideros que son las cárceles nuestras, a pesar del coravid-19 y a pesar de las expresas indicaciones fuera y dentro del país para lograr su libertad. La censura se ha vuelto más inclemente y la ruina y el hambre cunden por doquier en nuestro arrasado territorio, mientras la pútrida dirigencia del partido usurpador del poder no encuentra ya que más raspar de la olla vacía.
Se entiende que persiste el deseo religioso, casi una plegaria con cantinela y todo, de que entreguen a los solicitados por EEUU de la mejor manera, que desistan de seguir en el poder de manera ordenada y no sangrienta y que se busque “llevar la fiestecita (de la transición) en paz”. Como si eso fuera posible. No existe acuerdo elaborable con los sangrientos asesinos que detentan el poder, a quienes la vida de los venezolanos les ha valido ni ñinga siquiera. No es posible, por más que Noruega insista. El entramado narco- guerrillero- terrorista es muy sólido. Ya lo apreciamos.
En Venezuela y fuera de ella sobran ciudadanos de esta tierra no sólo dignos, sino con estatura moral, política y ética para conducir del mejor modo la transición, aminorando sus efectos negativos y capaces en demasía de lograr, con la mayor carga positiva, llevarnos tan pronto como sea posible a unas elecciones que terminen por destrabar el arrebatamiento del poder y de la democracia que consiguió esa pandilla de antisociales.
Lo peor para la transición es que se enturbie con sangre, con corrupción, con los pútridos fermentos de los que necesitamos salir al rompe para enrrumbarnos a la prosperidad y la felicidad colectivas.