-Tía, quién iba a pensar que el mundo entero viviría esta terrible situación,¡y en pleno siglo veintiuno!. La frase la dijo mi hija mayor, hablaba en speaker desde Nueva York con mi hermana, compartían impresiones en torno a las sombras de la pandemia. El eco de sus palabras no ha dejado de retumbar en mi mente.
Ustedes se preguntarán cuál es la razón de mi interés en una frase que, palabras más palabras menos, todos hemos oído e incluso pronunciado durante esta cuarentena. Pues esa coincidencia es la razón: es una expresión repetida y asumida por todas las variedades de personas, esa concordancia en la valoración de todos sobre el trágico fenómeno que nos envuelve es el motivo hacia donde hoy quiero mirar.
En conjunto, la frase expresa conciencia de la humanidadsobre cuanto acontece y los peligros que entraña la pandemia del COVID-19. Un discernimiento que no lo hubo antes en el mundo frente a hechos similares de amenazas contra la especie humana. Ni la 2da. Guerra Mundial con sus sesenta millones de víctimas o la “Fiebre Española”, con sus más de cincuenta millones de muertos, produjeron esa conmoción, conocimiento, preocupación y juicio registrado hoy por la humanidad tan extendido y en tan corto tiempo, gracias, sin duda, a las redes sociales.
La expresión registra la manera sorpresiva, del modo que “quién iba a pensar” entró la pandemia en nuestras vidas, cómo condicionó nuestras rutinas cuando cada quien andaba en lo suyo, para moverse por los intersticios de nuestras casas hasta adueñarse de nuestra cotidianidad y convertirse en casi nuestro único centro de preocupación. Todo cuanto hacemos pasa por tener al intruso virus en consideración, de saber los riesgos de no cumplir con las indicaciones sanitarias para evitar que nos puede acarrear nuevas sorpresas.
En pocos términos nos muestra el carácter universal, de pandemia, en”el mundo entero”que no por obvio, o tal vez por eso, deja de ser un rasgo reconocido por todos quienes vivimos en el planeta. Pone de manifiesto que no hay ser humano exceptuado del peligro confirmado en la afectación sufrida por jefes de Estado, estrellas de cine, grandes empresarios, deportistas profesionales y muchos otros famosos.
Se descubre, el miedo despertadoal contagio y al riesgo a morir a manos de un enemigo invisible, que nos haría vivir”esta terrible situación”mostrando cuán vulnerables somos. Sentimos horror en cada paso dado fuera de nuestros hogares, en el encuentro con otras personas, al contacto con cualquier superficie o hasta al consumo de algún medicamento que nos pueda hacer más débiles frente al coronavirus. El miedo ha invadido nuestro ser.
Y muy especialmente la frase en cuestión dice lo que constituye el centro de mi preocupación en este breve ensayo: cierta sensación de fracaso del progreso, pues resulta inconcebible que sucediera “¡en pleno siglo ventiuno!”, por parecer cosa del pasado y no de este tiempo cuando la ciencia y la tecnología nos hacía sentir seguros.
El inexorable
Los grandes descubrimientos geográficos del siglo XV y con ellos el contacto con otras sociedades pusieron a los europeos a pensar en modo distinto. A confrontar la realidad de cuanto descubrían con las verdades sagradas impuestas por la religión cristiana dominante en su mundo.
La imagen del planeta cambió, otra fue la geografía representada en los mapas, otro el conocimiento de la naturaleza y también otra la visión del pretérito y del futuro. A eso se dedicaron los grandes pensadores y hombres de ciencia. Descartes propuso leer en el “el gran libro del mundo”para comprender la realidad y Galileo llamó a descubrir la filosofía contenida en ese “grandísimo libro a los ojos de todos que es el universo”.
Comenzó a tomar forma una concepción de la evolución de la humanidad para explicarse el desigual avance de las sociedades. El encuentro con grupos humanos de menor desarrollo demandaba explicaciones y surgieron las esquemas lineales razonando la historia desde sus expresiones “primitivas” y “salvajes” hasta las más avanzadas representadas por los europeos.
En esa construcción se inscriben los aportes de Francis Bacon, David Hume, Jhon Locke, Adam Smith, Karl Marx y tantos otros. Unos sin pelearse con el providencialismo dominante y otros rompiendo. Pero todos coincidiendo en una misma línea de pensamiento al señalar un curso lineal de la historia de la humanidad. Con variados esquemas de diversos estadios de desarrollo donde se podría ubicar en las formas más primitivas a los pobladores de América y África, pasar por la esclavitud, el feudalismo y la civilización industrial europea como el punto culminante de esa evolución, muy pronto identificada como el “progreso” de la historia.
Con sus altos y bajos, esa visión del progreso, de contenidos distintos ajustados a los tiempos y circunstancias históricas, se ha fortalecido en un contexto de avances científicos y tecnológicos, identificados desde mediados del siglo XX bajo el concepto de “desarrollo” y más recientemente emparentados con la noción de “modernización”, para dominar como forma de entender la evolución de la humanidad hacia el perfeccionamiento de la vida del hombre.
Esa fórmula ha presentado el “progreso” como algo inexorable, en un inevitable destino de “modernización” sorprendente y sin límites, capaz de procurarnos presuntamente bienestar y felicidad a todos los seres humanos y hacia el cual deberá marchar la humanidad.
Relativismo y lecciones
Pues bien, ya entrando en su tercera década el siglo XXI, con los más sorprendentes avances en telecomunicaciones, biotecnología y nanotecnología de los últimos treinta años, que han cambiado profundamente la vida humana como jamás en la historia, la aparición de un enemigo invisible vuelto pandemia ha mostrado cuán relativo es ese progreso.
El inesperado monstruo del siglo XXI ha vuelto añicos esa sensación de seguridad entregada por el progreso, esto no significa pérdida de credibilidad en la ciencia, afortunadamente ha crecido a la espera de la vacuna salvadora, sino constatación de cuán débiles podemos ser pese al consumismo galopante y el indudable mejoramiento de nuestras condiciones de vida.
Mario Vargas Llosa, lo ha advertido con singular crudeza: “Nosotros teníamos la impresión de que con el progreso y la modernidad habíamos dominado la naturaleza. ¡Pues no! Una gran idiotez. La prueba es que esto nos ha pillado por sorpresa prácticamente a todos los países. Ninguno estaba preparado para un desafío así.”
Su demoledora ironía ilustra lo sucedido en prueba de la globalización: “Un chino se come un murciélago y eso provoca una pandemia que aterroriza al mundo.”
Persiste don Mario en la idea de que “ningún país estaba preparado para un desafío semejante.” Poniendo de relieve la fragilidad del paradigma del progreso:”esto significa lo relativo que es el progreso, cómo podemos llevarnos sorpresas muy desagradables con esa confianza.”
Para concluir aconsejando: “una de las lecciones que hay que sacar es que tenemos que estar mejor preparados para lo imprevisible.”
El individuo y la libertad
Sin embargo, no será tan fácil hacerlo como decirlo, eso de sacar lecciones de la pandemia tiene sus dificultades si queremos evitar nuevas amenazas de esta magnitud, ya anunciadas como inevitables.
Habrá de revisarse los paradigmas sobre los cuales se ha edificado esa “modernización” para dar soporte al “progreso”. Tendremos que ubicar al ser humano como la razón de ser del progreso y la modernización, decisión que guarda serias resistencias.
El tema de la cooperación y la solidaridad es echado a un lado. Venezolanos son corridos de sus viviendas en Perú, Colombia y otras partes por no tener cómo pagar sus alquileres debido al desempleo ocasionado por la crisis económica generada por la crisis.
La xenofobia sube de tenor y se asienta en el discurso nacionalpopulista de Donald Trump cuando rezuma en las letras de uno de sus tweet que “A la luz del ataque del enemigo invisible, así como la necesidad de proteger los trabajos de nuestros GRANDES ciudadanos estadounidenses, ¡firmaré una orden ejecutiva para suspender temporalmente la inmigración a los Estados Unidos!”. Puede que a algunos los abisme esta resolución del mandatario norteamericano y traten de soslayarla, pero es demasiado gruesa para barrerla debajo de la alfombra.
Muchos de los pasos dados hasta ahora lucen desacertados y arbitrarios, despiertan reservas. A ratos producen más incertidumbre y confusión. Contrastan con el juicio de la gente expresado en la frase que motiva este escrito. Ver el empecinamiento de los grandes líderes del mundo en sacar provecho político de la tragedia, no son buenos augurios.
Han sido múltiples las advertencias en torno a la naturaleza y ritmo del crecimiento económico que ha hecho posible la modernización y los riesgos que encierra. Así como diversas las críticas desoídas al mismo proceso de modernización, no por ir en contra de ella sino por darle mejor y más conveniente rumbo.
En los años noventa, Alain Touraine destacó el carácter unilateral de la modernización en favor, casi exclusivamente, de la racionalidad de la producción, pero dejando de lado la subjetividad al enfrentar y limitar al individuo y su libertad.
El avance de la ciencia y la tecnología se detienen en la inmediata rentabilidad económica o política . Si una vacuna no produce beneficios su investigación es suspendida. Si el equipamiento de hospitales públicos representa un gasto que afecte gastos militares pues simplemente se suprime. Esos, entre muchos, son los criterios que habrán de cambiarse si queremos hacer efectivas las lecciones.
Premonición, previsión y desparpajo
A propósito del consejo de Vargas Llosa, vale referir el video de 2005 del presidente Bush y su personal comentando sobre este tipo de pandemia y cómo sería la respuesta estadounidense.
El plan que el presidente Bush puso en marcha alcanzaba un precio de 7.000 millones de dólares. Algunos dentro de su equipo pensaron que era una prioridad muy baja. Nelson Bocaranda nos recuerda que faltaron quienes dijeron que prepararse para algo “que no estaba a nuestras puertas” era una tontería.
Pero Bush expresó estas palabras premonitorias: “Si esperamos que aparezca una pandemia, será demasiado tarde para prepararse. Y un día muchas vidas podrían perderse innecesariamente porque no pudimos actuar desde hoy”.
Y su prédica de Bush fue muy gráfica: “Una pandemia es muy parecida a un incendio forestal. Si se detecta temprano, puede extinguirse con daños limitados. Si se le permite arder sin ser detectado, puede convertirse en un infierno que puede extenderse rápidamente más allá de nuestra capacidad de controlarlo”.
El 2 de diciembre de 2014 el presidente Barak Obama también soltó sus advertencias:
“Puede y probablemente llegará un momento en que tengamos una enfermedad que es mortal en el aire. Y para que podamos lidiar con eso de manera efectiva, tenemos que establecer una infraestructura no solo aquí en casa, sino a nivel mundial que nos permita verla rápidamente, aislarla rápidamente y responderla rápidamente.”
Destacaba Obama que la previsión “también requiere que continuemos el mismo camino de investigación básica que se está haciendo aquí en NIH (…) De modo que si una nueva cepa de gripe, como la gripe española, surge dentro de cinco años o dentro de una década, hemos realizado la inversión y estamos más avanzados para poder contenerla. Es una inversión inteligente para nosotros.No es solo un seguro; es saber que en el futuro vamos a seguir teniendo problemas como este, particularmente en un mundo globalizado donde te mueves de un lado a otro en un día.”
Algunos párrafos de un reportaje publicado el pasado 9 de abril por la BBC son demasiado elocuentes de que esas advertencias premonitorias de los expresidentes Bush y Obama cayeron al vacío:
“Habíamos terminado los ensayos y habíamos pasado por el aspecto crítico de crear un proceso de producción de la vacuna a escala piloto”, le dice a BBC Mundo la doctora María Elena Bottazzi, codirectora de la Escuela Nacional de Medicina Tropical del Colegio Baylor de Medicina de Houston y codirectora del Centro para Desarrollo de Vacunas del Hospital Infantil de Texas, en Estados Unidos.”
“Entonces fuimos a los NIH (Institutos Nacionales de Salud de EE.UU.) y les preguntamos: ‘¿Qué hacemos para mover rápido la vacuna a la clínica?’ Y nos dijeron: ‘Mira, ahorita no estamos ya interesados’”.
“La vacuna era contra el coronavirus que provocó la epidemia de SARS de 2002, pero como aquella epidemia que surgió en China ya había sido controlada, los investigadores nunca lograron obtener financiamiento.
No fue la única vacuna que quedó suspendida. Decenas de científicos alrededor del mundo pararon sus estudios debido a la falta de interés y de fondos para seguir investigando”.
Las visiones premonitorias de los presidentes G.W. Bush y Barak Obama fueron las de dos hombres de Estado, indistintamente de que fueran republicano el uno y demócrata el otro, por delante estaba vestir al progreso y la modernización de respeto por la vida, de hacerlos fuente de certidumbre, no de desnudarlos con el desparpajo de llamar “gripecita” al COVID-19. Al mundo le urge responsabilidad de quienes lo gobiernan.