La atención médica
El impacto de la tecnología moderna es ciertamente más sentida y anticipada dentro de la esfera de la atención médica para humanos. Considere algunas de las peores enfermedades que la humanidad ha tenido que enfrentar en el pasado. La viruela, que se estima que mató alrededor de 300 millones de personas solamente en el siglo XX, provino en India o Egipto hace al menos 3.000 años. La “virulación” de la viruela, parece ser que era practicada en China desde el décimo siglo, pero no fue hasta fines del siglo 18 que Edward Jenner vacunó al primer paciente en contra de la enfermedad. La viruela fue completamente erradicada recién en 1980. Historias similares se podrían contar acerca de otras enfermedades mortales. La polio, enfermedad que podemos ver representada en los tallados egipcios de la dinastía decimoctava, es de origen antiguo. Aún así la enfermedad no fue adecuadamente analizada hasta el año de la Revolución Francesa, y la vacuna de Jonas Salk recién apareció en 1955. Hoy, la polio está cerca de ser erradicada (solo se reportaron 95 casos en 2019).
La malaria, probablemente el mayor enemigo de la humanidad, existe desde hace al menos 30 millones de años (el parásito ha sido encontrando en un mosquito atrapado en un fósil ámbar que data del periodo Paleógeno). Solo fue luego del descubrimiento del Nuevo Mundo que el conocimiento acerca de los beneficios de la corteza del árbol de quina para reducir la fiebre se esparció hacia Europa y Asia. La quinina primero fue aislada en 1820, y le cloroquina fue introducida en 1946. Las medicinas de artemisinina, que todavía usamos, fueron descubiertas a fines de la década de 1970. Esto es para demostrar que la humanidad vivió con enfermedades mortales durante milenios sin entender completamente lo que eran, cómo eran transmitidas, y cómo podían ser curadas. El destino de la humanidad, pensaban nuestros ancestros, fluctuaba entre la influencia externa de la “rueda de la fortuna” y no había nada que alguien podía hacer para cambiar eso. Un día estabas vivo y al día siguiente ya no.
Compare el paso lento del progreso, y la aceptación fatalista de la enfermedad y la muerte, con nuestro tiempo de reacción a la actual pandemia. La Comisión Municipal de Salud de Wuján reportó la existencia de un cúmulo de casos de “neumonía” en Wuján el 31 de diciembre. El 7 de enero los chinos identificaron el patógeno (un nuevo coronavirus) responsable de la epidemia. El 11 de enero China realizó la secuencia del código genético del virus y al día siguiente estuvo disponible al público. Eso le permitió al resto del mundo empezar a hacer kits de diagnóstico para identificar la enfermedad.
Por ejemplo, la primera infección de COVID-19 en Corea del Sur fue identificada el 20 de enero. El 4 de febrero, el primer kit de pruebas (elaborado por Kogene Biotech) empezó a ser producido. El 7 de febrero, este kit de prueba estaba disponible en 50 lugares alrededor del país. Otros países hicieron algo similar.
La Organización Mundial de Salud (OMS), que declaró al COVID-19 como una pandemia global el 11 de marzo, puede haber actuado demasiado tarde. Aún así, es notable que solo habían pasado dos meses entre la primera señal de que había un problema y el momento en que todo el mundo implementó medidas para desacelerar la propagación de la enfermedad. Mientras tanto, hemos aprendido mucho acerca de la incompetencia estatal y de las regulaciones excesivas. Pero también hemos aprendido mucho acerca de la propagación y los síntomas de la enfermedad. En lugar de empezar desde cero, los médicos especialistas en Europa y EE.UU. pueden nutrirse de la especialización de sus colegas en el Lejano Oriente. Antes de que apareciera el telégrafo a mediados del siglo decimonoveno, tardaba hasta un mes llevar información desde Londres hacia Nueva York. Hoy, aprendemos acerca de las últimas noticias e investigaciones del COVID-19 (las malas y las buenas) en segundos.
Para mediados de abril, miles de especialistas sumamente calificados y bien financiados estaban utilizando super-computadoras e inteligencia artificial en distintos lugares del mundo para identificar los caminos prometedores hacia la victoria sobre la enfermedad. Algunos 200 programas distintos están trabajando para desarrollar terapias y vacunas que combatan la pandemia. Estos incluyen los estudios acerca de la eficacia las medicinas antivirales existentes, tales como Remdesivir de Gilead, el inhibidor de proteasa de Ono, y favipiravir de Fujifilm. La eficacia de medicinas genéricas como la hidroxicloroquina y la cloroquina, también está siendo evaluada. Takeda está trabajando arduamente en torno al plasma convaleciente (TAK-888) en Japón, mientras que Regeneron trabaja en los anticuerpos monoclonales en EE.UU. Las nuevas vacunas, tales como la mRNA-1273 de Moderna, la INO-4800 de Inovio, y la BNT162 de BioNTech, están en desarrollo.
No sabemos cuál de estos tratamientos (si es que alguno de ellos) funcionará, pero de esto podemos estar seguros: nunca ha habido una mejor época para que los humanos se enfrenten y derroten a una pandemia global. El mundo es más rico que nunca antes, y el dinero es lo que nos permite mantener una industria farmacéutica masiva y pagar por investigaciones médicas sumamente sofisticadas. El coronavirus puede que sea letal, pero no es la plaga bubónica, que tuvo una mortalidad de 50 por ciento. Afortunadamente, es un virus mucho más leve que nos ha puesto nuevamente en alerta ante el peligro de las enfermedades contagiosas. Una vez que la crisis inmediata esté detrás de nosotros, los investigadores reunirán miles de millones de datos de docenas de países y analizaran las distintas respuestas a la pandemia. Ese conocimiento será desplegado por los gobiernos y el sector privado para asegurar que las mejores prácticas sean adoptadas, de tal manera que la próxima vez estemos mejor preparados.
Los alimentos
Cuando la peste negra azotó Europa en 1347, la enfermedad encontró una población local lista para ser masacrada. Luego del fin del Periodo Medieval Cálido a fines del siglo trece, el clima se volvió frío y lluvioso. Las cosechas se acortaron y las hambrunas proliferaron. Francia, por ejemplo, tuvo hambrunas localizadas en 1304, 1305, 1310, 1315-17, 1330-34, 1349-51, 1358-60, 1371, 1374-75, y 1390. Los europeos, debilitados por la escasez de alimentos, sucumbieron ante la enfermedad en grandes números.
La gente de antes se enfrentaba a al menos tres problemas relacionados entre sí. Primero, los medios de transporte y la infraestructura de transportación eran terribles. Por tierra, los europeos usaban los mismos métodos de transporte (carrozas arrastradas por burros, caballos y bueyes) que los antiguos habían inventado. De igual manera, gran parte de Europa continuaba usando los caminos construidos por los romanos. La mayoría de las personas nunca salían de sus aldeas nativas o siquiera visitaban los pueblos más cercanos. No tenían razones para hacerlo, dado que todo lo que era necesario para mantener su existencia frugal era producido localmente.
El segundo problema era la falta de información importante. Podía tomar dos semanas alertar acerca de una escasez inminente de alimentos, ni hablar cuánto hubiera demorado organizar alguna forma de alivio para las comunidades afectadas.
Tercero, el comercio regional rara vez era libre (Francia no tenía un solo mercado interno hasta la Revolución) y el comercio global seguía siendo relativamente insignificante en términos económicos hasta la segunda mitad del siglo diecinueve. Los alimentos eran tan escasos como caros. En la Inglaterra del siglo quince, 80 por ciento del gasto privado de las personas comunes y corrientes se destinaba a los alimentos. De esa cantidad, 20 por ciento se gastaba solamente en pan. Bajo esas circunstancias, el fracaso de una cosecha local podía significar la destrucción de toda una comunidad (Aquellos que piensan que el COVID-19 expuso la fragilidad de la sociedad moderna deberían leer acerca de la Gran Hambruna).
A modo de comparación, para 2013 solo 10 por ciento del gasto privado en EE.UU. se destinaba a a los alimentos, una cifra que está todavía está inflada por la cantidad que los estadounidenses gastan normalmente en restaurantes. Hablando de restaurantes, mientras que muchos se han visto obligados a cerrar sus puertas, los propietarios de restaurantes utilizan aplicaciones para entregar excelente comida a precios razonables. Además, meses después de la pandemia del COVID-19, las tiendas están, por lo general, surtidas y su inventario es regularmente repuesto mediante el flujo –en gran medida sin interrupción de vuelos de carga, transportes de carga, y el transporte marítimo comercial. Debido al milagro de la refrigeración portátil, los productos frescos continúan llegando de distintas partes de EE.UU. y del extranjero. Poco antes de escribir este ensayo, pude comprar naranjas de California, aguacates de México, y uvas de Chile en mi supermercado local. La globalización puede que esté bajo presión tanto desde la izquierda y desde la derecha del espectro político estadounidense, pero si la pandemia llegase a socavar la producción agrícola estadounidense, muchos se verán obligados a reconocer los beneficios de la oferta global de alimentos y de nuestra habilidad de importar alimentos de las partes del mundo que no hayan sido afectadas por el COVID-19.
Esta extensa cadena de suministro y, hasta ahora, todavía sólida es, por supuesto, una maravilla tecnológica. Las computadoras cotejan información acerca de los ítems en las repisas que están escaseando, ajustando la variedad y cantidad de ítems enviados entre las tiendas, para satisfacer nuevos pedidos, etc. De manera que el comercio que todavía se permite que siga, continúa. Lo mismo sucede con la caridad. Feeding America, una red de más de 200 bancos de alimentos, alimenta decenas de millones de personas a través de las despensas alimenticias, los comedores de beneficencia, los albergues, etc. Desde 2005, la organización ha venido utilizando un mercado computarizado interno para asignar los alimentos de manera más racional. Feeding America utiliza su propia moneda, denominada “shares”, mediante la cual cada banco de alimentos puede participar en una subasta por los alimentos que más necesitan. Los servicios de entrega de compras de supermercado llevan alimentos a las puertas de aquellos que no pueden o no quieren salir de sus casas. Los viejos y los enfermos también pueden utilizar sus teléfonos, emails y aplicaciones para llamar a voluntarios para que les hagan sus compras y se las entreguen a domicilio.
El trabajo
La naturaleza del trabajo ha cambiado mucho durante los últimos 200 años. Antes de la Revolución Industrial, entre 85 y 90 por ciento de las personas en el mundo occidental eran trabajadores agrícolas. Su trabajo era intensamente difícil, como lo fue atestiguado por un médico austríaco que observó que “en muchas aldeas [del Imperio Austríaco] el estiércol debe ser cargado sobre las espaldas de humanos subiendo montañas altas y la tierra debe ser rasgada en una posición agachada; esta es la razón por la que muchas de las personas jóvenes son deformes”. Las personas vivían al borde de la hambruna, se esperaba que tanto los muy jóvenes como los muy viejos aportaran tanto como podían a la producción económica de la familia (la mayoría de la producción en la era pre-moderna se basaba en la unidad familiar, de ahí proviene el término griego oikonomia, o administración del hogar). En aquellas circunstancias, la enfermedad era una catástrofe: reducía la producción de la unidad familiar, y por lo tanto su consumo.
La Revolución Industrial le permitió a la gente pasar del campo a las fábricas, donde le trabajo era mejor pagado, más placentero, y menos arduo (razón por la cual la gente en los países pobres continúa fluyendo actualmente desde el empleo agrícola hacia el empleo en manufacturas). Además, la riqueza se disparó (el ingreso real familiar en EE.UU. pasó de $1.980 en 1800 a $53.018 en 2016). Eso permitió una especialización cada vez mayor, que incluía una expansión masiva de servicios que buscaban satisfacer los deseos de una población cada vez más próspera. El sector de servicios hoy consiste de trabajos en el sector de información, servicios de inversiones, servicios técnicos y científicos, atención médica, y servicios de asistencia social, así como también en las artes, el entretenimiento y la recreación. Muchos de estos trabajos son menos arduos físicamente, más intelectualmente estimulantes, y mejor pagados que lo que alguna vez fueron los trabajos agrícolas o de manufacturas. Lo importante es que muchos de estos trabajos del sector servicios pueden realizarse a distancia. Esto significa que incluso en medio del confinamiento impuesto por el gobierno, algunos trabajos pueden continuar (cerca de un tercio, según sugieren las estimaciones). Las pérdidas económicas del COVID-19, en otras palabras, serán astronómicas, pero no totales.
Mi propia organización, por ejemplo, cerró sus puertas a mediados de marzo. Desde ese entonces, todos hemos estado escribiendo desde casa o apareciendo en noticieros de alrededor del mundo a través del Internet. Todos estamos en contacto regularmente vía telefónica o a través de Zoom y Microsoft Teams. Otras organizaciones están haciendo lo mismo. Como ya discutimos, gran parte de las compras se están haciendo en línea. Las empresas de envíos y entregas a domicilio están creciendo, Amazon está contratando 100.000 trabajadores adicionales en EE.UU. El entretenimiento en casa, por supuesto, ha crecido de manera tremenda, Netflix ha sumado millones de clientes nuevos y está expandiendo su oferta con miles de películas y shows nuevos. Con más de 30 millones de niños en casa, las empresas de aprendizaje en línea están experimentando una bonanza, y los educadores desde los profesores de secundaria hasta los profesores universitarios continúan desempeñando sus labores a distancia. La telemedicina está creciendo, permitiendo que los pacientes vean a doctores de manera segura y conveniente. Incluso algunos procedimientos médicos de menor importancia, como los exámenes visuales, pueden realizarse a distancia, y múltiples empresas le entregan sus lentes en su puerta. La banca y las finanzas todavía siguen funcionando, muchas personas gozan de tasas de interés bajas para refinanciar sus hipotecas. Finalmente, la muchas veces vilipendiada industria farmacéutica está creciendo conforme todos esperamos y deseamos que se anuncie una vacuna o un tratamiento terapéutico que sea eficaz contra el COVID-19.
La sociabilidad
Aristóteles observó que el “hombre es por naturaleza un animal social” y señaló que sin amigos sería infeliz. Pero el rol de la sociabilidad (esto es, la tendencia de asociarse con otros o formar grupos sociales) va más allá de eso. Como William von Hippel explicó en su libro de 2018 The Social Leap, la sociabilidad es el mecanismo que el Homo Sapiens descubrió. Cuando los primeros homínidos fueron obligados a bajar de los árboles (quizás como el resultado de un cambio climático que secó los bosques africanos), estos se volvieron más vulnerables ante los depredadores. Para cubrir distancias más largas entre los árboles que desaparecían rápidamente mientras que mantenían un mínimo de protección en contra de otros animales, nuestros ancestros desarrollaron el bi-pedalismo, lo cual les permitió liberar la parte posterior de su cuerpo para cargar armas como ramas y piedras.
Todavía más importante fue la invención de la cooperación. Mientras que un simio que porta una rama es ligeramente mejor que uno que no porta arma alguna, un grupo de simios armados es mucho mejor para despachar a los depredadores. Los individuos en bandas más cooperativas sobrevivían hasta la madurez y se reproducían con mayor frecuencia, resultando en especies más cooperativas. Además, dado que vivir solo era equivalente a una sentencia de muerte, los simios egoístas a los que no les importaba ser excluidos por no contribuir se morían, resultando en el deseo de una cooperación comunal y en un profundamente arraigado miedo al rechazo por parte del grupo.
Los primeros homínidos tenían cerebros mucho más similares a aquellos de los chimpancés que a aquellos de los humanos modernos. Esto es así debido a las presiones evolutivas que crearon a los primeros homínidos —como la depredación y la escasez de alimentos— podían ser superadas sin una inteligencia tremenda. Estas presiones para sobrevivir eran parte del entorno físico —un ambiente difícil pero estático que no requería de mucha capacidad cognitiva para navegarlo. La presión ambiental que resultaba en los humanos modernos fue el sistema social en sí mismo. El entorno social es mucho más dinámico que el físico. Una vez que se unieron en grupos, nuestros ancestros se vieron forzados a forjar relaciones con otros, y evitar ser explotados por otros, todos siendo individuos con intereses divergentes y constantemente cambiantes. Aquellos que no podían mantenerse al día con el juego social cada vez más complejo o se morían o eran incapaces de encontrar una pareja.
Esta nueva presión creó un círculo evolutivo positivo: juntarse en grupos creaba sistemas sociales más complejos, que requerían cerebros más grandes; los cerebros más grandes necesitaban ser alimentados; y la mejor forma de obtener más comida era mediante una mayor cooperación y a través de un sistema social más sofisticado. El principal desarrollo cognitivo que evolucionó de este ciclo evolutivo es conocido como la “teoría de la mente”. En breve, la teoría de la mente es la capacidad de comprender que otras mentes pueden tener razonamientos, conocimiento y deseos distintos a los nuestros. Mientras que eso parece ser básico, la teoría de la mente nos distingue del resto de la vida en la Tierra. Nos permite determinar si un ataque fue, por ejemplo, intencional, accidental, o forzado. Nos permite sentir emociones como la empatía, el orgullo, y la culpa —habilidades que son cruciales para una sociedad funcional.
De manera que la sociabilidad y los seres humanos son inseparables, como se nos ha recordado a todos claramente mediante las súbitas restricciones a nuestra habilidad de interactuar con otros. Mientras nos sentamos en casa, trabajando en nuestras computadoras o viendo televisión, muchos de nosotros sentimos una tremenda sensación de aislamiento (“distanciamiento social”) de nuestras familias, amigos y colegas. La urgencia de estar alrededor de otros es algo innato en nosotros. Esto es lo que somos.
Insatisfechos con los modos impersonales de comunicación, como los emails y mensajes de texto, hemos redescubierto la necesidad de interactuar cara a cara con otros humanos. Con ese fin en mente utilizamos plataformas digitales como Zoom, Google Hangouts, Facebook Live, y FaceTime para ponernos al día con las noticias más recientes acerca de las vidas de las personas, o simplemente para quejarnos acerca de la miseria de la soledad y acerca de la patética incompetencia de los funcionarios públicos (de ambos partidos). Alrededor del país, la gente participa virtualmente en reuniones sociales, cenas, clubs de libros, clases de gimnasia, servicios religiosos, y meditaciones grupales. Como mi colega del Instituto Cato Chelsea Follett escribió recientemente, “La tecnología ha hecho que sea mucho más fácil organizar una ‘fiesta de película’ que sea físicamente distante y sincronizada de tal forma que los televidentes en distintos lugares puedan ver la misma parte de una película al mismo tiempo. Para los que disfrutamos de discutir películas mientras las vemos, la tecnología también permite habilitar un grupo de comentarios acerca de cada escena en tiempo real”. En los casos mas tristes, la tecnología le permite a las personas despedirse de amigos y parientes que están agonizando. De manera muy real, por lo tanto, la tecnología nos mantiene sanos mentalmente (o al menos, más sanos).
La tecnología, por lo tanto, nos permite lidiar con los retos de la pandemia de maneras que nuestros ancestros ni siquiera podrían haberlo soñado. Todavía es más importante que la tecnología le permite a nuestra especie enfrentarse a los virus con suficientes razones para ser racionalmente optimistas. En estos días oscuros, recuerde a todos los científicos que están utilizando el conocimiento acumulado por los humanos para derrotar al COVID-19 en un tiempo récord y todas las maneras maravillosas (por no decir milagrosas) en que el mundo moderno nos ha mantenido bien alimentados, psicológicamente semi-equilibrados, y (en muchos casos) productivamente activos.
Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Este artículo fue publicado originalmente en The National Review (EE.UU.) el 6 de mayo de 2020.