Apiñadas junto a máquinas de coser en sus pequeñas viviendas en Mare, una extensa favela en Río de Janeiro, unas 50 mujeres tienen la misión de fabricar dos mascarillas gratuitas para cada uno de los 140.000 residentes de los barrios marginales de la zona en los próximos dos meses.
Las mujeres, la mayoría de las cuales perdieron sus trabajos debido a la pandemia de coronavirus, observaron videos sobre cómo hacer las mascarillas y se les paga por encima de la tasa del mercado, dijo Andreza Lopes, quien coordina el proyecto para Redes da Mare, una organización sin fines de lucro.
“Casi la mitad de las mujeres en Mare son financieramente responsables de sus hogares”, dijo Lopes, de 32 años, en una entrevista por teléfono, en la que agregó que el proyecto está respaldado por tres bancos brasileños.
“Ahora están muy contentas y agradecidas de estar trabajando en algo que tenga un propósito superior”, sostuvo.
El proyecto es una de las docenas de iniciativas que tienen lugar en los barrios pobres de países de la región, desde Brasil, Venezuela y Colombia hasta México, a medida que las comunidades de bajos recursos se organizan para ayudar a los más vulnerables durante la pandemia.
América Latina ha emergido como el nuevo epicentro del coronavirus. La enfermedad respiratoria se está extendiendo rápidamente por la región, donde han muerto más de 40.000 personas y casi 750.000 se han infectado, de acuerdo a un recuento de Reuters hasta las últimas horas del domingo y que está basado en datos oficiales.
En América Latina y el Caribe, alrededor de 113 millones de personas, casi una de cada cinco, viven en barrios marginales, donde los expertos en salud dicen que las tasas de infección por COVID-19 tienden a ser más altas debido a la mala nutrición, las condiciones de vida en espacios reducidos y una salud en general debilitada.
Pero muchos residentes de barrios pobres dicen que han recibido poca o ninguna ayuda de los gobiernos para hacer frente a las consecuencias económicas y sanitarias de la crisis, lo que les lleva a valerse por sí mismos y de los líderes de sus comunidades para afrontar la emergencia.
“Es una situación muy trágica (…) el Estado no está haciendo nada significativo”, dijo Alessandra Orofino, directora de Nossas, una organización brasileña sin fines de lucro que trabaja en favelas y crea herramientas tecnológicas para los movimientos sociales.
Un portavoz del Ministerio de Salud de Brasil no respondió de inmediato a los pedidos para emitir comentarios.
EL DESAFÍO DE LA DISTANCIA SOCIAL
Con acceso limitado a servicios sanitarios básicos y millones de personas hacinadas en lugares cerrados, los barrios marginales latinoamericanos son especialmente vulnerables a la pandemia, dicen los expertos en salud.
En las “villas” de la capital argentina, Buenos Aires, por ejemplo, las tasas de infección por COVID-19 son casi un 30% más altas que en otras partes de la ciudad, según cifras del Gobierno.
En Brasil, donde hasta el domingo el Gobierno había reportado 22.666 muertes por COVID-19 y el foco de infecciones es el más elevado de América Latina, alrededor de 15 millones de personas viven en favelas.
“Son 140.000 personas en poco más de cuatro kilómetros (…) ¿Cómo se aplica la distancia social en este contexto?”, se cuestionó a Lopes sobre la situación en Mare.
Desde el comienzo de la pandemia, algunos gobiernos de la región han estado entregando paquetes de alimentos y pagos en efectivo a comunidades vulnerables.
Colombia ha asignado 120 millones de dólares para ayudar a tres millones de trabajadores de la economía informal, mientras que en Argentina el Gobierno anunció que los trabajadores de bajos ingresos recibirían un bono de asistencia único de 10.000 pesos (unos 147 de dólares).
Chile ha anunciado ayudas de emergencia en efectivo que llegarán a alrededor de 4,5 millones de personas, mientras que República Dominicana ha asignado subsidios o dinero en efectivo para unas 1,5 millones de familias.
Mientras tanto, Argentina, Ecuador y Colombia han prohibido la suspensión de servicios públicos para los inquilinos que no cumplen con el pago de sus arriendos durante la pandemia, y en Perú se les dijo a los hogares de bajos ingresos que podían aplazar el pago de las facturas de servicios públicos.
Pero muchos habitantes de barrios marginales dicen que eso no es suficiente.
Los vendedores ambulantes y otros trabajadores informales que han perdido sus empleos debido a medidas de confinamiento han salido a las calles de varias capitales, incluidos Bogotá y Santiago de Chile, para exigir ayuda del Gobierno.
Después de un letal operativo de la policía en una favela de Río de Janeiro a principios de este mes, los residentes se quejaron de que el Gobierno estaba ofreciendo poca ayuda para contener la pandemia, pero aún estaba participando en operaciones policiales violentas.
EMPATÍA ENTRE LOS MÁS VULNERABLES
A medida que los residentes y activistas piden más ayuda estatal, también están aprovechando las redes de vecindarios para llegar a las personas más necesitadas.
Cuando las autoridades mexicanas comenzaron a instar a las personas a quedarse en casa en marzo para contener el brote, la activista transgénero Kenia Cuevas -quien es VIH positiva- vio que muchos indigentes pasaban en el centro de Ciudad de México.
“Me molestó. Así que decidí que sería mejor hacer algo”, dijo en una entrevista telefónica.
Cuevas estableció un programa con el apoyo de un donante privado para entregar alimentos a las personas sin hogar y otros grupos vulnerables. Su iniciativa sirve alrededor de 240 comidas a la semana desde principios de abril.
El refugio para trabajadoras sexuales transgénero que dirige en el norte de la ciudad también está alimentos a vecinos del sector afectados por la pandemia, distribuyendo casi 80 comidas al día, según datos de Naciones Unidas.
“Como mujeres transgénero, sabemos cómo amar y amar a nuestro prójimo”, dijo Cuevas. “Siempre tenemos esa cualidad”.
Funcionarios de la ciudad dijeron en una conferencia de prensa en marzo que el 90% de los más de 480 comedores de la Ciudad de México permanecen abiertos y que el gobierno está realizando chequeos médicos móviles en áreas con un alto número de personas sin hogar.
En los barrios bajos de las laderas del sur de Bogotá, entre los más afectados están los inmigrantes venezolanos que dependen de sus ganancias diarias en efectivo como vendedores ambulantes.
Incapaces de obtener ingresos durante la estricta cuarentena, muchos han buscado ayuda entre sus redes de apoyo de inmigrantes, que se mantienen en contacto a través de Facebook y WhatsApp.
Cuando la joven venezolana Milsen Solano se enteró de que uno de sus vecinos, un inmigrante desempleado, había sido expulsado de su departamento en abril, lo llevó a vivir con ella y su familia en su pequeño apartamento en el centro de Bogotá.
“No tiene dinero para pagar el alquiler”, dijo Solano.
“Si seis personas ya viven aquí, otra persona también puede hacerlo. Tienes que ayudar cuando puedas”, afirmó. Reuters