El ingreso de los cinco tanqueros iraníes al país, representa el fracaso rotundo del régimen en la conducción de la industria petrolera desde que asumieron el poder en aquel lejano y trágico febrero de 1999. Nicolás Maduro intenta mostrar el arribo de esos barcos como un éxito de la diplomacia. Tal pretensión constituye un fraude. Venezuela tuvo algunas de las refinerías más grandes y eficientes del planeta. Amuay, Cardón, El Palito y el Complejo Refinador de Paraguaná constituían un modelo de eficiencia. En conjunto, las refinerías producían más de un millón de barriles de gasolina al día, suficiente cantidad para abastecer el mercado interno y exportar a los países vecinos. Ese volumen permitía mantener el precio del combustible muy por debajo de los estándares internacionales.
Ahora, esa gasolina barata que antes se producía con petróleo venezolano en tierras venezolanas, hay que importarla, a un costo sideral, de una nación situada al sur de Asia, entre el mar Caspio y el golfo Pérsico, a miles de kilómetros de distancia de Venezuela. Maduro argumenta que la escasez se debe a las sanciones norteamericanas. Puras mentiras. Lo más paradójico y trágico de la situación es que Irán carga con sanciones internacionales en el área petrolera, gasífera y petroquímica desde hace más de cuarenta años.
Luego del triunfo de la Revolución Islámica en 1979, las primeras penalizaciones fueron aplicadas por Estados Unidos, país que acusó a la nación persa de fomentar la formación de grupos terroristas que atentaran contra el Estado de Israel. En 1981, en el marco de los Acuerdos de Argel, suscritos para reducir las tensiones entre ambas naciones, los castigos se suavizaron. Pero, en 1987, con Ronald Reagan en la presidencia, los conflictos volvieron a escalar, al igual que las condenas. Más tarde, cuando se comprobó que los iraníes estaban trabajando en el enriquecimiento de uranio para fabricar armas atómicas, la Unión Europea se sumó al cerco. Los ayatolas dijeron que se trataba de calumnias. Que el gobierno persa solo estaba interesado en piadosos fines civiles como mejorar la energía eléctrica y fomentar el desarrollo de la medicina.
Si un país que ha estado asediado durante cuatro décadas por buena para del mundo democrático, posee gasolina y mejoradores para refinar el petróleo, carece de sustento el argumento tan cacareado por el régimen, según el cual la falta de combustible se debe a las recientes sanciones norteamericanas.
Otro aspecto del tema se relaciona con el giro estratégico dado por la nomenclatura chavista. Nicolás Maduro ha insistido en que de por medio solo existe un acuerdo comercial normal entre dos naciones amigas, una de las cuales posee en abundancia un recurso que la otra necesita. Visto el asunto desde esa perspectiva, da la impresión de que se trata de un simple acto de compra-venta que tiene como escenario el mercado internacional. Una relación entre un oferente y un demandante, en la cual no debe interferir ningún tercero. Sin embargo, el problema no puede despacharse de forma tan sencilla.
En este caso no se reduce a una alianza desventajosa con los chulos de la tiranía cubana; o de asociaciones económicas leoninas con los pragmáticos chinos; ni siquiera, de convenios desiguales con el señor Vladimir Putin. Frente a esos escenarios, el gobierno norteamericano no ha pasado de mostrar su enorme desagrado y aplicar unas restricciones que no han provocado los resultados esperados. Maduro ha sobrevivido serpenteando los obstáculos. Ahora el conflicto toma un curso diferente. En la actualidad se trata de que el gobierno de Maduro está tejiendo nexos demasiado estrechos con un Estado acusado de fomentar el terrorismo a escala internacional y de apadrinar grupos antinorteamericanos y antisemitas tan agresivos y destructivos como Hezbollah, la Yihad Islámica y Hamas. Esos vínculos con la teocracia iraní, tan ávida de expandirse por el planeta, coloca el conflicto de Venezuela en una nueva dimensión.
En Estados Unidos los republicanos y los demócratas difieren en casi todos los puntos que forman parte de la agenda nacional: desde cuál debe ser la orientación del presupuesto nacional hasta cómo actuar frente a la pandemia del Covid-19. Dentro de la opinión pública ocurre lo mismo. No existen acuerdos unánimes, ni siquiera amplios, en torno al matrimonio entre parejas del mismo sexo o a cómo actuar frente al número creciente de emigrantes. No obstante, hay un aspecto en el que todos los norteamericanos están de acuerdo: preservar la seguridad nacional; no tolerar ninguna amenaza que arriesgue su integridad. Cuando la seguridad nacional se ve en entredicho el país reacciona de forma cohesionada.
El giro dado por Maduro tensó la cuerda. Cuesta creer que los clérigos fundamentalistas chiitas -en permanente competencia con sus eternos rivales, los clérigos sunitas, para ver cuál de los dos grupos crece más alrededor del globo terráqueo- vean a Venezuela como una simple oportunidad comercial. Hay que observar cómo evoluciona la relación entre el gobierno izquierdista de Caracas y la teocracia de Irán. Conviene estar alertas y muy preocupados. El régimen pasó a jugar en una liga peligrosa.
@trinomarquezc