Aunque hace parte de la población más vulnerable a contraer la Covid-19, María Sierra tuvo que salir de su confinamiento para volver a lo que por 45 años le ha dado el sustento para su casa: la venta de morcillas.
Por lanacionweb.com
Ella hace parte del grupo de personas de la tercera edad que, aun mucho antes de la cuarentena, ha tenido que venir enfrentando un distanciamiento peor, el de los hijos que se han tenido que ir al exterior en busca de mejores oportunidades.
—Yo vivo sola -afirma Sierra-. Mi hija y mi nieta viven en Perú. Ella me dice que la situación está difícil, pues hay muchos casos del virus por allá.
Como mucha de la gente que hace vida laboral en el sector, las medidas de restricción que obligaron al cierre provisional del terminal de La Concordia le cambiaron su rutina y su puesto de trabajo.
Si antes trabajaba de lunes a viernes, ahora lo hace en los días que el dispositivo de seguridad lo permite; si lo hacía en la tarde, cuando más clientes atendía, ahora lo hace en la mañana; si antes era todo un icono gastronómico en la entrada del terminal terrestre, ahora sus tradicionales y no tan tradicionales clientes la ubican a un lado, en el sector El Samán, donde se ha improvisado un mercado de pulgas, cerca del cual también se da la venta de frutas y verduras, e incluso otros “extraños” comercios se dan a plena luz del día.
—Yo antes vendía en la tarde; ahora me toca en la mañana porque en la tarde está todo solo -expresó-.
Reside en San Josecito y, como puede, desde allá se viene. El transporte la deja a la altura de la Coca-Cola, aproximadamente a un kilómetro de donde se acomoda para vender sus delicias culinarias. En carrito lleva sus morcillas y su olla, que adapta a un pequeño anafre. Y con las mismas se retira después del mediodía a su confinamiento.
Ya en su casa, lo que hace es dedicarse a sus oraciones, consagrándole de que en el mundo pronto se acabe la pandemia.
–Hay que pedirle mucho a Dios, que esto se va a eliminar -expresó-.