La última vez que se le vio la cara a Daniel Ortega lucía desorientado. Fue por televisión, el 18 de mayo pasado, y comenzó su discurso diciendo: “Hoy 21 de mayo…”. Estaba en su búnker de El Carmen en un set armado para sus esporádicas apariciones en cadena de televisión. Como ya es costumbre abundaron las flores, las canastas con dulces y panecillos de maíz, y sillas dispuestas para una veintena de personas. Sin embargo, en la mesa solo estaban cuatro. A la izquierda de Ortega, la doctora Martha Reyes, ministra de Salud; a la derecha el doctor Gustavo Porras, presidente de la Asamblea Nacional; y a su lado, la infaltable Rosario Murillo, vicepresidente y esposa de Ortega, que le soplaba con susurros en sus equivocaciones: “Es 18 de mayo, es 18 de mayo…”
Por Fabiana Medina Sánchez / infobae.com
Daniel Ortega, como persona, bien puede ser puesto como ejemplo de un cuidado responsable ante la pandemia del COVID-19. Alumno aventajado del #QuedateEnCasa. Desde antes que la peste llegara oficialmente a Nicaragua, se agenció de 110 galones de alcohol gel y 5000 de guantes de latex para su familia y personal a su servicio; sus nietos dejaron de asistir al colegio donde estudiaban; muy de vez en cuando habla solo con un pequeño grupo ante las cámaras, siempre desde su casa; y este domingo 31 de mayo cumplió 100 días sin que se le haya visto fuera de su hogar. La última vez que participó en un acto público fuera de su casa fue el 21 de febrero pasado, en una actividad del Ejército de Nicaragua.
Ni Ortega ni su esposa Rosario Murillo asistieron a las honras fúnebres del diputado sandinista Jacinto Suárez, quien falleció el 2 de abril pasado. Suárez es un viejo amigo de Ortega desde el barrio en que crecieron, en las primeras andanzas guerrilleras y la prisión que purgaron juntos desde 1967 hasta 1974 en las cárceles somocistas.
Tan cuidadoso es Ortega consigo mismo, que en Nicaragua se popularizó en redes sociales una campaña irónica con la etiqueta #SéComoOrtega. “Ortega no va a marchas ni reuniones. Ortega no manda a sus nietos a clases. Ortega no sale para nada de casa. A Ortega le interesa su vida. Sé inteligente, sé como Ortega”, dice el mensaje virtual.
Sin embargo, como presidente es todo lo contario. En su última aparición criticó agriamente la campaña “Quédate en casa”, la que atribuyó a organizaciones opositoras y de la sociedad civil que manejan “ese discursito para aprovecharse” políticamente de la pandemia.
“El quédate en casa destruye el país”, dijo Ortega tras exponer una interpretación radical de la campaña, en la que incluyó a enfermos, personal de salud, policías y militares confinados y describió un escenario apocalíptico donde la población estaría desprotegida ante la delincuencia y los enfermos muriendo en casa. “Les vamos a decir (a los enfermos) que se queden en casa y no busquen la atención. ¿Cómo se van a quedar en casa? ¡Se mueren!”, alegó.
El gobierno de Daniel Ortega ha sido criticado por actuar en dirección contraria a las previsiones que tomaron la mayoría de países del mundo ante la inminente llegada del coronavirus. Nicaragua no cerró sus fronteras, no estableció cuarentenas ni suspendió las clases en las escuelas, y, al contario, promovió actividades de concentración masiva que alarmaron a los especialistas en epidemias.
A principios de abril, la directora de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne, manifestó su preocupación por la forma cómo estaba manejando la pandemia el gobierno de Nicaragua. “Tenemos preocupaciones en cuanto a la falta de distanciamiento social, las aglomeraciones masivas, tenemos preocupaciones sobre las pruebas, el rastreo de contactos, sobre el reporte de casos, también nos preocupa sobre lo que vemos cómo inadecuado, en cuanto a control y prevención de la infección”, dijo durante una conferencia de prensa virtual.
La escritora nicaragüense Gioconda Belli tiene dos explicaciones al comportamiento del gobierno ante la pandemia. “Una es que el pensamiento mágico de la vicepresidenta (Rosario Murillo) la llevó a pensar que aquí el virus nos pasaría de largo y que para demostrarlo sacaban a la gente a la calle”, dice. “La otra es macabra, pero de lo macabro de esta pareja ya nadie se extraña: puede que, conscientes de su desgaste y de las presiones que les venían para las elecciones, estén invocando la catástrofe, promoviéndola, haciendo que nos enfermemos todos para eventualmente cobijarse con la debacle autoinflingida para cancelar las elecciones y quedarse en el poder hasta 2024”.
Eso explicaría, según Belli, por qué tanto Ortega como su familia no se exponen como les piden a sus seguidores. “Se guardan para seguir en el poder”, calcula la escritora.
“Si esta tesis resulta cierta, lo veremos pronto”, señala. “Abrazarán la pandemia, se harán las víctimas. Culparán a Estados Unidos y al falso golpe de Estado de las fallas del sistema de atención médica. Apostarán a recrudecer la represión, a indoctrinar a sus bases a punta de su narrativa religiosa y manipulada y a revivir el discurso antimperialista de los años 80. Convertirán el descontento en odio de clase y agresividad. No sé si este habrá sido su plan desde el principio. Saben que si hay elecciones limpias no las ganarían. Es terrible hasta pensar que hayan tenido un plan como éste, pero han demostrado una capacidad de intriga y de menosprecio a la vida que permite este tipo de especulación”.
El analista político Eliseo Núñez, la actitud de Daniel Ortega se resume en una palabra: “Es cobardía”, dice. “Él tiene horror a la muerte y hoy tiene más horror que nunca porque sabe que la rebelión del 2018 pulverizó su estrategia de sucesión familiar”.
A Ortega, dice Núñez, se le maneja como una especie de deidad oriental, al estilo de Mao Tse-Tung, de China, o Kim Il-sung, de Corea del Norte, y eso explicaría la decisión de preservarse él y los suyos “con desprecio a la vida de los demás”.
“Estoy esperando para ver si van a participar en El Repliegue, si se van encerrar en el bus o lo van a trasmitir en vivo desde El Carmen”, apunta Núñez en alusión a una tradicional celebración sandinista que recrea a finales de junio una masiva retirada guerrillera que sucedió en junio de 1979, desde Managua a Masaya (30 kilómetros aproximadamente). Ortega ha participado todos los años, al comienzo hacía el recorrido caminando, y ahora, con la edad, lo hace en un bus con su familia.
Para Eliseo Núñez la actitud despreocupada que tanto Ortega como Murillo han asumido frente a la pandemia, tiene que ver con la particular concepción del poder que manejan. “En la psicología del poder que tienen, que es estrambótica, ellos son infalibles. Nicaragua no iba a tener COVID, aquí iba a morir menos gente que en otros países y el sistema de salud funcionaría. Para ellos, reconocer contagios es atentar contra esa infalibilidad que es parte de esa concepción absurda que tienen del poder”.