María -nombre ficticio- recorrió los aproximadamente 3.500 kilómetros que separan su Rumanía natal de Málaga para trabajar en un club de alterne de la Costa del Sol. Nadie la engañó, era consciente de lo que venía a hacer, al menos es lo que transmite cuando manifiesta que lo había hecho con anterioridad. “Estoy unos meses trabajando y regresó”. Una temporera del sexo, a la que el dinero le compensa acostarse con desconocidos, pero que ahora, como muchas otras prostitutas, permanece confinada en su club a la espera de saber qué pasará en las próximas semanas: “Si abren, no me voy”.
Por: El Mundo
Junto a su compatriota y compañera Nicoleta -nombre ficticio- atiende a EL MUNDO vía telefónica para explicar cómo viven la pandemia aisladas en un prostíbulo. Clara, directa, con un toque resabiado, pone tiempo a la conversación: “Sólo unos minutos, cariño”.
“Afortunadamente estamos bien”, comenta en un buen español cuando se le pregunta cómo se encuentran y si han tenido problemas de salud. “Hemos salido a comprar tabaco, al supermercado o a la farmacia”, explica cuando describe su día a día.
Nicoleta, con mayores dificultades con el idioma, delega cualquier respuesta en su amiga, a quien ha conocido en Málaga. “Cada una vino por su cuenta” y coincidieron en el mismo club. Apenas dejan entrever las circunstancias de sus vidas y se limitan a decir que “estamos en contacto con nuestras familias y hablamos con ellas todos los días”. Silencio e intentos de dar por concluida la charla cuando se les pregunta si sus seres queridos saben qué han venido a hacer a la Costa del Sol. Ese no es el tema convenido.
Ahora, a las puertas de la “nueva normalidad”, ambas se encuentran a la espera de saber cuándo reabrirán los clubes para decidir el futuro inmediato de sus vidas. “Los dueños -del local para el que trabajan- nos dirán cuánto tiempo puede pasar”, afirma María, que aclara que, “si abren, no me voy”. En caso contrario, buscará una salida en otro establecimiento o regresará a su país.
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