De migrante a retornado: La complejidad de regresar a Venezuela

De migrante a retornado: La complejidad de regresar a Venezuela

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Muchas de estas personas se fueron con grandes dificultades y regresan con más penurias / Foto La Nación

 

Cinco testimonios reflejan la complejidad de un retorno que los obligó a caminar kilómetros para poder llegar a la frontera. Ya en La Parada, Colombia, aguardaron días para cruzar

Por Jonathan Maldonado | La Nación





Miles de migrantes venezolanos se han visto en la necesidad de rehacer sus maletas para retornar a su país. La covid-19 es la razón de la travesía que emprenden desde diversas ciudades de Colombia, o desde otras naciones como Perú y Ecuador. El no tener nada en sus bolsillos los lleva a regresar.

A La Parada, Colombia, reconocida localidad neogranadina, los retornados no cesan de arribar. Cada humanidad tiene mucho que contar. Las historias se entrelazan en medio de un calor que hace más agotadora la espera. A medida que van llegando, se van acomodando en una fila que se traduce en días de angustia y desespero.

La mayoría dice estar consciente de los protocolos por los que deben pasar una vez toquen suelo venezolano: chequeos, pruebas rápidas y aislamiento preventivo por 15 días. Una vez cumplan con estas normas contra el coronavirus, si se mantienen negativos, son evacuados a sus estados de origen.

Sin embargo, los días de espera en La Parada hacen que el proceso se prolongue. Un ciudadano puede sumar hasta ocho días durmiendo sobre la rudeza del concreto, mientras aguarda para atravesar el tramo binacional. Para hacer más llevadero del panorama, están quienes van entablando empatía con otros grupos y así apoyarse ante cualquier eventualidad.

La vigilancia en la zona neogranadina, por parte de la policía, es perenne. Muchas veces, el sol inclemente del lugar, sumado a la agobiante espera, pone un poco tenso el escenario y se va suavizando a medida que la tarde cae y se disipa un poco el bochorno de casi toda una jornada de aguante.

“Donde me agarraba la noche, dormía”

En el momento de la entrevista, Saulimar Tarazona sumaba siete días de espera en La Parada. Lo hacía bajo una carpa improvisada y al lado de otros compañeros de travesía. En Bogotá, ciudad que la recibió como migrante, vivió durante un año.

Cuando la dama decidió retornar, supo que lo iba hacer a pie, pues no tenía los ahorros para pagar un autobús. Un vez arrancó su trayecto, “pasaba la noche donde me agarrara; ahí dormía”.

Al rememorar tan reciente episodio, precisó que sus pies aún están adoloridos por las ampollas que le salieron a causa del maratón obligado. La dama baja la mirada hacia esa zona de su cuerpo y añade: “también los tengo hinchados; ha sido muy duro”.

“En Bogotá trabajaba en un restaurante. Me cuesta un poco regresar”, dijo mientras aclaraba que su gran preocupación es la necesidad que está viviendo en la actualidad, la cual no ha amilanado el gran deseo de ver a sus hijos. “Tengo un año sin verlos, eso es lo que me motiva realmente”, agregó.

En La Parada, contaba una semana a la intemperie. “Las autoridades no nos han dicho nada. Bueno, solo nos dicen que hay que esperar, esperar y esperar. Al día, si no me equivoco, pasan 300 personas”, resaltó.

Cuando cae la noche, señala, el asfalto sigue siendo la única alternativa para apoyar el cuerpo, y que amortigua un poco con la maleta o costales. “Por lo que veo, debo pasar otro día. Ya la cola no se movió más”, soltó mientras respiraba tan profundo como las ganas de estar en su tierra.

“El día a día es así, llevando sol. Creamos una carpa con bolsas para protegernos un poco”, enfatizó, para luego rematar con una visión a futuro: “cuando se acabe la pandemia, si tengo chance, regreso a Colombia”.

 

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