Una relación de pareja unilateral contradice todo principio de lo que se considera un vínculo afectivo. Es la ruptura de la reciprocidad y la vulneración de ese equilibrio perfecto que debe conformar el sustrato relacional. Sin un compromiso conjunto, sin esa voluntad espontánea y auténtica de cada uno por cuidar los detalles cotidianos, con respeto y cariño, todo se viene a bajo.
Ahora bien, lo más complejo de todo esto es que tardamos bastante en darnos cuenta. Porque ese desgaste o esa distancia por parte de uno de los miembros de la pareja llega muy poco a poco, camuflado (en apariencia) por la rutina, la presión del trabajo y esas obligaciones externas que quitan tiempo en casa y al ser amado… Hasta que finalmente uno toma conciencia de que ya no hay equidad ni aún menos presencia.
Aunque tengamos a nuestra pareja al lado, sentimos frío y distancia emocional. Esa ausencia en afecto y voluntades es lo que va configurando la unilateralidad, ese escenario en el que solo uno aporta, nutre y se esfuerza por mantener a flote el lazo. Este tipo dinámicas se definen a menudo como relaciones enfermas.
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