Harald Uhlig, destacado profesor de la Universidad de Chicago y editor del Journal of Political Economy, ha sido expulsado de su puesto en la revista en medio de un escándalo que llegó hasta la presidencia de la American Economic Association. ¿La razón? Uhlig cuestionó la idea de “Black Lives Matter” de abolir las policías en Estados Unidos.
Poco antes, la película “Lo que el viento se llevó” había sido eliminada temporalmente de la cartelera de HBO Max por su supuesto contenido racista. Hace unos días, la cerveza Colonial en Australia era retirada de distribución porque su nombre podía ser interpretado como ofensivo por grupos descendientes de nativos.
Paralelamente, se tumbaban decenas de estatuas en diversos países, entre ellas, de Cristóbal Colón por ser el origen de todos los males de América, de Mahatma Gandhi por comentarios ofensivos hacia los africanos, de soldados confederados, de filántropos, etc. También se atacaba la estatua de Winston Churchill, bajo acusaciones de racismo y se amenazaba a la autora de Harry Potter J.K Rowling de que no se seguirán produciendo películas de sus libros, por afirmar que el sexo biológico existe.
Estos son tan solo unos pocos ejemplos de la ola de fanatismo religioso que sacude a occidente, sumergiéndolo con rapidez en lo que el filósofo Roger Scruton denominó “una nueva era de oscuridad”. Se trata de una neoinquisición, como la he llamado en un libro reciente analizando en profundidad el fenómeno, que no acepta el diálogo racional como la fórmula para aproximarse a la verdad, porque abraza dogmas de fe cuyo cuestionamiento está prohibido.
El origen intelectual de este impulso purgatorio se encuentra en académicos y pensadores de izquierda cuya visión es que occidente sería una civilización opresiva creada en beneficio del hombre blanco heterosexual para marginar a todos los demás grupos. Estas ideas, repetidas por décadas desde las facultades de humanidades, han logrado alcanzar un punto de inflexión en que han transformado nuestra cultura, desde una basada en la dignidad del individuo, a una fundada en el victimismo tribal.
Si en las culturas del honor el heroísmo era la fuente de reconocimiento social, en las culturas del victimismo, explican los sociólogos Bradley Campbell y Jason Manning, ese estatus lo confiere la condición de víctima. Como consecuencia, alegar que se es oprimido por el orden social del hombre blanco se convierte en una fuente de credibilidad moral, de reconocimiento colectivo y de justificación para demandar todo tipo de ventajas y reparaciones de modo de corregir la supuesta opresión. Por ello, los diversos grupos, añaden los sociólogos, tienen todos los incentivos para jamás asumir responsabilidad por su propia existencia y culpar siempre a otros de que los agravian, pues en el minuto en que dejan de declararse víctimas, su estatus se derrumba.
Es esta ideología, según la cual occidente es una construcción opresiva y donde los diversos discursos y estructuras sociales servirían a los dominadores, la que se encuentra detrás de la purga y censura que lleva adelante la neoinquisición. Se trata, en definitiva, de un colapso de la esfera pública como espacio de diálogo racional y del triunfo del irracionalismo que Karl Popper denunció como consustancial a los movimientos totalitarios del siglo XX. Lo peor es que casi todos se han contagiado de sus premisas, derrumbando así los diques que contenían esta nueva revolución cultural.
Este artículo fue publicado originalmente en Fundación para el Progreso (Chile) el 18 de junio de 2020