Después de 13 años de escribir semanalmente columnas de opinión en diversos diarios del país y de haber hecho una pausa -prolongada ya por más de 4 años-, consciente de que el ser humano siempre debe darse tiempo para evaluarse y repensarse, antes de seguir repitiendo los mismos manidos argumentos que de tanto publicarlos no emocionan ni conquistan a nadie, regreso hoy al teclado para no ahogarme en la tristeza y en la indignación que me causa ver a nuestra Venezuela perdida, violentada, sin rumbo y en declive constante, inmersa en un sainete barato, en un circo diario de alocuciones en las que a todos nos pretenden tomar por tontos y en las que nadie es responsable de nada, ante la tragedia que parte el alma por evidente y grotesca.
¿Qué es lo que no puedes ver que la mayoría de los ciudadanos de a pie no sólo ve, sino que siente a diario? ¿Qué es lo que pretendes esconder que resulta evidente e inocultable para los millones que han tenido que emigrar a buscar suerte en otras tierras? ¿Qué es lo que defiendes más allá de tus propios privilegios en el poder? ¿Cómo puedes verte al espejo, sabiendo que tú puedes hacer algo? ¿Cómo puedes lucir impertérrito ante esta imparable caída al abismo? ¿Te ves diariamente al espejo y te sientes orgulloso sabiendo en lo que hoy se ha transformado nuestra patria?
Han convertido a nuestro pueblo, otrora orgulloso de sus logros, en un gigantesco mar de damnificados que sobrevive para mal alimentarse; a nuestros ancianos en seres tristes con pensiones de hambre, algunos con suerte subsisten con las pocas remesas que del extranjero algún pariente, partiéndose el lomo, les pueda enviar; a nuestros jóvenes en personas cuyo único sueño es ver cómo logran huir para ver si afuera, con esfuerzo, pueden labrarse algún futuro; al profesional asalariado en un mendigo incapaz de vivir decentemente del producto de su trabajo.
Han creado una sociedad del rebusque, de la coima, de la comisión como instrumentos diarios de sobrevivencia, porque fulminaron el valor del trabajo; han ahogado al que produce; han sepultado al que tiene iniciativa; han encarcelado, inhabilitado o exiliado al que disiente; han terminado con los que otrora fueron eficientes servicios de luz, agua o gas doméstico; han censurado, bloqueado, han amenazado a todo y a todos. ¿Te miras al espejo con orgullo cada mañana al saberte parte de todo esto?
Esa dantesca foto de nuestra cruda realidad no tiene nada que ver con los espejismos controlados, fanatizados (cada vez más minoritarios) o comprados con los que te haces rodear. No tiene nada que ver con los halagos que te hacen los interesados en mantener su estatus o su poder. Los que se prestan a cumplir tus órdenes sin chistar. Quienes te venden que eres otro prócer vivo que se sacrifica por la patria. ¿Cuándo te miras al espejo de verdad te crees todo ese cuento?
Si mirándote al espejo, allí sólo frente a ti mismo, sabes que todo está mal; allí solo con tu conciencia, sabes que no va a mejorar; allí frente a tus arrugas y canas, sabes que la rodada en la cuesta va a continuar; allí frente a ti mismo ¿no te da algo de vergüenza?
¿Para qué más poder o más dinero, para qué? ¿Te lo has preguntado alguna vez?
La revolución en la que tal vez alguna vez creíste fracasó. No es el primer experimento que se intenta hacer que se va al traste y seguramente no será el último. Siempre, desgraciadamente, a costa de muchas vidas. Es simplemente cuestión de revisar el balance, de contraponer logros versus fracasos, que los coloques en una balanza y ver hacia cuál de los lados de inclina. Tu revolución naufragó y, mientras más tardes en aceptarlo, más muertes, más destrucción y más miseria sufrirá nuestro pueblo.
¡Aja¡ y ahora la pregunta esperada: “¿y yo qué puedo hacer si ya soy parte del sistema?… si el sistema cae, yo caigo. Los gringos nos tienen acorralados y asfixiados, estamos rompiendo con la Unión Europea, las democracias del mundo ya nos condenaron”. Cierto. Pero siempre podremos parir una solución aquí adentro, que nos incluya a todos y que acabe progresivamente con el sufrimiento de nuestra gente.
Parir la solución comienza primero por reconocer que esto fracasó y que mantenerlo nos hunde más. Parir la solución requiere verdadera voluntad de cambio. Parir la solución requiere sincerarnos todos; implica respetarnos todos. De allí en adelante comienza un trabajo que no puede cesar, que necesita urgencia, un trabajo que requiere constancia. Será criticado por unos y halagado por otros. Contará con los mejores asesores que aporten las mejores ideas. Dejará a muchos políticos descontentos y a otros conformes. Generará incluso frustraciones en algunos, pero traerá verdadera paz a las mayorías. No una paz ficticia basada en simulaciones electorales para no cambiar nada. Una paz cierta fundada en un nuevo pacto fundacional y democrático.
Ese nuevo pacto inclusivo debe ser la puerta que abra el futuro de todos, de los que nos gustan y de los que no nos gustan. Sin impunidad, pero con perdones. No es fácil, no está a la vuelta de la esquina, no se compra en botica; ¡se construye, se trabaja, se logra!. Y luego, tal vez algún día, allí solo frente a tu espejo, podrás sentirte orgulloso.
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