Profundamente significativo, la independencia venezolana tuvo por origen la deliberación. El 5 de julio de 1811, condensa todas las inquietudes, pareceres y también temores de una hora que se supo estelar en todo el continente.
En una extraordinaria conferencia virtual a la que concurrimos ayer, la Dra Carole Leal, así lo ratificó, luego de disertar en torno al proceso electoral que dio origen al Congreso Constituyente. Y, aunque se ha perdido un buen porcentaje de las actas de entonces, hay evidencias de un rico y continuo intercambio de ideas de profundidad en medio de las apremiantes circunstancias y las variadas presiones políticas del momento.
Parlamentarizadas las aspiraciones por la libertad, encontraron cauce y orden las numerosas demandas surgidas de una naciente y activa opinión pública. Al igual que la Junta Patriótica, otros clubes políticos intentaron influir en la voluntad de una representación que, con todas sus imperfecciones, insistió en reivindicarse como tal.
Hubo disidencias manifiestas en relación a la propia declaración de Independencia o del modelo a acoger, añadida la posibilidad de una monarquía constitucional. Aquellas discrepancias no acarrearon el desconocimiento de la investidura, la estigmatización inmediata o la criminalización del parlamentario en trance de hacer historia.
Quizá la impresión de un congreso timorato, tímido o débil para dar el paso decisivo, fruto de la intensa propaganda de grupos que rivalizaron por la atención pública, dejó una huella en el inconsciente colectivo, capaz de aminorar el papel del parlamento de compararlo con los otros órganos del Poder Público, a la postre. Quizá, por siempre, se le supuso domicilio seguro de lo peor de la política que es la política de lo peor, como casi dos siglos más tarde se hizo moneda común para facilitar la emergencia del proyecto totalitario hoy en curso.