Hay básicamente tres formas de salir de un gobierno o de un régimen. El primero es mediante el voto popular cuando éste elige y expresa la decisión de la mayoría del pueblo, el segundo es con una revolución social que depone al gobierno en funciones e instaura uno nuevo o abre paso mediante una transición y el tercero es a través de un golpe de Estado. Lo ideal es que el pueblo vote y que su voto sea la manifestación de cambio. Después que perdieron las elecciones parlamentarias de 2015, el régimen de Maduro optó por la política de eliminar de facto el voto como instrumento de cambio, en una clara deriva dictatorial. No se había todavía asimilado la victoria, cuando una maniobra de Jorge Rodríguez a finales de diciembre de 2015, usando a la magistrada del TSJ Indira Alfonzo y hoy presidenta ilegitima del CNE, con una medida cautelar que se ha extendido por cuatro años, desconoció a tres diputados indígenas y del estado Amazonas para quitarnos la mayoría calificada de tres cuartas partes del parlamento que ganamos con votos. Luego, la también magistrada y presidenta entonces del TSJ, Gladys Gutiérrez, actualmente también miembro del CNE, dictó en enero de 2016 una sentencia absurdamente increíble mediante la cual se dictaminó que la Asamblea Nacional estaba en desacato y que por tanto todos sus actos serían nulos.
En 2016, cuando se podía invocar la activación del refrendo revocatorio contra Maduro, la misma magistrada Indira Alfonzo, usando una sentencia liquidó ese proceso. Todo ello constituía una política para ir secando el voto como expresión popular y llevarnos a tomar derroteros no electorales. Otra figura muy usada por Chávez y Maduro era la de los protectores: cada vez que perdían una elección de gobernador, seguidamente colocaban a un títere suyo con más poder y recursos que el gobernador electo. Posteriormente, llamaron a una Asamblea Nacional Constituyente en mayo de 2017, violando las reglas elementales previstas en la Constitución, con el objetivo de terminar de anular a la Asamblea Nacional y ayudar a Maduro a gobernar de facto pero con apariencia de legalidad.
Las dictaduras de este tiempo no son las mismas que las del pasado, pero son dictaduras igualmente y eso es lo que rige en Venezuela. El de Maduro es un régimen donde confluyen los elementos más atrasados y pre históricos de la izquierda venezolana con una derecha de vocación militarista y totalitaria para un conformar una forma indigesta de formación política pocas veces vista en el mundo. La manera más eficaz de luchar contra ella es apelando a la voluntad del pueblo y haciendo todo el esfuerzo por rescatar el derecho al voto y que éste permita elegir. Intentos de golpes lo que hacen y han hecho es fortalecer a la crápula en el poder y darle los argumentos para que repriman. Por ello, en esta coyuntura dramática que vive Venezuela la política correcta es levantar un movimiento nacional fuerte con apoyo internacional por el rescate de la soberanía popular usurpada para que el pueblo pueda votar libremente. Sin embargo, cualquier medio para restituir el orden constitucional y esa soberanía popular es moralmente válido.