Que la lucha por la independencia de Venezuela estuvo teñida de sangre por más de una década y la saña que la caracterizó en sus primeros años, sobre todo aquel terrible 1814, superó al resto de los procesos coetáneos en la América Hispana, hoy quizá luce fútil. Si a ello le agregamos, la vorágine federal que, a mitad del siglo XIX, apenas treinta años después de la magna gesta, casi condenó a la disolución política y social de aquel endeble país, su secuela demográfica resulta banal para los cultores de la barahúnda.
No resulta inverosímil elucubrar que cuando transcurra el tiempo necesario, a veces más de lo esperado, y se haga referencia al sacrificio de los venezolanos en esta hora menguada, salte alguno a negar o al menos a relativizar, el genocidio programado que el régimen totalitario ha puesto en marcha en Venezuela, siguiendo a pie juntillas, apolillados métodos estalinistas.
Esta suerte de Holodomor criollo azuzado por tenebrosas mentes de naturaleza criminal, resueltos a no entregar jamás el poder político que lograron asaltar, puede que haya comenzado a ensayarse de manera focalizada hacia sectores opositores particularmente activos, muchos de los cuales, al ver recrudecer los sinsabores del panorama nacional, optaron por una emigración forzada, que permitió al chavezalato primero y luego al madurato, liquidar de un tajo su incidencia electoral.
Y ante la imposibilidad de seguir maquillando la caída de la renta internacional de petróleo, como bien lo definiera Asdrúbal Baptista, los personeros de la ignominia no dudaron en desplegar todo el horror de una política deliberada que ya no solo dirigida contra opositores sino contra su propia clientela. El déficit nutricional agravado y la insuficiencia de medicamentos pulsada con mayor dramatismo entre 2014 y 2017, causó estragos inimaginables a dos generaciones de venezolanos que mal que bien había sobrellevado su vida imbuidos por el consumismo de otrora.
De manera que rasgos cotidianos del presente como la escasez, la hiperinflación, el colapso generalizado de los servicios públicos y privados, la inseguridad jurídica, entre otras malignidades que afectan como un todo al cuerpo social del país, tienden a somatizarse individualmente, concitando víctimas mortales, la más de las veces no cuantificadas por los registros oficiales.
No se trata simplemente de reducir la calidad de vida del venezolano promedio hasta doblegarlo y colocarlo a merced del Estado totalitario, sino de dar de baja por la vía del suicido, la muerte súbita, la riña callejera, entre otros, a todo aquel sea chavista u opositor en un rango de 40 y 70 años de edad, que hoy resulta un fardo entre pesado y poco confiable a un régimen que apuesta en el mediano y largo plazo controlar las mentes de millones de niños, adolescentes y jóvenes adultos “nacidos en revolución”, maleables y propensos a servir de cohesionada tropa, tal como lo advirtiera el relato orwelliano.
Ese Holodomor nuestro, del que probablemente no se hallarán pruebas documentales, será negado una y mil veces por una maquinaria de propaganda mundial complaciente y oportunista, que a lo sumo comienza a rumiar que el proyecto venezolano no representa el verdadero socialismo.
¡Que Dios nos agarre confesados!