Inaceptable, viajar a Australia, para contraer el Covid-19 y, de paso, congestionar las redes sociales con boletines sobre los avances de la enfermedad, la tos, flema, grado de oxigenación sanguínea; las temperaturas, bucal, axilar, rectal; horas de sueño y horas de vigilia, del enfermo y de la esposa del enfermo.
Inaceptable, por igual, que otro contagiado, con ganada fama de bobo, vago de solemnidad, que nunca ha dado golpe en la vida – ni lo dará – haya sido, de los primeros infestados de la pandemia y, por ende, acaparador de centimetraje en los medios de comunicación ¿y por qué habría de contagiarse, quien nada útil hace fuera de casa y dentro de la misma, tampoco?
Inaceptables, tales conductas coronavirosas, a menos que se esté en presencia de, Tom Hanks, rutilante actor de cine, en el primer caso y en el segundo de, Charles Philip Arthur George, Príncipe de Gales, sucesor directo a los tronos de Reino Unido y del Commonwealth.
Pero, los narcoRobolucionarios, ni son galanes de Hollywood, ni miembros de realeza alguna. Muy por el contrario, constituyen el lumpenproletariat, ético, indecente, más sórdido, de la especie humana.
Bergson escribía que cuando todo está perdido, hay que preservar el glamour. Necesario ponerse bergsoniano ante el eventual contagio de COVID-19 para asumirlo con dignidad. Solo que esta última palabra, dignidad, ha sido erradicada de los diccionarios de determinada narcopandilla. Y vamos con los casos específicos, de dos malqueridos, morales y sociales, roboLucionarios de impura cepa, ignaros, ladrones, narcotraficantes, violadores de DD HH, mentirosos cual prostitutica barata, cipayos, lavadores de dinero sucio proveniente de las actividades más ignominiosas, mercaderes de oro, tinto en sangre compatriota. Ahora pretenden darles a sus hipotéticos contagios, connotación heroica que demanda, según ellos, atención nacional e internacional ¿A cuenta de qué?
Que, si circula por las redes el video en el que, el Segundo de a Bordo de la RoboLución, aparece trepado a un árbol, cual orangután, retando la Ley de Gravitación y al propio virus, para posar, comiendo mangos como un cerdo, en medio de la acrobacia. Que si el otro de sus colegas de narcogobierno, al referirse a su hipotético contagio lo evoca como epopeya y se siente protagonista de “¡Una nueva batalla aferrado a la vida! ¡Oh, Dios!” ¿Cuál nueva batalla, cuál vida de por medio? Si cuando delinque, delinque, sobreseguro, prevalido del Poder. Todo el que pretenda usar su contagio para la promoción personal, no sufre de COVID-19 sino es, coronaviroso de la indignidad. Y si el contagio es fingido, indigno hasta los tuétanos.
Nos viene a la memoria, Daniel Ortega. Meses atrás, se ocultó maliciosamente, por una temporada para crear “suspense” sobre una supuesta enfermedad terminal. Fidel Castro y Robert Mugabe hacían lo mismo, para espiar a sus posibles herederos, políticos y de sus grandes fortunas. La misma burla, con diferente burlista.
Sin embargo, la coda de lo cutre, lo insolente, de la intentona de hacer épico lo banal, corrió por cuenta del lisiado moral y mental, fementido jefe de los supuestos contaminados. Solicitar la intercesión en el asunto del Dr. José Gregorio Hernández, no es ninguna menudencia. Como si nuestro beato, no tuviese cosas más decentes, que hacerse cargo de la salud de un par de delincuentes.
Son las 10:30 de la mañana. El Dr. Hernández hace fila en el Reino de los Cielos, para la expedición de su nuevo carné, que lo acredita como recién ascendido a beato. Lo interrumpe un ángel: “Con su permiso, doctor José Gregorio: Le acaba de llegar de Venezuela este envío urgente”. El mártir -porque, el rigorismo histórico, impone tal tratamiento – abre el sobre. Lee su contenido. Es un manuscrito, plagado de errores ortográficos, de expresiones torpes, soeces, con el membrete de la Presidencia de la República “Bolivariana’”.
En mi tránsito terrenal me honra haber recibido el calificativo de “Médico de los Pobres” ¿Cómo voy a cambiarlo, ahora, por el de “Médico de los Corruptos”? – se preguntó, solo para sí, el sabio -porque, además, fue médico e investigador, eminente.
Y mientras esbozaba una discreta sonrisa, se dio vuelta, estrujó el papelejo y con su proverbial discreción, lo lanzó, ya degradado en objeto arrojadizo, al tacho de basura más cercano.
@omarestacio