“La vida no termina aquí”, suelta Andrés Escobar Saldarriaga de sus labios finos frente a sus familiares en el lobby del hotel Marriot de Fullerton horas más tarde de anotar en contra el gol de la derrota de la Selección Colombia por 2-1 ante Estados Unidos que decretó la eliminación del equipo del Mundial de 1994. Días más tarde, firmaría una columna en el diario El Tiempo con el mismo título. El elegante zaguero zurdo de 27 años sentenciaba con una paradoja su trágico final.
Por Clarín
Diez días después del autogol que había marcado en Estados Unidos, la vida de Andrés Escobar se terminó en el estacionamiento de la discoteca El Indio, en la vía Las Palmas, en Medellín. Fueron seis balazos que se alojaron en el pulmón, el estómago, el cuello y el antebrazo izquierdo los que acabaron con su existencia, un 2 de julio, hace ya 26 años.
Tras el asesinato de Andrés Escobar florecieron las especulaciones: que lo había matado una mafia de apostadores que habían perdido mucho dinero con la eliminación de Colombia del Mundial; que lo mató la presión de narcos y criminales que daban todo por la selección. Que su muerte no tuvo nada que ver con el fútbol. Pero a fin de cuentas, el futbolista murió asesinado por haber anotado un gol en contra en un país dominado por los carteles y una sociedad inmersa en la más profunda violencia.
El Caballero del fútbol
Andrés Escobar Saldarriaga nació el 13 de marzo de 1967 en el seno de una familia de clase media de Medellín, en el barrio Calasanz, desde donde se escuchan los gritos del estadio Atanasio Girardot. Hijo de Darío Escobar, un empleado bancario, y de Beatriz Saldarriaga, fue el quinto hermano (una mujer y tres varones) y desde muy chico tuvo como espejo a su hermano Santiago, que fue futbolista profesional en Atlético Nacional.
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