En 1968, el poeta cubano Heberto Padilla fue encarcelado por su libro de poemas Fuera de juego. Tras una penosa autocrítica al clásico estilo de Moscú, que es el de todos los regímenes comunistas, y gracias a la presión de los intelectuales que no respaldaron la represión castrista -otros sí lo hicieron, y con entusiasmo-, fue desterrado para siempre de Cuba.
Lo conocí una mañana lluviosa en Madrid, entre dos aviones, cuando iba a un encuentro de intelectuales en Alemania u otro lugar de clima aún más frío. Yo había participado con Carlos Alberto Montaner y muy pocos más -Dragó, Armas Marcelo, Severo Sarduy- en la petición del I Congreso de Escritores de Lengua Española, en 1978, en Canarias, para que pudiera salir de la isla. Él lo supo y me lo agradeció con esa pena cansada del que no sabe cómo lidiar lo obvio ni celebrar el respirar. Me pareció una persona fuera ya del mundo, un superviviente de una vida que no era suya, que le habían arrebatado para siempre sus carceleros. Tomábamos café con leche y yo veía en sus ojos acristalados tras unas gafas setenteras la misma lluvia que golpeaba los cristales de aquella cafetería de Madrid, cerca de Barajas. Nunca volvimos a vernos, si es que aquello fue vernos y no despedirnos.
Un poema anticomunista y actualísimo
He recordado a Padilla y uno de los poemas de su libro maldito al ver esta semana al Consejo de Ministros, en pleno y en círculo, aplaudiendo al llegar a Moncloa al presidente del Gobierno, Sánchez, que, uniéndose al círculo, aplaudió, ‘humildeando’, junto a sus aplaudidores. El poema es éste:
INSTRUCCIONES PARA INGRESAR EN UNA NUEVA SOCIEDAD
Lo primero: optimista.
Lo segundo: atildado, comedido, obediente.
(Haber pasado todas las pruebas deportivas).
Y finalmente andar
como lo hace cada miembro:
un paso al frente, y
dos o tres atrás:
pero siempre aplaudiendo.
El poema, como tantos testimonios de resistencia anticomunista, es sempiternamente actual. Éste, en concreto, puede leerse de arriba abajo o al revés, y se mantiene el mensaje, que es el aviso de una amenaza perpetua: si empezamos por el final, no salimos del Gobierno ovacionándose a sí mismo; si nos fijamos en el título, nos parece saludar la “nueva normalidad” decretada por Sánchez cuando nos obligó a aceptar su gran éxito: provocar 50.000 muertos de la covid19, contar la mitad, y encima, presumir de ello.
Sánchez tiene motivos para presumir
Si evitamos la valoración moral, hay que reconocer que motivos para presumir no le faltan. Por mucho menos, la intoxicación del aceite de colza, quedó UCD herida de muerte. Por muchos muertos menos, el PP cargó con la culpa del 11-M, y aún anda huyendo de su responsabilidad, que era la de investigar el culpable intelectual y los autores materiales de la masacre. Por supuesto, si a un gobierno del PP le cae encima la pandemia tras mantener la movida del 8-M, habría dimitido, convocado elecciones y hoy sería ruina.
Pero si después de todo lo que ha hecho, el Gobierno se aplaude, el PP, que ha entrado en una entropía rajoyana verdaderamente patológica, debería darse cuenta de que nunca heredará por las buenas el Poder. Este Gobierno no lo dejará más que arrastras, y no bastará el saldo de las urnas.
Porque lo que inaugura esta forma de gobernar a la que podemos llamar aplausocracia, se sitúa al margen de la moral, la verdad, la realidad, la ley y el más elemental decoro cívico. Es entender y convencer a toda la sociedad de que debe entenderlo igual de que estamos ante una continua representación, un guiñol político, una ceremonia de teatro infantil cuyos papeles administra Doña Tele, ese monstruoso poder mediático que la Izquierda detenta en exclusiva gracias a la política suicida de la Derecha.
La Aplausocracia no admite alternativa
Los aplausócratas parten de una premisa que hace imposible la alternancia política: ellos son los buenos siempre, ellos siempre hacen el bien, y si ellos celebran con aplausos haber conseguido la mitad de la mitad de lo que pedían es porque han tenido un gran éxito. ¿Y cómo se demuestra que es un gran éxito? En que lo celebran con aplausos ¿Qué puede plantear la Oposición ante la Aplausocracia? Con sus reglas, nada. Le haría falta un papel en ese retablo de marionetas y no lo tiene. Sería preciso entrar en la televisión después de los aplausos, y ni sabe, ni puede, ni quiere intentarlo. Peor aún: es tan estúpida que piensa que la Aplausocracia caerá por sí sola.
Es verdaderamente trágico ver cómo el PP de Pablo Casado, con el sólido apoyo de su secretario general, el ‘dizque kiko’ Teodoro García Egea, ha recorrido en el último año y medio todo lo que había avanzado en el primer medio año, pero hacia atrás. Hasta el punto de que hemos vuelto no sólo a la pachorra de Mariano esperando que el Gobierno le cayera en la mano sin moverse de la hamaca, sino a la activa desactivación del partido por el ‘sorayo’ de Murcia, cuya tarea básica es hacer imposible que nadie en el partido haga algo que no sugiera el líder, y como el líder sugiere esperar, que nadie haga otra cosa que obedecer la orden de espera.
Sólo ha habido en el Parlamento una sesión de Oposición importante: la protagonizada por Cayetana Álvarez de Toledo cuando le dijo a Iglesias todo lo que tenía que decirle, de comunista libertófobo a machista irredento y, lo más importante, porque demostraba el fin del miedo a la superioridad moral de la izquierda: que es hijo de un terrorista del FRAP. Pero como ese miedo no ha desaparecido, sino que es, de nuevo, constitutivo y definitorio del Mando, la reacción del PP oficial fue de pavor ante la ruptura del tabú, amplificada luego en los medios, en especial los sensibles al teosorayismo.
Dos días después, fue Santiago Abascal, mientras Pablo Casado se acurrucaba en su escaño a modo de oruga, el que reivindicó el discurso de Cayetana contra Iglesias e, implícitamente, criticó el ilegal comportamiento de la presidenta de las Cortes, que se atrevió a decir que borraba del Libro de Sesiones una verdad indiscutible, demostrada por Cayetana con el texto del artículo publicado por el vicepresidente del Gobierno en homenaje a Carrillo, el genocida de Paracuellos, y enorgulleciéndose de que su padre fuera del FRAP. No del PCE (m-l), ni del comité pro-FRAP: del FRAP.
Lo que el PP no entiende
Que fuera Abascal y no Casado el que respaldara aquel discurso formidable y que, en su casa, aplaudió toda la España anticomunista, en la que están casi todos los votantes del PP, pero, ay, no la dirección, revela el problema de fondo de la Derecha española: sigue sin entender la naturaleza del comunismo, sigue sin querer enterarse de que un Gobierno con Iglesias no es lo mismo que un Gobierno del PSOE, porque si lo fuera, no tendría dentro a Iglesias; sigue sin comprender que el socialcomunismo ha alterado la naturaleza del poder y de las relaciones con él de la ciudadanía, sigue sin darse cuenta de que, después y gracias a la covid19 el Gobierno trata a los españoles como a párvulos, y va a seguir haciéndolo así, porque, si fueran adultos, no habrían tragado lo que han tragado ni tragarían lo que tragarán.
Es estúpido pensar que el dinero de Bruselas será un freno a esta forma de ejercer el Poder, que consiste en ampliarlo ilimitadamente. Al revés: el resultado da igual mientras se mantenga el bululú teatral, el relato, la puesta en escena de un Poder Bueno que afronta las dificultades sin la ayuda de la Oposición. ¿No ve Casado que, mientras tenga éxito el chantaje de que debe ayudar al Gobierno a cambio de nada seguirá pagándolo?
Todo lo que no sea deslegitimar el discurso de la Izquierda y a la Izquierda misma, hoy más hija del FRAP que del PCE, es perder el tiempo. Y el tiempo corre en favor de la Aplausocracia, ese jardín de infancia al que los aplausócratas, comunistas, socialistas y separatistas, quieren reducirnos. Y sin que nuestros representantes, con honrosas, excepciones, sean capaces de ayudarnos. Ellos, a heredar. ¡Como si les fueran a dejar!
Este artículo se publicó originalmente en Libertad Digital el 26 de julio de 2020