A comienzos del año pasado, Yolanda*, una mujer venezolana, recibió una oferta laboral que prometía mejorar su calidad de vida. Todo parecía una buena oportunidad cuando una vecina le dijo que en Colombia estaban buscando personas que vendieran café y otras bebidas calientes, e incluso se ofreció a pagarle los costos de viaje y hospedaje para ella, su esposo y sus hijas de 6 y 8 años.
Yolanda aceptó y emprendió el viaje con su familia. Ella ingresó al país con sus hijas por un paso fronterizo permitido, mientras que su esposo lo hizo por una entrada irregular.
Al cruzar la frontera una persona las esperaba para indicarles dónde iban a vivir. Pero cuando llegaron a la casa, quien les había prometido el trabajo, que en realidad era una captadora, les dijo que no habían venido a Colombia para vender café sino para prostituirse, tanto ella como sus hijas.
Un día después de llegar a la vivienda, una de las personas que hacía parte de la red comenzó a acosar a Yolanda hasta que la agredió sexualmente. Cuando trató de hacer lo mismo con una de sus hijas, Yolanda huyó de ese lugar.
Tras escapar de la vivienda se encontró con su esposo y, después de contarle lo sucedido, toda la familia pasó la noche en una plaza pública hasta que dos policías se acercaron para preguntarles por qué estaban allí. Fueron los primeros en enterarse que eran víctimas de trata de personas.
Leer el resto de la historia en El Tiempo