En Venezuela, donde todo es susceptible de ser utilizado como herramienta política, el COVID-19 no ha sido una excepción. En el régimen no dudo en considerarlo un complot contra China para acabar volviendo a una narrativa xenófoba que lo califica de “virus colombiano”, espejo de la oposición donde, al rebufo de Donald Trump, lo califican de “virus chino”.
Es un país que parece un nuevo tablero de ajedrez de la vieja Guerra Fría y por eso las acusaciones se cruzan sin posibilidad de réplica.
Los nombres de Rusia, China y Estados Unidos, omnipresente cuando se trata de América Latina, se multiplican en Venezuela para referirse a un virus y una enfermedad que nada tiene que ver con política, que contagia y mata.
Estas son algunas claves de la narrativa que tratan de imponer las partes sobre el COVID-19.
1.- UN “ARMA DE GUERRA” CONTRA CHINA
Remontarse al final de febrero es tanto como tratar de adentrarse en una era anterior de la humanidad cuando su recuerdo comienza a desdibujarse. Sin embargo, acudir al comienzo de la pandemia es necesario para ver las raíces de la narrativa del Gobierno venezolano sobre el coronavirus SARS-CoV-2.
Primero fueron los medios del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el partido del Gobierno o el Gobierno del partido, los que dieron pábulo a teorías de la conspiración.
De las columnas de opinión de esos medios, la paranoia tardó poco en saltar a las autoridades y en llegar al propio presidente, Nicolás Maduro, que en el final del segundo mes del año del oprobio aseveró: “Hay muchos análisis en el mundo ya que demuestran que el coronavirus puede ser una cepa creada para la guerra biológica contra China”.
“Ya son muchos los elementos que se ven en el análisis mundial y hay que alzar al voz, llamar la atención y tocar la campana, alerta que no sea el coronavirus un arma de guerra que se esté utilizando contra la China y ahora contra los pueblos del mundo en general”, llegó a decir el mandatario con su peculiar entonación.
Si se cambia apenas una preposición, “contra” por “desde”, la teoría concuerda con la de otros conspiracionistas surgidos de los más recónditos rincones de la extrema derecha oculta en internet junto a terraplanistas, esquizoides del 5G y otros difusores de bulos y paparruchas en general.
Para ellos, el COVID-19 es un virus creado en laboratorios chinos para atacar al mundo.
2.- EL RETORNO
Cuando las teorías de la conspiración contra China campaban a sus anchas, el nuevo coronavirus apenas había superado sus fronteras. Al hacerlo, el discurso cambió radicalmente.
En Venezuela, los ciudadanos miraban con miedo un virus que podía sembrar el terror en un país con un sistema de salud en cuidados intensivos, pero conscientes de que estaban (casi) completamente aislados del mundo.
La falta de viajeros internacionales y de contacto con el exterior en general atrasaron la llegada del virus junto a las medidas radicales de cierre de aeropuertos y vías de ingreso al país. Ya sólo quedaba un acceso para el COVID-19: los migrantes retornados.
Así como se marcharon cerca de 5 millones en busca de un presente mejor, miles de venezolanos han retornado al país, la mayoría de ellos a pie, lo que ha dejado apenas una puerta abierta al virus: la frontera de 2.200 kilómetros con Colombia, una porosa línea limítrofe que no ha parado de dar dolores de cabeza a ambas naciones.
Como un péndulo, en los buenos años de Venezuela y los pésimos de Colombia, era Caracas quien sufría la situación en la frontera, pero al invertirse las tornas, es Bogotá quien padece.
Por esas sendas a veces irregulares han entrado al país, oficialmente, más de 70.000 migrantes venezolanos que antes de cruzar el limes habían recorrido miles de kilómetros a pie, habían dormido a la intemperie, se habían juntado con otros ciudadanos sin controles de bioseguridad y, en definitiva, habían estado en contacto constante con el virus.
Maduro puso en ellos el punto de mira y en Colombia la responsabilidad de la llegada del nuevo coronavirus.
3.- UN ANTIGUO ENEMIGO INTERNO, UNA NUEVA XENOFOBIA
Venezuela, panacea para los migrantes en el siglo XX, acogió a millones de italianos, portugueses, españoles, alemanes, colombianos, haitianos, peruanos o ecuatorianos.
Como en todos lados, el color de la piel y la clase social en la que eran recibidos fue fundamental en su acogida y, tanto por número como por tipo de trabajos ejercidos, los colombianos acabaron siendo el principal objeto de xenofobia de quienes debían acogerles.
Todavía hoy se escuchan viejos estigmas de la xenofobia contra los colombianos de una Venezuela que ya no existe. A sus vecinos les acusan de importar nuevas formas de violencia y criminalidad u oficios humildes, como las ventas informales o el “mototaxismo”.
Ahora que se han intercambiado las realidades, las acusaciones han cambiado de bando y cada vez más colombianos acusan a los venezolanos emigrados de lo mismo de lo que fueron acusados cuando a ellos no les quedó otra alternativa que emigrar.
Cabalgando esa ola popular de rechazo al diferente, Maduro bautizó al SARS-CoV-2 como “el virus colombiano”.
“Nosotros tenemos el ataque del virus colombiano que manda (el presidente de Colombia) Iván Duque con los trocheros”, dijo Maduro a mediados de julio apuntando a su otro enemigo favorito, el uribismo, su némesis, de cuyas filas salió el actual presidente colombiano.
Curiosamente, Maduro ha sufrido más que ningún otro esa xenofobia y, por sus orígenes maternos, algunos sectores de la oposición han tratado de considerarle colombiano, no solo porque la Constitución prohíba a quienes han nacido fuera llegar a la Presidencia, sino porque “colombiano” puede ser utilizado casi como insulto en Venezuela.
Sin ir más lejos, en las últimas sesiones virtuales de la oposición parlamentaria varios diputados se han referido a Maduro como “el colombiano” sin que nadie les censurara.
4.- EL VIRUS CHINO DE LA OPOSICIÓN
El historiador y columnista Elías Pino Iturrieta le puso el cascabel al gato, o nombre al creciente extremismo de la oposición: “El trumpismo venezolano”.
Y si Donald Trump llama al COVID-19 “virus chino”, sus acólitos en Venezuela corren a imitarlo, sin hacerse muchas preguntas acerca de las similitudes entre esa denominación y la de “virus colombiano” que usa su teórico antagonista, tan cercano en la retórica.
El concepto se hizo tan popular que incluso dio título a columnas de opinión y se hizo viral en Twitter, donde muchos heraldos venezolanos del presidente estadounidense no utilizan otro nombre para referirse a un tema tan serio que se ha cobrado la vida de centenares de miles de personas en el mundo.
Resonó tanto el trumpismo venezolano, que la Embajada de China en Venezuela llegó a responder en las mismas redes sociales: “En este momento crucial del combate contra COVID-19, sugerimos que algunas personas también tomen en serio el ‘virus político’. Ya están muy enfermos de esto”.
El virus como arma política, herramienta para enconar el enfrentamiento y acrecentar el abismo que separa a los venezolanos. Sin importar el dolor y la muerte que causa. EFE