Luego, el libre mercado, la propiedad privada y, por supuesto, las libertades públicas e individuales, quedaron consagradas como una fórmula universal que, en última instancia, revindica mejor y convincentemente la dignidad de la persona y la distribución de la riqueza. Hay versiones, como la alemana, pero nadie negara que la defensa es la de la propiedad y el libre mercado. Y para no abundar más al respecto, lo he señalado varias veces, a propósito de la pandemia, tenemos el dramático contraste entre Corea del Norte, sojuzgada y aterrorizada, con hambrunas gigantescas a cuestas, y Corea del Sur que eficazmente puede afrontar y afronta el COVID19.
El régimen socialista arrasó con todo en Venezuela y, agigantado el Estado, devoró el poco o mucho desarrollo comercial e industrial que alguna vez ostentamos. Exacerbó la cultura ultrarrentista para acabar literalmente con la industria petrolera. Entonces, todavía hay quienes desean salir de Maduro para repetir la experiencia con fórmulas de un archicomprobadísimo fracaso. No creen, como lo asegura Evanán Romero, que después de la venidera década de los treinta, los programas de uso alternativo de energía no golpearán duro al petróleo y que no todas las grandes inversiones desesperan por venir a un país que aniquiló la propia industria eléctrica. Sueñan con ese país rentista que no volverá y que urgentemente debe crear y trillar el camino del libre mercado. Vana ilusión.