Han pasado ya cinco meses desde que el virus chino se instaló en nuestra cotidianidad, con más de 150 días de cambios en nuestras rutinas, donde muy pocos han salido ilesos desde cualquiera que sea el punto de vista desde donde se evalúe el impacto de la pandemia; pues sea en lo económico o en lo emocional, o inclusive en ambos, el efecto ha sido sólido, generando en muchos casos estragos, heridas, y turbulencias que han resultado difíciles de superar, atravesar o trascender; y es que en casi todos los aspectos, las circunstancias rebasaron de lejos cualquier previsión.
En general, el mundo entero ha ido dando tumbos en mayor o menor grado ante la incertidumbre de lo desconocido, pero lo que no ha faltado, al menos donde la libertad de expresión es la norma, es la estadística y su difusión, para a partir de allí saber hacia donde transitar en ese escenario turbio en el que nos ha sumergido el covid-19. Así, conocer con certeza y a tiempo las cifras confiables de contagios, recuperaciones y donde ocurren, las cifras del desempleo, de cierres de emprendimientos, en fin, la transparencia en la gestión de la crisis, es fundamental para construir la recuperación y no sucumbir en el intento; pero al llegar a Venezuela, como ocurre en cualquier jurisdicción donde impere un régimen autoritario hegemónico, encontramos que la opacidad típica de la incertidumbre se combina con la de la falta de información, que ha sido la norma y la constante durante dos décadas, cuando se instauró la censura como política oficial del desgobierno para invisibilizar su monumental fracaso, aunque desde Miraflores se insista en promover que en el país no hay pobreza, escasez, inflación, enfermedades, hampa, corrupción o hambre, mientras la realidad del nivel de deterioro exponencial se exhibe a un punto, donde ni con el silencio más absoluto y sepulcral puede ocultarse nuestro estado de emergencia; y es allí, donde sin excepción, los venezolanos nos encontramos andando día a día en la más densa oscuridad, guiados únicamente por nuestro sentido común e intuición.
Quien haya navegado en la oscuridad o volado entre nubes, conoce perfectamente cuanto se aprecia una pequeña luz o referencia que sirva de guía para ubicarse y evitar perderse. En nuestro caso, aunque la intención, propósito y objetivo del desgobierno es que vayamos a la deriva sin rumbo alguno, por suerte aún se asoman algunos destellos y se mantienen algunas luces encendidas que nos muestran nuestro Norte y por tanto el único camino posible a seguir para superar el accidente histórico del chavismo, que es el de concretar el cambio político para conquistar la democracia, la libertad y retomar la senda de la prosperidad, todo lo cual, aún y cuando suene lejano y a ratos casi imposible de alcanzar, está allí a la vuelta de la esquina y en gran medida esperando por un envión final que solo está en nuestras manos, para lo cual como ciudadanos, cada uno y sin excepción, estamos obligados a asumir que somos actores fundamentales y protagonistas de una gesta extraordinaria que marcará nuevamente un hito del significado de la libertad en la América Latina.
Contra todo pronóstico, no estamos entonces a la deriva y allí esta la luz recién encendida por el llamado a dibujar una hoja de ruta común con total respaldo unitario, no solo de los partidos políticos, sino de todos los sectores. A esa luz debemos seguir y a ella aferrarnos hasta alcanzar el objetivo de conquistar la libertad, entendiendo y asumiendo que a nosotros como individuos nos toca a cada uno nuestra parte, que no es otra que la de participar y expresarnos de forma beligerante y decidida. Solo así, remando juntos en una misma dirección y con esfuerzo sostenido, saldremos de la deriva y avanzaremos hacia el objetivo indeclinable de elegir con libertad y transparencia.
(*) Abogado. Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana (CPFC)
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