Exacto título de La Patilla para una reseña de días pasados, la tristemente célebre Cota 905 de Caracas ejemplificó muy bien los niveles de violencia alcanzados en todo el país. Por cotidiana, se le ha querido dar visos de una inaceptable normalidad al tratarse – no lo olvidemos – de todo un régimen fundado en la constante agresión material y simbólica hacia la ciudadanía, incluyendo a sus propios partidarios, en un ejercicio infinito de degradación.
La trágica escaramuza que seguramente tildarán los maleantes de una hazaña a la altura de Liddell Hart o André Beaufre (acaso, Lawrence Freedman o Martin van Cleveld), si alguno tuviese la ocurrencia de acceder a las páginas de los más notables estudiosos de la estrategia miliar, ciertamente cundió a la ciudad de casquillos. Hay quienes refieren que los precarios barredores de las calles, suelen recogerlos para la distracción de los niños huérfanos de juguetes en casa.
El consentimiento de estos actos de terrorismo estimulados por la usurpación, remite a la tradición de un específico sector político e ideológico que todavía quema incienso en los altares de la llamada revolución cubana. Recordábamos que, entre otros hechos de violencia, a las puertas de un limpio proceso electoral que pretendieron sabotear en un peregrino llamado a la abstención, convertido 1963 en un monumental error histórico, la ciudad capital literalmente fue bañada de proyectiles y tachuelas (https://lbarragan.blogspot.com/2013/04/las-otras-elecciones-luis-barragan-un.html).
Buena parte de nuestra vida republicana, es el consenso historiográfico, quedó devorada por guerras intestinas, siendo realmente pocas las de naturaleza civil, con todo lo que implica. Y, en términos generales, luego de 1958, hubo un largo período de paz que dinamitó el régimen socialista al abrirse, desde un primer instante, el nuevo siglo con una demencial conflictividad de disparatado carácter existencial en todos los ámbitos.
Lo que acaece en la actualidad, obliga a agotar todos los esfuerzos necesarios para pacificar y estabilizar al país y, por ello, la pertinencia de la propuesta de María Corina Machado en torno a una operación inmediata luego del urgido cese de la usurpación. En clave de responsabilidad histórica, la OPE constituye una respuesta idónea y apropiada para la Venezuela de una exponencial 905: una ruta real, concreta y específica que contrasta con la inexistente, planteada por el G4