Se trata de un ejercicio arbitrario. Nunca la historia se repite de manera similar y pretender que lo de ayer se parezca a lo de hoy es un absoluto contrasentido. Siempre serán diferentes las circunstancias, el contexto y las razones de cada acontecimiento, como distintos son, por lo general, sus actores.
Al respecto, citemos dos ejemplos lejanos en el tiempo y un tercero más cercano. El primero: se apela a las elecciones de la Constituyente en 1952, convocadas por la Junta Militar que presidió el coronel Carlos Delgado Chalbaud, para justificar la participación ahora en diciembre de 2020. Aunque aquél era un régimen de facto, Unión Republicana Democrática (URD) y Copei resolvieron participar en ese proceso electoral, luego de aprobarse un estatuto electoral, redactado por una comisión en la que participaron los líderes opositores Jóvito Villalba y Rafael Caldera. Además, se designó un Consejo Supremo Electoral integrado por gente respetable, con representación de los partidos políticos participantes. Sin duda, aquel régimen fue mucho más amplio que el chavomadurismo ahora.
Esas elecciones las ganó URD, el partido de Villalba, pero el general Marcos Pérez Jiménez las desconoció, y cuando pretendió que la máxima autoridad electoral alterara los resultados a favor de su partido, el Frente Electoral Independiente (FEI), renunciaron 11 de sus 15 rectores, incluyendo a Vicente Grisanti, su presidente. Inmediatamente, se concretó el fraude electoral, Villalba y la cúpula de URD fueron expulsados del país, y Caldera y los diputados de su partido resolvieron no asistir a la Constituyente espuria.
Hay notables diferencias con las elecciones que quiere realizar el actual régimen en diciembre. Pretender que la participación de Villalba y Caldera entonces se asemeja a la de los participacionistas de hoy es una interpretación absurda. Aquel Consejo Electoral no es, ni por asomo, igual al CNE de hoy, mucho menos las condiciones y la manera como se desarrolló el proceso, hasta que Pérez Jiménez efectuó el fraude.
El segundo se refiere a la comparación con la elección presidencial que debió cumplirse en diciembre de 1957, casi al final de la dictadura perezjimenista. Como se sabe, esos comicios no se efectuaron y, en su lugar, Pérez Jiménez inventó un plebiscito inconstitucional sobre su permanencia en el poder. Los resultados fueron maquillados, por supuesto, para darle “la victoria”.
Hoy en día algunos apelan a un breve ensayo de Luis Herrera Campíns sobre el particular –publicado en 1957– para justificar su participación en la probable elección parlamentaria de 2020. Al respecto, insisten en que el líder copeyano reiteró entonces su convicción de que la recuperación democrática debía darse “a través de los cambios cívicos del sufragio universal” y que llegó a equiparar la abstención con la deserción política.
Sin embargo, se deja de lado que LHC también consideró que abstenerse “es un arma muy poderosa y efectiva”, dependiendo del contexto de que se trate. Igualmente, no se hace mención a su planteamiento sobre las garantías que debía tener el proceso electoral en referencia: “Las garantías máximas tienen que ser solicitadas en un solo clamor popular, aunque nada más se obtengan las mínimas”. No era cierto que entonces Herrera Campíns abogaba por una participación electoral sin condiciones y a todo trance en 1957, y menos para el ya citado plebiscito, cuando la oposición se abstuvo de votar.
Finalmente, el tercer ejemplo: leí hace poco un comentario que hacía referencia a un supuesto odio que siente Henrique Capriles por Leopoldo López, lo que habría originado “la traición” del primero al anunciar su participación en las elecciones pautadas para diciembre próximo. De manera automática, el comentarista lo equipara malintencionadamente con el odio que –según su opinión– Rafael Caldera sentía por Carlos Andrés Pérez, lo que habría llevado al primero a aplaudir el golpe de Estado contra el segundo, y de paso a exonerar a Chávez de su responsabilidad en aquel evento porque, gracias al mismo, el líder socialcristiano volvió a la presidencia en 1993 (¡!).
Se trata de otro caso de manipulación histórica, más grave aún por cuanto el tiempo transcurrido no es tan lejano como en los dos primeros a que me he referido. Además, hablar del “odio” de Caldera contra CAP es inventar un argumento fantasioso, por una parte, y a partir de allí obviamente tampoco tienen sustento las consecuencias que se le atribuyen. Habría que recordar, a este respecto, que luego de “El Caracazo”, en 1989, ambos se entrevistaron, y a los pocos días Caldera acompañaría al presidente Pérez a un foro del Centro Carter, en Atlanta, Estados Unidos, para analizar la crisis venezolana de aquellos días.
Porque para desmentir lo del “aplauso” de Caldera a la intentona golpista chavista de 1992 basta simplemente con leer o ver su alocución de aquel día y constatar que lo condenó sin ambages. Creo que lo del “agradecimiento” al golpista “por haberlo hecho presidente”, no merece mayor comentario. Quien revise todas las encuestas desde 1989 –cuando Chávez no había aparecido– hasta 1993, puede comprobar que Caldera siempre apareció entonces como el candidato ganador, lo que al final confirmaron los resultados de aquellos comicios. Y en cuanto a “la exoneración” del golpista principal, sólo habría que recordar que los presidentes Pérez y Velásquez ya habían sobreseído en 1992 y 1993 a casi todos los golpistas, antes de que Caldera llegara a la presidencia.
Pero, pero lo visto, para alguna gente es más fácil falsificar la historia o inventar algo que nunca ocurrió, en lugar de sostener sus posiciones basándolas en argumentos lógicos y creíbles.
Gehard Cartay Ramírez