La voz que llega del otro lado de la línea telefónica es sin duda la de una mujer anciana, pero no es la voz de una mujer cansada por la edad y por la vida. Todo lo contrario: la voz de Delia Fiallo es la de una mujer feliz y activa, que cree que tiene tiempo sobrado para materializar sueños y concluir proyectos. Ha cumplido 96 años hace algo más de dos meses, pero la que ha sido la creadora de algunas de las telenovelas más exitosas del mundo hispanohablante -sólo hay que recordar la última historia original que escribió, ‘Cristal’ (1985-1986), que llegó a paralizar España durante su triunfal estreno en 1990- no ha concluido aún su misión, que es la de seguir emocionando a su público con historias melodramáticas que exploten la fuerza de los sentimientos. Como bien dice, citando a alguien de cuyo nombre no consigue acordarse, la telenovela es el arte de hacer llorar, y si usted ha llorado con un serial enrevesado y tormentoso, seguramente sea gracias a ella.
Por elmundo.es
Retirada desde hace más de dos décadas de las producciones de televisión, donde comenzó a trabajar en los años 60 poco antes de abandonar su Cuba natal –nació en La Habana, en 1924– e instalarse en Miami, base de operaciones desde la que viajaba continuamente a Venezuela y México para aportar su talento a la boyante industria del culebrón, Delia Fiallo ha decidido dedicar sus últimos años a la que fue inicialmente su pasión, la literatura, y está reescribiendo en formato novela algunas de sus historias más populares.
“Mucha gente me decía que le gustaría tenerlas en un libro, poderlas tocar”, nos cuenta desde su casa, donde vive rodeada de sus hijas y de infinitos recuerdos de una felicidad acumulada durante casi un siglo. “Cuando yo trabajaba en los guiones, nunca tenía tiempo de escribir una versión literaria. Las telenovelas se rodaban cada día, el guión tenía que estar tres días antes, a veces con pocas horas de margen. Era una agonía tremenda, una lucha imposible contra el tiempo”.
Hace unos pocos años concluyó la redacción de la primera parte de ‘Kasandra’, un original de 1973 que se había estrenado en televisión como ‘La peregrina’ -aquí se puede encontrar la novela en la edición de Círculo Rojo, lanzada en 2016-, y ahora mismo anda con los retoques de la segunda entrega. Después, mientras el tiempo se lo permita, vendrán el resto de sus títulos emblemáticos: ‘Esmeralda’, ‘Lucecita’, ‘La Zulianita’, ‘Cristal’ y ‘Leonela’. “Sorpresivamente, me siento mejor de lo que cualquiera pudiera imaginarse”, explica Fiallo. Para muestra, fotos que envía tomadas recientemente en su propio despacho. “Mi edad avanzada no me impone limitaciones, así que puedo darme el lujo de ignorarlas. Disfruto trabajando en lo que me gusta y le agradezco a Dios este regalo de vida extra que me ha dado”.
Fiallo, ciertamente, no inventó la telenovela: el formato es tan antiguo como la literatura de folletín del siglo XIX, luego traducido al lenguaje de la radio y, más tarde, a partir de los años 50, a la primera televisión comercial, donde el género adquirió una identidad propia sobre todo en México, gracias al camino marcado por Ernesto Alonso, a quien la posteridad recordará siempre como el Señor Telenovela.
Pero sus historias, en el momento en que empezaron a filmarse -primero en Cuba, posteriormente en Venezuela-, tenían algo especial: una intensidad dramática desconocida hasta entonces, una mayor complejidad de los personajes, y un desarrollo bien organizado a pesar de la larga extensión de las historias, que solían sobrepasar los 200 capítulos. En el mundo latino, la gran revelación fue, seguramente, ‘Esmeralda’ (1970), en la que se dio la primera colaboración entre la guionista y su actriz fetiche, Lupita Ferrer.
Según Delia Fiallo, para hacer una buena novela no hay truco, simplemente trabajo. “Indudablemente, hay que crear situaciones nuevas para mantener vivo el interés”, explica. “La preferencia del gran público hacia alguna telenovela depende de que la historia les interese y les conmueva”. Y defiende, además, la universalidad de esas historias -“no tiene mucho que ver con que tengan algún vínculo con unas raíces determinadas”-, lo que explica el éxito mundial de sus historias y, a la vez, el hecho de que telenovelas quizá culturalmente alejadas del mercado en español también arrasen en nuestro ámbito, como demuestra el ‘share’ arrollador que está obteniendo en Antena 3 la producción turca ‘Mujer’, que concentra en cada emisión a casi dos millones de espectadores.
La clave, para Delia, es la familiaridad: “Las telenovelas turcas han tenido muy buena acogida entre el público latino porque tienen mucha semejanza con las tradicionales a las que estamos acostumbrados. Han venido a reivindicar el género”. Un género que se definió en sus líneas maestras en México, que se hizo más visceral en la proyección de sentimientos con el culebrón venezolano -hasta que llegó Hugo Chávez y se detuvo la producción; “a Chávez no le interesaba el culebrón”, cuenta Delia despreocupadamente-, y que desde entonces ha proseguido alternando dos líneas, una más rupturista y modernizadora, y otra de aliento más tradicional. Fiallo defiende, sobre todo, la telenovela de siempre, en contraposición a las producciones recientes -sobre todo mexicanas- que buscan incorporar acción y agenda política, incluso un ángulo feminista, por influencia de la televisión de Estados Unidos.
LA COCHAMBRE QUE TRAJO NETFLIX
“Mi crítica a la telenovela actual”, precisa, quizá implícitamente refiriéndose a éxitos recientes como ‘La casa de las flores’, la producción que ha reflotado la telenovela para jóvenes desde la plataforma Netflix, “se debe a que yo siempre intenté comunicarme con la gente a través de sentimientos compartidos, haciéndoles reír, llorar y soñar, sobre todo soñar. Últimamente las historias se van hacia la violencia, el sexo descarnado, las drogas y el triunfalismo material, y se olvidan de los sentimientos. Da pudor, demostrar ternura causa vergüenza”. Y añade, más concretamente sobre el desarrollo reciente de la telenovela mexicana, que “buscando novedad, se ha deshumanizado. A mí me parece maravilloso poder conmover hasta las lágrimas a quien se sienta frente al frío aparato de un televisor”.
Delia admite que los cambios sociales son un buen combustible para el desarrollo de las tramas de las telenovelas -“se abrió un campo grandísimo cuando empezaron a debatirse leyes sobre el divorcio o el derecho al aborto”, indica-, pero siempre si benefician a la profundización emocional de las historias, en vez del morbo de su sensacionalismo. Durante años fue escéptica ante el futuro de la telenovela, pero aún cree que puede haber un largo camino por delante si no se adulteran las esencias -y el éxito de las telenovelas turcas, más tradicionalistas y conservadoras, sería un ejemplo práctico de su tesis-.
Sabe que ese futuro ya no lo verá, pero aún confía en seguir un tiempo por aquí. Aún tiene muchas novelas que reescribir –el trabajo es relativamente fácil, pues sólo hay que recrear situaciones y diálogos que, en su versión televisiva, ya estaban altamente desarrollados-, y muchas gracias que dar por todo el amor que ha recibido.
Sobre el mundo que vendrá -y en el que seguirán sus hijas, que atienden actualmente a todos sus asuntos con diligencia y afecto-, le interesa, como buena cubana anticastrista, que Donald Trump vuelva a ganar la presidencia de Estados Unidos. Mientras tanto, concluye, “mi futuro lo determina Dios, y es lógico que el final esté cercano, pero no pienso en eso. He vivido una vida muy bella, he amado mucho y he sido muy amada”. Si Cristal o Lucecita le provocaron un nudo en la garganta, sin duda usted dará fe de ello.