¿Que la gasolina es inflamable? Hasta un niño lo sabe. Sobre todo si es venezolano. También quienes han hecho gobierno calculan con mucho detenimiento ese rubro desprendido del petróleo, por cuanto tiene de inflamable y de explosivo. Los guardias no lo dejan llevar en pimpinas por los mismos motivos. Cuestión de aplicar la autoridad y las regulaciones. A menos que usted se “baje de la mula”. La que habrá de montar pronto si quiere trasladarse a algún lugar no cercano.
En Venezuela la gasolina no es como el agua. A pesar de que está última indudablemente se constituye en, como resulta sumamente conocido: “indispensable para la vida”. La gasolina en este país del norte de América del Sur, tan Caribe y tan tierra firme a un tiempo, a pesar de algunas islitas invasivas del mar, se calibra como un símbolo de estatus popular. No es sólo ella en sí misma, en su valor. Es su trascendente significado en este paisito expetrolero. Gasolina equivale a carro, a moto, a desplazamiento no semoviente, a estatus social, a libertad de andar, a modernidad. Ésa que se nos impuso, también forzada, por los años cincuenta. Gasolina estaba asociada al petróleo, claro, al desarrollo ofrecido, a la grandeza, ahora trunca, de país: “en vías de desarrollo”; vías obstruidas ahora, no precisamente por guarimbas. Gasolina es jeba conquistada, es envidia provocada. Es lucimiento egoista. Es, sí, demostración de ínfimo poder personal. Sí, la gasolina aquí es más pura, más explosiva que la ausencia o imposibilidad con el licor.
El hecho de que no produzcamos petróleo no resulta significativo para la gran mayoría inconsciente. Casi nadie aquí se ha llenado las manos de petróleo jamás. La mayoría de los venezolanos no ha visto el petróleo sino en la lejanía penetrante de la televisión, en alguna revista, los más curiosos; en alguna exposición, los pocos visitantes. La gasolina chorrea (chorreaba) a diario las manos venezolanas. Su olor sensual carcomiente repugna y provoca. Gasolina llevan las molotov. El sentido simbólico de la gasolina aquí es más expansivo que el agua.
Realizar colas madrugadoras para recibir unos litros carísimos de ese líquido rojizo no agrada a nadie. Aquí se magnifica. Retrotrae a la idea de la ruta de grandeza que perdimos, de la libertad que perdimos. No sólo perturba que no lo haya. Causa conmoción en la generalidad. Recuerda el paro petrolero. Y da cuenta diaria, sumamente corrosiva, del terrorífico manejo del Estado. Si no tenemos gasolina todo apunta a algo: al régimen que no supo ni sabe orientar ” los destinos del país”. ¿Cómo se le explica a la gente la ausencia del oloroso líquido? ¿Con la guerra económica gastada y perdida por ellos? ¿Con la miserable situación económica en la que nos sumió una “revolución” que como gasoil expande el resbaladizo criterio de su inutilidad derramada y su tendencia al acabamiento? ¿Cómo asociar la gasolina a los aliados de la tiranía: China, Irán, Corea del Norte, Turquía, Cuba? Semejantes aliados ¿Cómo desprenderse de nuestra idea inseparable en su asociación con los Estados Unidos, la libertad, el desarrollo, la independencia económica?
Sí, la gasolina es explosiva. Hay que tenerle mucho cuidado. Se expande, se inflama. Les crece el peligro. Los asusta. El tembloroso camino de libertad parece despejarse, solidificarse, hacerse más certero más fácilmente dependiendo del ritmo de la gasolina. Retomaremos rumbo al desarrollo, a la libertad, no solo económica, a la productividad, al inmenso valor del trabajo y la educación por sobre la desgracia infame que nos tiene secuestrados en manos de esta caterva de miserables delincuentes de oficio.