Las mujeres cubanas somos las grandes perdedoras del esperpento de Estado en que se ha convertido nuestro país. Hemos seguido, incrédulas, el caso de la niña de 13 años violada en el Cotorro por una manada. Para sorpresa mundial, los cinco violadores y el mirón que los acompañaba quedaron en libertad inmediatamente. Unos con medidas cautelares y otros dos, sencillamente no fueron ni siquiera detenidos porque en la Dirección Territorial de Investigaciones Criminales y Operaciones de Alamar no tenían transporte. ¿Se puede caer más bajo?
Un mes después de la violación y presionada por la prensa independiente, la Policía Nacional Revolucionaria ha detenido a los seis integrantes de la manada del Cotorro. Si la madre de la niña no hubiera dado la cara, estos canallas se habrían ido de rositas. ¿Y saben por qué? Porque esto viene pasando en Cuba desde hace décadas y nunca ha tenido mayores consecuencias. Los violadores se han acostumbrados a que su delito forme parte de la normalidad y no es normal ni puede serlo.
En los años 80 y 90 eso, incluso, tenía nombre en La Habana. De jovencitas, muchas oímos hablar de que a ésta o a aquella le habían “metido un con fuerza” y cuando preguntábamos a la víctima, ella siempre lo negaba. No quería que le persiguiera el sambenito de por vida. No pensamos entonces que nos podía pasar a nosotras también. Fuimos educadas por un machismo revolucionario que nos responsabilizaba de ‘provocar’ la lascivia ajena.
El Gobierno de Cuba está tan entretenido hoy en perseguir opositores y coleros que ha descuidado su deber como Estado: garantizar la seguridad ciudadana. Hace un mes degollaron a un hombre en Cabañas, un pequeño pueblito del Mariel y todavía no han dado con los cuatro sospechosos. Ha tenido que pasar un mes desde la violación de la niña del Cotorro para que detuvieran a la manada que la agredió. Todo ese tiempo la menor ha tenido que soportar la humillación de haber sido violada y los comentarios de quienes justifican a los violadores.
A la Policía cubana se le va el día haciendo caja con las multas a los ciudadanos que no llevan puesta la mascarilla o a quien se quita el nasobuco para beber, fumar o comer en la vía pública y no tiene tiempo para garantizar que la gente salga a la calle y pueda regresar viva a casa, sin que le roben el bolso en esta esquina, le arranquen las cadenas en la otra o le den una paliza al doblar.
Yo me pregunto: ¿dónde estaba la Federación de Mujeres Cubanas que no acudió en auxilio de la niña de 13 años después de la violación? Probablemente formando parte de las brigadas anticoleros o reunida, abordando temas ajenos a la sociedad en la que viven y a las féminas a las que dicen representar. Esa organización no funciona. Está muerta. Han convertido su nombre y sus siglas en una gran mentira. La FMC es un fraude.
Las cubanas tenemos la desgracia de haber nacido en un país donde una vaca es más sagrada que una mujer. Si la Policía Nacional Revolucionaria no mete presos a cinco adultos que amenazaron a una menor de edad y la violaron en manada, a qué protección vamos a aspirar el resto: a ninguna. Por eso nos matan y por eso nos apalean. No hay seguridad jurídica para nosotras. Sólo discursos trasnochados que desentonan porque no se corresponden con la realidad.
La culpa de una violación nunca puede tenerla la víctima ni sus padres estén o no en una cola. La culpa la tiene única y exclusivamente el violador. Las mujeres no podemos culparnos de que nos violen por llevar un escotazo. Hay hombres con más pecho que una mujer que van sin camisa y nadie les grita: “Descará”.
No somos culpables por ir por una calle oscura a altas horas de la noche. No podemos seguir atravesando esa calle oscura con miedo de que nos salga un bandido en la primera esquina y nos viole. Tampoco somos culpables por llevar minifaldas y ni siquiera los somos por acceder a entrar a la casa de un hombre y llegado el momento no querer seguir adelante.
Todo lo que no es consentido es forzado y, por tanto, es una violación. Eso hay que machacarlo a diario, en la tele, en la radio y en Internet. A las madres nos corresponde la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos que todo lo que no es un sí, hay que entenderlo como un no. Sólo sí es sí.
Tenemos que enseñarles a respetar y querer a las mujeres y a entender que las menores de edad no se miran, no se tocan ni se desean. Eso es así y no se discute porque, además, es de sentido común y es delito en cualquier parte del mundo civilizado. No estamos, por Dios, en la era de las cavernas.
Pero si aún así, nuestros hijos terminan siendo unos violadores, la culpa es exclusivamente suya. Son ellos los que tendrán que entrar en prisión y pagar el daño que han hecho.
Los cubanos, mujeres y hombres tenemos que unirnos y ser inflexibles con esto. Somos muchos y somos fuertes. Lo que le pasó a la niña del Cotorro, mañana le puede pasar a mi niña o a la tuya. Incluso te puede pasar a ti o me puede pasar a mí. Pero es más, le puede pasar también a nuestras madres y abuelas. Hay que denunciar. Hay que dejar de sentir vergüenza. Los violadores son los delincuentes, no nosotras. Si nos apoyamos entre todos, las manadas desaparecerán. Entenderán que hay líneas rojas que no pueden cruzar y se lo pensarán dos veces antes de cruzarlas. En nuestras manos está.
Este artículo se publicó originalmente en Cibercuba el 9 de octubre de 2020