No hubo resistencia de los sistemas sociopolíticos dominantes en Centro y Suramérica, porque la desigualdad de poderes enfrentados fue descomunal. Incas y aztecas, que tenían mayores conocimientos astronómicos, incluso matemáticos, que los europeos – empleaban el cero en sus cálculos matemáticos, una novedad absoluta para los conquistadores – , ni siquiera conocían la rueda. Estaban en el neolítico. Tampoco conocían el metal y sus armas eran prehistóricas: el garrote, la lanza y el cuchillo de pedernal. El uso del caballo les daba a los españoles una movilidad y una superioridad en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, inalcanzable por los aguerridos y corajudos soldados indígenas. La disposición de armas de fuego y el acero de espadas, sables y lanzas permitían que en encuentros bélicos de grandes muchedumbres, unos pocos españoles de a caballo pudieran consumar auténticas masacres. La resistencia indígena a la que se refieren los escribas e ideólogos del latinoamericanismo primario, una burla primitiva y bárbara del pensamiento marxista, heredero de la lógica de Hegel y la tradición racionalista de Occidente, es una brutal ficción.
En el caso más notable del choque de civilizaciones, el de la conquista de México por Hernán Cortés – un descomunal soldado que unía a su indómito coraje y a su descomunal osadía, una sabiduría política y militar digna de Maquiavelo y Clausewitz, y a quien bien podríamos considerar el primer latinoamericano de la historia– la lucha era existencialmente desigual: los aztecas no mataban a sus enemigos, se apropiaban de ellos para esclavizarlos o convertirlos en víctimas de sus bárbaras tradiciones religiosas. Engordarlos, subirlos a las cimas de sus cúes – los templos piramidales del centro de México – descuartizarlos y comérselos. A esas guerras sin víctimas mortales las llamaban “guerras floridas”. Antes de hacer prisionero a un español, éste había alanceado, descuartizado y asesinado a decenas de enemigos. La historia del asalto final a México Tenochtitlan por las tropas de Cortés fue una virtual carnicería. La más bella de las ciudades del Nuevo Mundo fue arrasada hasta sus cimientos, sin dejar piedra sobre piedra. ¿Resistencia indígena?
Cito el caso mexicano, pues es emblemático para barrer con la superchería de “la resistencia indígena” inventada por el castro comunismo. La conquista de México fue un atropello incomparable, único en la historia de Occidente. Y cruelmente equiparable literariamente con la Guerra de Troya. Recomiendo la lectura de la versión literaria de nuestra Ilíada y La Odisea: La Verdadera Historia de la Conquista de México, por Bernal Díaz del Castillo. La pretendida resistencia indígena, además de una ominosa ficción y un odioso auto engaño, encubre la humillante ignorancia y futilidad de los estudios científicos de nuestro pasado, incapaces de corregir los prejuicios históricos de las izquierdas. Lo único cierto, a estas alturas del desarrollo de las civilizaciones, es que esa ontológica, metafísica desigualdad de poderes entre nuestra región y el resto del mundo civilizado, continúa mostrando la brutal desproporción puesta de manifiesta durante la conquista de nuestro continente por las fuerzas de la Corona. Y es lógico que esa supuesta resistencia indígena sea difundida oficialmente por quienes quisieran mantener vivo un resquicio de resistencia ante el poder del capitalismo, los Estados Unidos, Europa y el extremo oriente. Incluso China, segunda potencia imperial después de los Estados Unidos de Norteamérica.
¿Puede alguien imaginarse cuál sería la actual versión de “una resistencia indígena” ante el virtual asalto de la Quinta Flota a Venezuela y Cuba, para liberarlas de la dominación gangsteril y narcotraficante que subyuga, arruina y empobrece a sus habitantes? ¿Puede alguien creer que su población se identificaría con sus explotadores y saldría en defensa de los comunistas que los aherrojan? Yo lo dudo.
Lo único cierto, verdadero e indiscutible es que Latinoamérica nació el 12 de Octubre de 1492. Fue el parto doloroso de lo que un pensador peruano llamara “la raza cósmica”. Y cuyo destino, aún en discusión por las izquierdas ideológicamente trastornadas, terminará por imponer el reino de la Libertad. Todo lo demás es cuento.