Un grupo de historiadores ha publicado un manifiesto, presuntamente técnico pero que funciona como una hagiografía sectaria, tratando de justificar los crímenes políticos cometidos por Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, dos personajes siniestros que habían sido amnistiados ideológicamente por aquello del olvido en aras de la convivencia durante la Transición. Los secuaces del brazo académico del PSOE argumentan que la deriva golpista y totalitaria de dichos líderes socialistas, que socavó los cimientos de la II República, ha de entenderse como una simple reacción retórica al predominio del fascismo en la derecha. Peor que la sumisión de unos profesionales del saber al poder es que empleen falacias de tan bajo calibre intelectual.
Ha coincidido el manifiesto de los historiadores que son más amigos de Pedro Sánchez que de la verdad con la celebración del Día del Guerrillero Heroico. Pablo Iglesias y Gabriel Rufián declararon su admiración por el dictador y terrorista Ernesto Che Guevara. Tanto Che Guevara como Largo Caballero eran grandes admiradores de Lenin, como en la actualidad Pablo Iglesias y Alberto Garzón. ¿Ven la pauta?
Pero, más que escandalizarme por el hecho de que la izquierda glorifique impunemente a criminales políticos como Prieto, Largo y Guevara, lo que me hizo reflexionar fue la falta de reconocimiento a los héroes liberales. Podrían los políticos españoles constitucionalistas –si no se lo impidiera una mezcla de ignorancia enciclopédica y complejo de inferioridad cultural– haber recordado en el Día del Guerrillero Heroico a Juan Martín Díaz, el Empecinado, que luchó contra los invasores franceses y los absolutistas monárquicos en nombre de la Constitución de 1812 y la libertad. Cuando echaron a los invasores se dedicó, junto a otros liberales como Riego, a combatir el absolutismo de un Fernando VII que trató de sobornarlo. Pero Martín Díaz había jurado la Pepa y eran tiempos en los que el juramento de un hombre valía su peso en oro. Fernando VII y la chusma lo ahorcaron en 1825. Goya lo retrató en 1809 (el original está en Tokio, pero hay una copia de Martín Cubells en Madrid) y Pérez Galdós lo celebró en un Episodio Nacional: “Guerrillero insigne que siempre se condujo movido por nobles impulsos, (…) fue desinteresado, generoso, leal”.
En 1823 Fernando VII había ahorcado y (por si acaso) decapitado a Rafael del Riego, otro “criminal liberal”. En 1831 fusilaron a Torrijos, el último guerrillero de la cuerda. Esta vez fue Espronceda el que le dedicó un poema: “Ansia de patria y libertad henchía sus nobles pechos que jamás temieron”. Que yo sepa, no hay ninguna película española dedicada a estos héroes de la libertad, salvo un episodio de Paisaje con figuras escrito por Antonio Gala, en el que el poeta andaluz reconoce a Martín como el hombre que mejor representa lo español.
Dentro de 100 años, un grupo de historiadores hará otro informe técnico defendiendo que era normal en 2020 que un vicepresidente de un Gobierno socialista celebrase a un dictador y a un terrorista. Pero lo que debiera ser normal es que el espíritu contra el fanatismo, el oscurantismo y el autoritarismo de Juan Martín Díaz nos inspirase para derrotar a los herederos de Lenin, Largo, Prieto, Che Guevara… En nombre de la Constitución de 1978 y la libertad, empecinémonos contra la pauta de la barbarie socialista.
Este artículo se publicó originalmente en Libertad Digital el 16 de octubre de 2020