En los últimos años, miles de venezolanos, huyendo del chavismo, se han instalado en España. Y en muchas ocasiones, cuando hablamos con ellos, les preguntamos: ¿Cómo pudisteis votarles? Cómo pudo Hugo Chávez hacerse con el poder en un país de clases medias, con una historia democrática, con sus problemas pero relativamente próspero, al menos en el contexto latinoamericano.
En realidad, la pregunta pierde el foco de lo esencial. Que Chávez ganara puede explicarse de muchas formas: la corrupción de los partidos tradicionales, la crisis económica de los noventa o los engaños de una campaña en la que se presentó como un corderito socialdemócrata. Lo que debería llamarnos la atención es que repitió: y sí, había manipulación, medios de comunicación sometidos, trampas electorales… lo que nosotros queramos, pero ganaba fácil. En su primera década de existencia, el régimen disfrutó de un inequívoco apoyo popular a pesar de todas sus tropelías.
La clave fue el petróleo: a partir del año 98, el precio del crudo comenzó una década de subidas que duró hasta la crisis financiera de 2008-2010. E incluso, tras esos años, durante un tiempo se mantuvo muy por encima de sus niveles de comienzos de siglo. Destrozar un Estado y una economía no es sencillo ni barato: tienes que comprar muchas voluntades en las instituciones (Chávez, por ejemplo, tomó el Ejercito a golpe de cheque), crear una red clientelar que te asegure miles de votos, consolidar una trama de subvenciones para mantener el apoyo de aquellos a los que estás sacando de la economía productiva, etc. Porque ésa es otra: todo eso lo tienes que hacer al mismo tiempo que vas socavando la posición de las empresas, un mercado mínimamente operativo, cualquier asomo de competitividad o emprendimiento…
No es barato ni sencillo, pero el chavismo se sentaba sobre las mayores reservas de crudo del planeta y, hasta que mató a su gallina de los huevos de oro, PDVSA financió la destrucción de la democracia y la consolidación del nuevo régimen.
¿La salvación?
En España no tenemos petróleo. No sólo eso. Es que estamos en quiebra. Sí, quiebra: sin el apoyo de nuestros socios europeos tendríamos complicado el acceso a los mercados y el Estado tendría que afrontar un ajuste muy duro, en gastos e ingresos. Muchos analistas con los que he hablado en los últimos años utilizaban esta posición para tranquilizarme con argumentos del tipo: “No podrán hacer nada. No tendrían dinero. Incluso si llegan al poder [me decían] tienen las manos atadas: sin cash, no hay revolución”.
Ahora que la crisis de la covid-19 ha agudizado todavía más el descuadre de las cuentas públicas y nos ha hecho todavía más dependientes del exterior; y ahora que ya están en el poder y son, por lo tanto, verdaderamente peligrosos; la salvación parece estar en Europa. “El que paga manda”, me dicen, “no harán nada porque necesitan el dinero de la UE para sobrevivir y la UE no les dará ningún margen; los gobiernos alemán u holandés no se pueden permitir la imagen de España dilapidando los fondos de los diferentes programas de reconstrucción”.
En la mitad de su argumentación sí les doy la razón: en eso de que la UE tiene la sartén por el mango y que no se hará nada sin su consentimiento, implícito o explícito. Lo que me genera muchas más dudas es la otra parte: la de las restricciones, las reglas y el control.
Soy escéptico mirando al pasado y al futuro. Sin necesidad de irnos a Venezuela: los sucesivos gobiernos griegos destrozaron el país (y mintieron a troche y moche) no ya con la aquiescencia de Bruselas, sino con su colaboración directa. Quizás una colaboración involuntaria, pero necesaria. Les financiaron sus tropelías durante años. Arrasaron su economía productiva con el dinero de la UE. Sin esas transferencias, el daño habría sido menor.
Esto es importante tenerlo en cuenta, porque siempre se da por hecho que los fondos son una buena noticia. Y no tiene por qué. Depende de para qué los uses. Es como ese hijo de 25 años tarambana que te pide dinero por enésima vez: si es para pagarse un máster con el que reconducirse y empezar de nuevo, prestarle el coste de la matrícula puede ser una buena ayuda; si es para pagar las deudas de juego pasadas y seguir con la fiesta, lo peor que podrían hacer sus padres es realizar la transferencia.
De PDVSA a la UE
Leo este sábado a Luis Garicano en El Mundo: “O Pedro Sánchez cambia o me temo que terminamos intervenidos por los hombres de negro”. El eurodiputado de Ciudadanos (que, por cierto, está demostrando que se pueden hacer muchas cosas y ser influyente en Bruselas, si te lo curras, desde una posición aparentemente secundaria y en un partido en horas muy bajas) lo dice como si fuera un problema, pero yo lo leo y pienso: “Ojalá… pero no lo veo”.
Sánchez e Iglesias son dos trileros intentando jugársela al otro (y jugársela, al mismo tiempo, a Bruselas). Uno quiere ser Grecia o Italia: economía estancada, que vive del apoyo de sus socios y que posterga de forma indefinida cualquier reforma sustancial. El otro mira a Argentina: cambio de régimen, peronismo asentado en el poder durante décadas y una red clientelar eterna que empobrece al país poco a poco, pero que se sostiene con lo que saca de chupar la sangre a los exportadores de soja, maíz o carne. Y materias primas, en Argentina, siempre habrá; como España tendrá 60-70 millones de turistas, como mínimo, cuando las cosas se normalicen, sea cuál sea el Gobierno.
Por supuesto, los dos están dispuestos a darle lo que sea al nacionalismo para consolidarse en el poder. Esto último sin mucho esfuerzo, porque el objetivo final del nacionalismo y Podemos es el mismo: destrozar el actual marco institucional. No seamos ingenuos, estamos en un cambio de régimen y quieren que se lo pague Alemania.
Ahora pensemos en los líderes europeos. Esos en los que tanto confiamos para controlar a nuestro Gobierno. Por ejemplo, Mark Rutte, el primer ministro holandés. Ya lo apuntábamos con aquella batalla de los Eurobonos, que parecía que no pero al final sí: a este hombre, el mercado laboral español, el asalto del Gobierno a las empresas públicas o la competitividad de nuestra economía se la trae al pairo. Y es lógico que así sea. Su prioridad es ganar las elecciones que tiene el año que viene. ¿Querrá ir a las urnas con un mensaje de mano dura con el sur? Sí, pero ese mensaje no tiene por qué basarse en hechos reales. ¿Qué conocemos nosotros de la política holandesa? Pues tirando a poco. Y lo mismo ellos de nosotros. Escuchan algo de un pacto del partido socialista español con otro partido de izquierdas que se llama Podemos y les suena al típico acuerdo socialdemócratas-verdes del norte de Europa. No piensan en Venezuela. Eso lo sabemos aquí. ¿Que, en alguna de las próximas cumbres, Rutte o Merkel se pondrán la careta de tipos duros y exigirán alguna declaración del Gobierno español en la que prometea que reformará las pensiones o controlará el déficit? Sí, es probable. Y el Gobierno mandará un Plan Presupuestario a la Comisión con un par de promesas vagas. Y ellos volverán a su país con cara de “A mí no me la juegan estos españoles”.
Pero no seamos ingenuos. Lo que Rutte (por no hablar de Merkel) quiere son unos años tranquilos. Poder reconstruir su país tras el huracán de la covid sin tener que estar pendiente de lo que pase en la UE. Y sólo de pensar en volver a abrir la negociación sobre los fondos, el reparto del Presupuesto, las amenazas de veto (y España las tiene, como todos los socios, en temas clave)… se lo imagina y ya le da dolor de cabeza.
No tengo ni idea de quién tiene razón en el conflicto de la UE con Hungría y Polonia. Leo a gente muy sensata que me dice que sus gobiernos quieren destrozar el Estado de Derecho. Y leo a otros, de los que también me fío, que me dicen que es una lucha ideológica y que la Comisión no admite que un Gobierno realmente conservador aplique su programa. Pero no quiero discutir eso ahora. Lo que me importa es la negociación: llevamos casi una década de amenazas desde Bruselas y los resultados han sido nulos. Cada tres meses, un informe de la Comisión o del Parlamento contra el Gobierno de Hungría; y cada tres meses, Orban hace lo que le da la gana.
Aceptémoslo, lo normal es que nos den el dinero (los 180.000 millones de euros que nos han prometido si sumamos todos los programas en marcha) y no hagan muchas preguntas. ¿Y eso no alimentará un problema todavía más importante de aquí a diez años? Sí, pero entonces que se lo coma el que esté en las cumbres europeas dentro de diez años (si es que quedan cumbres y UE para entonces). Los que regalaron el dinero a los gobiernos del Pasok durante toda la década de los 90 y les permitieron entrar en el euro no fueron los que tuvieron que aguantar el chantaje de Varoufakis en 2015.
Además, para eso está Calviño. Para poner buena cara, idiomas y su agenda de contactos en la Comisión. Y para traerse el dinero con el que destrozar las instituciones españolas. Iglesias ya lo sabe: él no tiene PDVSA, pero tiene a la UE. Ni tan mal: mancha menos y no tienes que reunirte con el resto de países de la OPEP, con esas fotos tan feas rodeado de tanto dictatorzuelo.
Este artículo se publicó originalmente en Libre Mercado el 18 de octubre de 2020