Dos novelas -o una larga en partes- del escritor, director y productor de cine, Jonathan Jakubowicz, sobre un personaje, de los tantos ladrones, que pueden calificarse de “enchufado”, “bolichico”; guiseros millonarios revolucionarios, la vida que desarrollaron luego de robar una “pelota de plata”, sus andanzas, adquisiciones, lucros y maneras de cómo gastarlos, fracasos, redención -llamémosla “reacción”- final.
Las Aventuras de Juan Planchard dan muchísimo de qué hablar, invita a conocer la perdida de la inocencia de una nación, saber desde sus entrañas, lo inquietante del impudor socialista del siglo XXI. Revolución intensa, amarga; cuya base es el dinero excesivo, en la que insospechados tienen precio. Se conocen, sin pudor ni recato, hacen saber a leguas, el dineral que desfalcaron y nos hacemos la vista gorda cuando lo pretenden dinero limpio.
¿Entonces qué pasa? ¿nos hacemos los locos? ¿defendemos? ¿nos alejamos? Da igual, el nivel de corrupción sobrepasa las expectativas de cualquiera, y tristemente se ha convertido en normalidad. La rochela revolucionaria definía a una nación pendeja que creía en ella, se acabó para dar paso a una crisis humanitaria.
Como crítico no estoy calificado para recomendarla o no, como lector, dejando de lado unas cuantas groserías innecesarias, que podrían haber sido evitadas sin que la anécdota sufriera. La novela es fascinante. Incluso en sus momentos aborrecibles se puede dejar de leer; no es como por ejemplo Carlos Fuentes en “Los Años con Laura Díaz”; o la vergonzosa (para nosotros) narración de Gabriel García Márquez sobre el derrumbe de Simón Bolívar en “El General en su Laberinto”.
Escribe, con feroz amargura, del físicamente disminuido Libertador que huye a duras penas hacia la muerte en medio del abandono, mientras Jakubowicz describe al venezolano como cleptómano instintivo, forjadores de un régimen delincuente que utiliza al pueblo para enriquecerse los jefes, cómplices, asociados, incluso “opositores”, hasta niveles no de exceso sino de locura demencial. Olvidando la integridad, desconociendo el apego por la ética, arrinconando la honestidad, faltando a los principios y código moral.
En el anecdotario deja colar sin problemas ni atascos la dolorosa decepción, hacia la tristeza de ser venezolano en estos tiempos que, a contramano del sacrificio libertador y empeño de pensadores por sostener, ejecutar la democracia, chapoteamos en el hediondo, putrefacto lodazal y para colmo, verlo con ilusión.
Señala el personaje y entorno sus culpas, complicidades de insurgentes, gobernantes y opositores regocijándose en la inmundicia, jactándose de ser tan ricos como miserables, tan ingenuos como delincuentes. De allí, que el rechazo hacia la consulta popular sea absoluto. Malversaron e irrespetaron la confianza ciudadana, se percibe timo, engaño, otra farsa producto de transacciones; comienzan pucheros y lloriqueos para justificar el inminente fracaso de politiqueros corrompidos por la desvergüenza, convencidos que la dignidad requiere legitimidad, son majaderos, mequetrefes que culparán -como siempre- de su propio fiasco a los ciudadanos.
Novela emocionante, pensar en que, sólo un tercio de lo contado hubiera pasado -o esté pasando-, los que se han ido del país son cobardes desesperados, y quienes se han quedado unos pendejos, es injusto. El grupetín asaltante es de las atrocidades más paradójicas, chocantes, necesarias de conocer. Entender que miles mueren a falta de medicinas, porque el dinero se lo gasta Juan Planchard en masajes con finales felices, pre-pagos y piedras preciosas. La inmensa mayoría hace cola para comprar comida, surtirse de gasolina, sin agua ni electricidad, pero existen malhechores acaudalados, malandrines deshonestos que se rumbean la riqueza de un país, en plétoras, drogas, joyas, prostitución, aviones, yates, carros y un sinfín de ostentaciones, obtenidas ilegalmente, de manera corrupta, producto de sus relaciones con el gobierno que se ufanaba por ser modelo del “socialismo del siglo XXI”, exponiendo el acto de inmoralidad y obsceno desfalco más grande en la historia de Venezuela.
El autor se esfuerza en ramalazos de esperanza, en realidad es poca la que nos deja, mucha la angustia y hartazgo. Venezuela es lo que produjo, pero no está produciendo lo que será, es mucho peor. Perdimos al país, la soberanía se traspapeló, tenemos frustración, tristeza y desencanto. La esperanza es poderosa y a veces única. ¿Cuánto más podremos aguantar?
Imaginamos que la historia de Juan Planchard tiene un final feliz. En realidad, no, es como el de esta Venezuela controlada por el castrismo cubano, rusos, chinos, iraníes, grupos irregulares y otras ilicitudes. El legado de la revolución chavista es tan patético que los ciudadanos volvieron a cocinar con leña. Fuimos negligentes, nos dejamos robar nuestro país.
La primera víctima del comunismo es la verdad. La única manera de lograr volver a ser una nación es dejando evidencia, constancia precisa y detallada de lo sucedido para que nada pueda quedar impune. No hay final perfecto, el daño es tan grande que la libertad será celebrada con llanto.
@ArmandoMartini