Desamparo, traumas y adicciones: Las secuelas del matrimonio infantil en Irán

Desamparo, traumas y adicciones: Las secuelas del matrimonio infantil en Irán

La iraní Sahar Bandani posa junto a tres de sus hijos en Teherán. La joven fue casada siendo una niña, con tan solo 8 años, y ya tiene un nieto. EFE/ Abedin Taherkenareh

 

 

Sahar Bandani ronda los 30 años y ya es abuela. La casaron siendo una niña. No es una excepción en Irán, donde anualmente se celebran decenas de miles de matrimonios infantiles pese al daño físico y mental que causa en las menores.





“Me casé a los 8 años y medio y cuando tenía 10 nació mi primera hija. Después, he enfrentado una serie de problemas en mi vida y he consumido pastillas tranquilizantes”, relata a Efe rodeada de tres de sus vástagos.

Bandani es originaria de Zahedan, la capital de la provincia suroriental de Sistán y Baluchistán, la más pobre de Irán y una de las más tradicionales y conservadoras.

El nivel cultural y educativo en esta región es “bajo”, reconoce la mujer, que achaca a esa lacra su matrimonio a tan temprana edad, al igual que el de su primera hija, lo que la enfrentó con su padre.

CUIDAR A UN BEBÉ SIENDO UNA NIÑA

Bandani se vio con tan solo 10 años con una hija en sus brazos. “Yo no sabía cuidar a un bebé”, lamenta la joven, recordando que en esa época fueron sus padres los que se hicieron cargo de la pequeña.

“Mis padres -continúa- se llevaron a mi bebé a su casa y allí lo cuidaron. Mi hija sabe que yo soy su madre, pero está acostumbrada a sus abuelos y se quedó con ellos hasta que se casó con 13 años”.

Tras comprobar que su hija corría su misma suerte, Bandani rompió los lazos con su familia. Desde hace siete años, no ha visto ni a su hija ni a sus padres y, de hecho, no ha conocido a su nieto.

En su caso, los matrimonios infantiles no se debieron a problemas económicos sino a una cultura tradicional todavía arraigada y a una interpretación rigurosa de la sharía o ley islámica.

Sin embargo, el factor económico tiene peso en muchas ocasiones, fomentado por los préstamos a los recién casados otorgados por el Gobierno, como reconoció recientemente la vicepresidenta iraní para Asuntos de la Mujer y la Familia, Masumeh Ebtekar.

“Los préstamos matrimoniales pueden sin querer aumentar la compra y venta de niñas bajo el pretexto de las nupcias y eso nos preocupa”, dijo Ebtekar, que cifró en unos 30.000 los casamientos anuales de menores de 14 años.

LA CONTROVERTIDA EDAD MÍNIMA DE MATRIMONIO

La ley iraní estipula una edad mínima de casamiento de 13 años para las mujeres y de 15 para los hombres. No obstante, es posible celebrar matrimonios a edad más temprana “con el permiso del tutor y a discreción de un tribunal competente”.

Esta excepción abre la puerta a enlaces a cualquier edad y, pese a las presiones de colectivos de mujeres reformistas y defensores de los derechos de los niños, se mantiene firme desde hace casi dos décadas.

La legislación vigente supone un avance frente a la aprobada tras el triunfo de la Revolución Islámica, que estipulaba la edad apta en los 9 años para las niñas, pero está muy lejos de la Ley de Protección de Familia elaborada en la época monárquica, que fijaba en 18 el límite.

Justo con 13 años, el mínimo legal, fue casada Mariam Rostamí, originaria de Kermanshah, una provincia en el oeste del país y fronteriza con Irak, donde gran parte de la población es kurda.

“Mis padres se divorciaron y mi madrastra optó por casarme cuando tenía 13 años. Yo no sabía qué era el matrimonio y muy pronto tuve una hija”, cuenta a Efe Rostamí, que ahora tiene 33 años y cuatro vástagos y está tratando de superar su adicción a la heroína y el cristal.

TRAUMAS Y PROBLEMAS DE ADICCIÓN

Tanto Rostamí como Bandani recurrieron, engañadas o presionadas por sus maridos y médicos de cabecera, a los tranquilizantes e incluso a las drogas. Fue su vía de escape del infierno que vivían.

El esposo de Rostamí era drogadicto. La maltrataba y la incitó a fumar opio. Finalmente, se divorció, pero no tuvo mejor suerte con su segundo marido, que era adicto al cristal.

“El segundo era peor que el primero. Todo lo que teníamos lo gastábamos en drogas, ya no nos quedaba nada y, cuando quise abandonarlo e ir a casa de madre, intentó impedírmelo”, detalla.

Bandani comenzó a consumir tranquilizantes después de la primera relación sexual, que la dejó “rota”. Tuvo que ser hospitalizada y los médicos le recetaron pastillas para los nervios.

Años después, otro facultativo le recomendó dejarlas y tomar un jarabe de metadona, al que se hizo adicta. Con ese mismo jarabe, su marido drogaba a los hijos para que no le molestaran mientras ella iba a trabajar.

Cuando la joven se dio cuenta del estado de sus hijos decidió divorciarse y poco a poco fue reduciendo la dependencia de sus niños de la metadona. Tardó en pedir ayuda porque temía que le retiraran la custodia de los pequeños.

Ahora ya están recuperados y Bandani saca adelante sola a su familia limpiando casas. Una de las pocas salidas laborales que encontró por su falta de estudios, otra nefasta consecuencia de los matrimonios infantiles.

EFE