Lamentable, sin embargo, que después de haber tocado el Cielo con las puntas de sus dedos ( de los pies, porque, si lo hubiese hecho con los dedos de las manos le pitaban, “hand-penalty”) pero, más lamentable, todavía, que después de retirarse como jugador activo, haya ido, “cuesta abajo en su rodada”.
Como impagar, la pensión de alimentos a varios de sus hijos, pese haber ganado millones como atleta, por lo que la sufrida progenitora de los hijitos de …(hdp, por parte de padre, no de madre y valga la aclaratoria) se vio en la penosa necesidad de entablarle demanda judicial urgente, pues las criaturillas estaban, de manera literal, muriendo por inanición.
O por haber caído ¡Preso, carrizo! infraganti, fotografiado, manos en la masa o mozo, en medio de orgía tumultuaria .
Por darle ejemplos públicos, a la muchachada, muy borracho o con voladoras con carburante de más octanaje.
O por posar, totalmente desnudo -como quien posa en medio de un safari, con un elefante baleado a sus pies- con dos niñas, desnudas también, menores de edad, en un burdel de La Habana, mientras lo pasaba gordo, con la protección de los hermanos, Fidel y Raúl Castro, porque, además, el hombre, presumía de ñángara.
O por haber vituperado, de manera pública y a voz en cuello, a la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana, a quien dio lecciones moralidad, en medio de una visita, como turista, a la Capilla Sixtina.
Como embestir, con su Ferrari o su Lamborghini, a uno o varios de sus hinchas más devotos, porque en medio de esas aglomeraciones peatonales que suelen producirse a la salida de los partidos de fútbol, tuvieron la mala uva de obstaculizar el desplazamiento de su bólido, quizás para pedirle un autógrafo o saludarlo.
Se ha estudiado, mal y poco, el masoquismo en el deporte. Propensión en algunos aficionados, de perdonarle todo a sus semidioses, incluidas las agresiones físicas y morales contra los propios adoradores, quienes mientras más agraviados, más aman al ídolo-patán. O rufián.
Haberle sacado a Maradona, en vida, por escrito y varias veces, tarjetas amarillas o rojas, nos concede alguna licencia para recordarlas, ahora, que es ya cadáver: Colocársele en decúbito ventral, a cambio del vil metal, primero, a Chávez y muerto éste, al narcofelón que lo sucedió, no es cualquier cosa. Dos autogoles, “solamente”, que ni siquiera sus seguidores más calenturientos, pueden perdonarle.
@omarestacio