Los habitantes de Caracas, criollos unos y otro descendientes y provenientes de muchas partes de mundo, desde siempre han destacado por ser muy “buenos dientes”. El comer y beber sabroso forma parte de la historia caraqueña.
Por Caracas Cuéntame
En 1920, mucho antes de la famosa y recordada Cervecería Donzella, destacó La Iberia. El lugar ideal para charlar, comer, picotear y refrescarse. Ubicada en las esquinas de La Torre a Principal. Exactamente en la planta baja del edificio Washington, el cual fue tristemente demolido para un estacionamiento.
A La Iberia acudían los artistas y toreros más famosos de la época. Otro tanto ocurría en los alrededores de San Jacinto, donde los restaurantes “El Toro” y “El Faro” ofrecían variados y muy frecos platos. Se valían de los víveres que en el mercado se encontraban a muy buen precio e indiscutible calidad.
Frente a la Playa del Mercado Mayor, luego Plaza Bolívar, se hallaban los famosos botiquines como “La Atarraya” donde se vendían licores de berro, naranjada fruta de burro, tapadas todas estas con hojas de limón.
Ya en 1925, una Caracas más moderna puso de moda las cervecerías. Lugares de buen nivel culinario, pero sobre todo destacados para compartir y brindar. Destacó así la “Cervecería Donzella”, situada inicialmente de La Torre a Principal, frente a la retreta y a la recordada La Iberia. Luego se mudó de Principal a Santa Capilla. Se dice que el “Catire” Don Pepe Donzella, propietario fundador del establecimiento era pariente directo por la vía materna del recordado Capy Donzella.
Fue allí en la Cervecería Donzella en donde nació la popular “Lisa” y la “media lisa” caraqueñas: Cerveza de sifón servida en vasos lisos de vidrio, acompañadas por pasapalos.
La lisa fue inmortalizada por el maestro Billo en su canción “Sueño Caraqueño”. Hasta 1952, fue la Cervecería Donzella un caraqueñísimo rincón que derramó sus sifones, destapó sus botellas y llenó sus “lisas” y “medias lisas” para tres generaciones de venezolanos de nacimiento y de adopción.
Comíamos y vestíamos como en París
A la llegada de los años 50 y 60, la capital, entonces con mejores recursos provenientes del oro negro, tomó el sendero una movida culinaria, aunque incipiente, de alto vuelo. De esos años se recuerdan restaurantes como Mimos, Don Luis y las Quince Letras en el Litoral Central.
No obstante, fue en los años 70, ocupando Venezuela el primer lugar en ingresos per cápita en América Latina, cuando abren sus puertas una cincuentena de centros gastronómicos de alto nivel.
Destacaron las cocinas de Amadeo, La Belle Epoque, Héctor´s, Gazebo, Aventino, Gala, Patrick, Le Groupe, Lasserre, La Bastille, Bagatelle, The Chic Ambassador, Member´s, Primi, La Rotisserie, Visconti, Old Fashion, Le Chantilly, Vizio, Le Gourmet y Lasserre, entre otros que conocieron la opulencia, los buenos tiempos e incluso algunos los secretos de esos chefs europeos que vinieron a Venezuela.
Un ejemplo de alto relieve fue El Gazebo, de Erasmo Santiago, dueño de Yukery, quien asociado con el chef del mismísimo Maximes de París, Robert Provost y el experto en relaciones públicas Jacky Traverso, deslumbraron la avenida Río de Janeiro, de Las Mercedes. El lugar fue visitado por las máximas luminarias de aquella “bella Caracas”.
Incluso figuras internacionales como Aristótele Onassis, Olivia Newton Jhon, Claudia Cardinales y superestrellas cinematográficas como Charton Heston y Mario Moreno (Cantinflas), visitaron el Gazebo, donde el buen vestir era requisito y norma de un fino restaurante para ser admitido. Exigencia de la época. Sin embargo, Cantinflas y Heston se convirtieron en la excepción de la regla al permitirles entrar sin corbatas.
Claro, también era una norma muy acorde con una ciudad como la Caracas de aquellos años, cuando caballeros vestían con trajes muy elegantes y ataviados. Tiempos en los que sastres como Clement, Ottaviani, Beltrone, Luciano, Carbone entre otros contaban con una nutrida cartera de clientes.
También otras opciones para los caraqueños elegantes se encontraban en las tiendas Adams, Wilco. Las damas tenían las propuestas de Alfa, Minouche, Ferran, Africa y pare de contar.
Tiempos aquellos cuando un Filet Mignon o Tournedo Rossini costaban 14 bolívares en restaurantes 5 estrellas, en los franceses: Le Cigogne, Le coq D’Or, Hectors, Aventino o Laserre; los italianos los triplicaban en número, pues son imborrables las animadas reuniones en Francos, del legendario Franco De Andreis en la Francisco Solano, Cavaleria Rusticana, del showman Matteo: La Bussola pintada sus inmensas paredes po la eximia Mirna
Salamanques, el celebérrimo Da Guido, Il Romanaccio, de Vilmo Tombion , Mimio Del Cubo Negro.
Asimismo, encontrabamos los especializados en carnes que gozaron, y proliferaron, siendo los pioneros Tarzilandia, Lee Hamilton, El Alazán y el Hereford Grill los más relevantes, este último llegó a Miami después de triunfar a plenitud en la vibrante Caracas de la bella época. Orgullo del pabellón tricolor. Así como recordamos con beneplácito La Estancia, de la principal de la Castellana fundado en 1967 por el catalán Amado Costa.
La época dorada de la gastronomía venezolana no obedeció a los ingresos que obtuvo el país en aquellos años, a la manera como se administraron esos recursos y, quizás lo más importante, que el capital humano fue el mejor del momento. Estándares de alta calidad. Una propuesta gastronómica variada y eminente. Todo esto acompañado de los mejores licores, vinos, champañas, whisky y cervezas del mundo.
Caracas, años 70. La versión que hicieron Graterolacho y Ali Agüero de la canción de Facundo Cabral para anunciar el restaurante La Estancia, forma parte de la historia de la gastronomía caraqueña https://t.co/UDlKevWwHs
— Caracas Cuéntame (@Caracascuentame) April 25, 2020
Los festivales gastronómicos, degustaciones y catas durante esos años en Caracas estaban a la orden del día. Numerosos eventos internacionales se realizaron en los hoteles Caracas Hilton y Tamanaco, hoteles 5 estrellas, que se esforzaban para dar a conocer a los caraqueños los más afamados menús del mundo. Para tal fin invitaban a renombrados chefs y a sus ayudantes.
Estas historias y muchas otras, parecieran leyendas o fábulas. Las generaciones recientes no pueden imaginar esa Caracas cosmopolita que tuvimos en los años 70 y 80. Todo lo que se aprendió y vivió en lo cultural, social, económico y político.
La pujante actividad gastronómica de un país que crecía y aprovechaba la bonanza petrolera en beneficio de su población. Así fue posible que empresarios importaran a reconocidos chefs internacionales quienes cobraban 5 mil y alguno hasta 10 mil dólares por sus servicios culinarios, además de dotarlos de vivienda y vehículo, algo impensable en sus países de origen, más conservadores en sus gastos.
Nada que ver con las últimas dos década que llevamos del llamado Socialismo del Siglo XXI. Años en los que hubo más ingreso petrolero que durante los 40 años anteriores. No obstante, ese dinero sólo ha servido para arruinar a todo el país. Sembrar y abonar la cultura de la violencia, el resentimiento, el hamponato y la descomposición moral de instituciones y funcionarios. Caracas dejó de ser la “sucursal del cielo” para convertirse en la “sede del infierno”. Y como dice el refrán: Ayúdate que Dios te Ayudará”. Sigamos luchando para salir de esto.