En las ya históricas protestas que se dieron en Venezuela contra el gobierno autoritario de Chávez y después, contra el régimen totalitario de Maduro, uno podía ver en medio de esas gigantescas concentraciones, imágenes de vírgenes, santos, cruces y demás objetos de culto religioso. Los adeptos estaban absolutamente convencidos de la inminencia de la sentencia divina que recaería sobre los responsables del desastre humanitario venezolano.
Pero no ocurrió nada. Tampoco en el otro año, ni en el otro, ni el otro tampoco. Nada. Todo se esfumó y el autoritario presidente murió por una enfermedad natural. No lo mató un rayo, no fue ni juzgado, ni sentenciado, ni tampoco pagó condena alguna por sus muy posibles responsabilidades al frente del gobierno.
Tampoco ocurre con Maduro. Tampoco ocurrió con Fidel Castro, ni con el abuelo ni el padre del terrorífico dictador de Corea del Norte, ni tampoco con los ayatolas iraníes. Han muerto de muerte natural, muy pocos, escasos, han sido alcanzados por la justicia humana. El resto muere de viejo, como Juan Vicente Gómez o Francisco Franco.
Creo que esos personajes los colocamos nosotros, por variadas razones y estrategias, en el poder, para que despuésse rodeen de miserables alimañas y diezmen toda una sociedad por años, mientras pasamos el tiempo invocando a un Dios para que interceda y solucione nuestras incapacidades e incompetencias políticas.
Leí hace unos días una confesión de un agnóstico quien, de manera pública, declaraba que no quería justicia, ni divina ni humana, para los responsables de la tragedia humanitaria venezolana. –¡Yo lo que quiero es venganza! Lo declaraba abiertamente. Frente a todo lo evidenciado contra la sociedad venezolana, dejada morir de hambre. Frente a la represión masificada, la vejación, humillación, tortura, desaparición y asesinato de inocentes sin mayor pudor, no puede clamarse justicia. Es necesario desencadenar la venganza contra quienes han ejercido la violencia e irrespetado la condición humana. Y su señalamiento iba, no sólo contra esos verdugos, sino también contra toda su descendencia. Una especie de acto de venganza bíblica.
Es que los rezos, las invocaciones a santos y clamar a Dios, lo que trae es una entrega de nuestras responsabilidades políticas a una entelequia, una abstracción que desgasta y a la vez, ‘suaviza’ nuestra amargura e incertidumbre de una realidad que terminamos viviendo a través del velo de la sensiblería del ‘perdón y el amén’. Entregamos nuestra responsabilidad como ciudadanos para que desde la Eternidad surja la solución para este ‘aquí y ahora’ que hace estragos el estómago y desaparece toda fortaleza psicológica.
Como teoría de la conspiración, este ablandamiento espiritual desarrollado por especialistas en guerras asimétricas, es de las más efectivas. Ligar religión y aspectos de espiritualidad (Nueva Era) con complejidades políticas, le ha dado al régimen del carnicero de Miraflores grandesdividendos. Los ingenuos consumidores de este tipo de información terminan convencidos que, ante la superioridad de su Dios, y, por lo tanto, de las huestes de ángeles y arcángeles listos para el combate, no tienen por qué generar mayores esfuerzos, ni de pensamiento ni menos físicos, para transformar la realidad social ni política. Total, ‘algún día’sobrevendrá la justicia divina.
Mientras esperamos por la justicia de Dios, el carnicero sigue usurpando el poder, sus cercanos asistentes y asesores, junto con sus familias y amigos, disfrutan y se burlan en nuestras propias narices. El país se sigue derrumbando, fracturando, la población envejece prematuramente, y la capacidad de sobrevivencia se desvanece mientras vemos desaparecer diariamente, nuestra propia vida y la de nuestros seres queridos.
En lo personal no creo en ese tipo de religión ni Dios del conformismo. Tampoco de una justicia del ‘ojo por ojo’ que nos ubique en la miseria espiritual del círculo eterno de la venganza.
Pero es imperioso, urgente, establecer un sistema de justicia ejemplarizante, incluso con sentencia de muerte, para quienes se les demuestre actos terribles contra inocentes. Crímenes dantescos contra venezolanos, como Franklin Brito, abandonado y dejado morir de hambre, el crimen por torturas contra el capitán Arévalo, entre tantos otros, deben ser juzgados y sus responsables, sentenciados. Es necesario modificar las leyes venezolanas para introducir cambios e incluir, las penas de muerte, cadena perpetua y trabajos forzados. Ampliar el tiempo de las sentencias, de un máximo actual de 30 años, a 50, 80 y más años.
Pero sobre todo es oportuno iniciar las discusiones en todas las áreas del pensamiento, para educar a la población sobre aquellas teorías y estrategias políticas, como el ‘populismo’ y sus variantes degeneradas, que terminan condenando al exterminio a extensas poblaciones arruinando los países.
Sea de izquierda como de derecha, el populismo es una aberración de la condición humana. Es una estrategia de la mentalidad marginal que permite la aparición del facilismo, la corrupción, la amoralidad, el fanatismo, la superstición y toda forma de pensamiento ordodoxo.
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