Importa reconocerlo, las navidades venezolanas de la era petrolera, o más exactamente las de sus excesos dinerarios, aportaron a la fe anómica que también nos ha caracterizado. Ahora, en el presente siglo, el fenómeno se ha agudizado y, en los confines de dakazo, devenido inevitable venezolanismo, por siempre esperado, una muy ínfima minoría de los hartos las celebran con fuegos artificiales, quemando los dólares que faltan para los alimentos y las medicinas, mientras a las grandes mayorías las estigmatizan como una sociedad rentista y consumista, aunque ya no hay renta y tampoco nada que consumir.
Habrá navidad para quienes la creen de cada 24 de diciembre, con un 25 de feriado, presto para superar la resaca. Habrá Navidad para el 25 de diciembre, con un 24 de preparación, si, incluso, el no creyente, la siente como un prolongado momento para la reflexión profunda, urgido de trascendencia, más allá de las nefastas circunstancias actuales, partiendo del propósito de reencontrarse con Jesús al hacerlo con toda la familia, hoy desmembrada.
El domingo próximo pasado, en una magnífica homilía, José Ignacio Munilla, obispo español, aclaró y muy bien que el Niño Dios fue concebido en Nazaret (https://www.youtube.com/watch?v=p5Z0s37vGoM), por lo que no nació en Belén. Sencillo, ya lo había hecho antes, convirtiéndose en un extraordinario mensaje también para los venezolanos de una vida irrespetada por el régimen, con neonatos ultimados en los hospitales o abandonados por madres que no encuentran para abrigarles o darles de comer, predispuestas al aborto.
De ello, hablan y hablarán los reporteros magos que vienen del lejano oriente para anunciar al mundo la buena noticia. Y, a pesar de la censura y de la represión, de ello, por ello y, con ellos, elevamos nuestras oraciones
Va a renacer Jesús entre nosotros, en la pesebrera venezolana. Lo dijo San Pablo a los corintios: lo plebeyo del mundo, lo que no es nada, o eligió Dios para anular lo que es.