La niñera asesina, un monstruo que en vez de cuidar bebés los asfixiaba hasta matarlos

La niñera asesina, un monstruo que en vez de cuidar bebés los asfixiaba hasta matarlos

Christine Falling es llevada detenida (Facebook)

 

Hay temores atávicos. Uno de ellos es dejar a un hijo pequeño a cargo de la persona equivocada. Aquella que hará lo contrario de cuidarlo. Cuando sale en las noticias un caso como el que relataremos hoy, esos miedos se confirman.

Por infobae.com





Esta siniestra historia ocurrió entre 1980 y 1982 en Florida, Estados Unidos. Cinco bebés y un hombre mayor murieron, en ese período de tiempo, en manos de una amable adolescente llamada Christine Falling, que trabajaba como niñera y cuidadora de adultos.

El desmayo de Cassidy

Cassidy, la primera víctima de Christine (youtube)

 

Después de divorciarse, la joven Christine -a quien le encantaban los niños- decidió que la forma más sencilla de ganarse la vida era hacer de babysitter. No tenía formación ni familia que la sostuviera, así que debía procurarse, como fuera, su sustento.

El lunes 25 de febrero de 1980, los padres de Cassidy Johnson, de 2 años, la contrataron para que cuidara a su hija mientras ellos iban a trabajar.

Cuatro horas después empezaron los problemas. ‘Muffin’ (así llamaban a la beba en la familia), según su niñera, había sufrido un desmayo y como consecuencia se había caído de la cuna. El problema era que Christine no lograba despertarla. Llamó a la policía que envió una ambulancia. La llevaron al hospital de Tallahassee. El profesional que la revisó observó un sospechoso golpe en la cabeza de Cassidy, pero la niñera lo había justificado contando que se había golpeado al caer desmayada. El diagnóstico fue inflamación cerebral (encefalitis).

Tres días después, Cassidy murió. Si bien uno de los médicos que la atendió, Robert Boedy, recomendó informar los hechos a la policía porque lo ocurrido no parecía normal, todo quedó en la nada. Los padres jamás pensaron mal de su niñera de 16 años, por lo tanto no impulsaron investigación alguna.

La autopsia del cuerpo certificó lo que ya intuían: la herida traumática en el cráneo provocada por la caída le había causado la muerte.

Lo sucedido con Cassidy sumió a Christine en una gran angustia. Poco después del trágico incidente, se mudó a Lakeland, otra ciudad dentro del mismo estado.

(En 1982, al ser interrogada, confesaría que luego de estar jugando con Cassidy fuera de la casa, habían entrado y que la niña estaba muy alborotada. “Eran cerca de las 8.30. Ella se comportaba de manera muy ruidosa… así que la sofoqué hasta que dejó de respirar y se puso violeta. Su corazón había dejado de latir, su pulso se había detenido y no estaba respirando. Entonces, intenté que volviera a respirar y no pude. Llamé al departamento de policía y ellos llamaron a una ambulancia y la llevaron al hospital de Tallahassee”)

Unos meses más tarde, un pequeño de 3 años llamado Kyle Summerlin y que estaba bajo su cuidado, enfermó gravemente. El diagnóstico médico estableció que cursaba una meningitis. Por suerte, el niño logró recuperarse y no integró el listado de víctimas mortales de Christine.

La tumba de la pequeña Cassidy, de dos años, asesinada en 1980 por Christine

 

Jeffrey y Joseph, en las manos equivocadas

En febrero de 1981, le tocó el turno a Jeffrey Davis, un niño de 4 años, hijo de un familiar lejano de Christine.

Según la babysitter, Jeffrey dejó de respirar de manera repentina mientras dormía la siesta.

La autopsia demostró que el pequeño sufría miocarditis, una inflamación de la capa media de la pared del corazón y que, en alguna ocasión, puede provocar una muerte súbita. La causa podía ser un virus y así quedó asentado en los papeles. Si bien los doctores dudaron si ese solo motivo podía haber llevado a la muerte del pequeño, los padres se conformaron con las explicaciones médicas y las de la propia niñera.

Tres días después fue el funeral. Y Christine quedó a cargo del primo del niño muerto, Joseph Spring de 2 años, para que los padres pudieran asistir al entierro. Adivinen qué pasó… Joseph tampoco superó la hora de la siesta. Según Christine, escuchó un grito y fue corriendo al cuarto: “…para cuando entré al dormitorio el bebé ya estaba muerto”, afirmó.

Los profesionales de la medicina atribuyeron la muerte de Joseph al mismo motivo que la de su primo: una infección que le habría provocado miocarditis.

Dos semanas más tarde, Christine fue hospitalizada por una infección viral en su tracto digestivo.

Esta vez, algunos especialistas recordaron a la cocinera llamada Mary Tifoidea a principios del siglo XX. Ella constituía el primer caso registrado, en los Estados Unidos, de una persona sana o asintomática portadora de la fiebre tifoidea. No se sabe a cuántos contagió, pero las autoridades la hicieron vivir en una especie de cuarentena obligatoria. ¿Podría ser que Christine portara algún virus fatal? Los doctores no encontraron conexión entre el virus de los chicos con el de Christine. La niñera, otra vez, fue exonerada de toda sospecha: era una adolescente desgraciada a la que le sucedían cosas horribles.

(De Jeffrey Davis, Christine dijo en el juicio, que lo había asesinado porque “me volvía loca (…)Estaba realmente loca esa mañana. Lo saqué de la cuna y comencé a ahogarlo hasta que estuvo muerto”. En el caso de Joseph, el chico estaba durmiendo una siesta: “… no supe qué pasó. Recibí el impulso y quise matarlo”. Aseguró que puso sus manos alrededor del cuello de Joseph porque tuvo “la urgencia de hacerlo”)

A pesar de las muertes que la rodeaban, Christine seguía cuidando niños. Charles y Jeffrey Heil, de 3 años y 14 meses respectivamente, hijos de unos vecinos suyos, estaban bajo su supervisión cuando enfermaron. Los casos fueron graves al punto que fueron internados. Pero, esta vez, los hermanos tuvieron suerte y sobrevivieron.

La ficha criminal de Christine Falling: seis crímenes para una de las asesinas seriales más despiadadas

 

Se salvó del cáncer, pero no de Christine

En julio de 1981, Christine tenía ya 18 años. Dejó Lakeland y volvió a su Perry natal, al norte del estado de Florida. La realidad era que cada vez tenía menos trabajo porque los rumores, sobre las coincidencias nefastas que rodeaban a los chicos que quedaban a su cargo, habían empezado a correr. Reorientó su búsqueda laboral y comenzó a cuidar adultos mayores.

William Swindle, de 77 años y paciente oncológico, la contrató para que lo asistiera y le hiciera de ama de casa. Murió en su propia cocina el mismo día que Christine comenzó a trabajar. Lo hallaron tirado en el piso. Los médicos atribuyeron su deceso a un ataque cardíaco masivo.

Pese a que ya eran cuatro las muertes que habían ocurrido durante su supervisión, la amable y compungida Christine seguía sin despertar las sospechas de nadie.

Mi tía, mi asesina

El 14 de julio de 1981, la media hermana de Christine, Betty Jean Daniels, de 19 años, llevó a su beba Jennifer a vacunar. Christine la acompañó. Cuando regresaba a su casa, Betty paró en un almacén para comprar unos pañales y dejó a Jennifer de ocho meses en el auto con su tía Christine. Unos minutos resultarían más que suficientes. Cuando Betty retornó al auto Christine le dijo que no escuchaba la respiración de su sobrina. Betty no se asustó, pensó que Christine se equivocaba porque “los bebes no respiran fuerte”, le dijo. Pero cuando se acercó más a su hija se dio cuenta de que tenía la piel azulada y que, efectivamente, no estaba respirando.

Los médicos -a estas alturas ya parece increíble la ingenuidad de los galenos-, adjudicaron el fallecimiento al Síndrome de muerte infantil súbita.

Muchos hablaron de mala suerte, los bebés que estaban cerca de la niñera morían casi siempre. A pesar de eso, los que la conocían, aseguraban que no había manera de que Christine pudiera lastimar a un niño. Era imposible.

(Christine dijo, en 1982, que Jennifer “estaba continuamente llorando y llorando y llorando y me enloqueció, así que solo puse mis manos alrededor de su cuello y apreté hasta que se calló”)

Travis y un festejo no recomendado

Travis, un bebé de 10 semanas al que Christine mató en 1982

 

Sería recién su sexto homicidio el que deschavaría la conducta criminal de Christine Falling.

Travis tenía diez meses de vida cuando murió en julio de 1982. Y, por supuesto, estaba al cuidado de la babysitter mortal que ya había cumplido 19 años.

En el mes de junio, Travis había estado internado en el hospital de Tallahassee por una neumonía. Apenas fue dado de alta, su joven madre, Lisa Coleman, quiso salir a celebrar. Para poder hacerlo, esa noche del 2 de julio, contrató a Christine Falling para que atendiera a su bebé. Christine, que en ese entonces vivía con su novio Robert Johnson, le ofreció a la madre que lo dejara en su casa a dormir. A la mañana siguiente, cuando Lisa pasó a buscarlo, encontró a Travis muerto en la cama. A simple vista, no había señales de agresión o de violencia. Christine sostuvo que la última vez que lo había visto con vida había sido cuando le cambió el pañal y le dio su remedio a las tres de la madrugada.

En una entrevista con el Tallahassee Democrat, apenas trascendió la noticia de la muerte de Travis, Christine reflexionó: “He pasado cinco muertes de pequeños (…) no sé qué es lo que está pasando. Pero es suficiente para asustarme”.

Los médicos, esta vez, no prestaron atención a las abundantes lágrimas de Christine ni a sus dichos. Fueron a fondo con la autopsia. El análisis estableció que el fallecimiento se había producido por falta de oxígeno, pero descubrieron que Travis tenía importantes heridas internas similares a las que se producen cuando una persona es asfixiada. ¿Había sido Travis sofocado intencionalmente? Ellos creían que sí.

La investigación policial demostró que no había sido una muerte natural. Christine estaba, por primera vez, en la mira de los detectives de homicidios.

(Respecto de Travis, la niñera confesó en el juicio que “estaba durmiendo cuando lo maté (…) Yo solo lo sofoqué, sin razón aparente”)

Sospechas fundadas y confesión

Christine, en el juicio donde confesó tres de los cinco crímenes y fue condenada a cadena perpetua (Youtube)

 

Cinco niños y un adulto habían fallecido al cuidado de Christine. No podía ser solo efecto de la casualidad. Las autoridades decidieron internar a Christine en un centro de salud mental para realizarle exámenes psiquiátricos. Ella fue voluntariamente. Al mismo tiempo, la Policía halló indicios para acusarla formalmente por tres de las muertes. La detuvieron.

La policía interrogó a la niñera quien confesó, sin titubeos, tres de los crímenes. Dijo haber escuchado voces que la instaban a matar. Explicó que los había asfixiado utilizando mantas y almohadas.

“No sé por qué lo hice (…) Le puse una mantita sobre su cara. Una voz me decía dentro de mí: ‘¡mata al bebé!’,¡mata al bebé!’, una y otra vez. Después me daba cuenta de lo que había pasado”, explicó a los detectives, “La manera en que lo hice, es algo que vi en la televisión (…) De todas formas lo hice a mi manera. Fácil y simple. Nadie podría haberlos escuchado gritar (…) Los maté, es todo lo que tengo para decir. No sé por qué”.

Christine se declaró culpable de tres de los asesinatos. Entre septiembre y diciembre de 1982, fue sentenciada a cadena perpetua. Su confesión de los crímenes de Cassidy Johnson, Jennifer Daniels y Travis Coleman, le evitó ir a juicio y la posibilidad de ser condenada a muerte en la silla eléctrica.

Tres años después de haber ingresado en prisión, reconoció, también, haber asesinado a William Swindle: lo había ahorcado.

Los asesinos también tienen su historia

Christine de joven. Le gustaba ahorcar gatitos y hacerlos caer desde las alturas para ver si tenían tantas vidas como decían

 

Christine Laverne Slaughter nació el 12 de marzo de 1963 (hoy tiene 57 años) en Perry, Florida, Estados Unidos. Era la segunda hija de Ann (una joven de 16 años) y Thomas Slaughter, de 65. Su hermana Carol había nacido un año y medio antes. Vivían en la pobreza y constituían una familia totalmente disfuncional.

A los pocos meses de nacer, Ann abandonó el hogar. Regresó embarazada, tuvo el bebé y volvió a irse. Otra vez retornó con una gestación avanzada. Así nacieron Michael y Earl. Thomas, su marido, sostenía que solo uno de todos ellos era su hijo biológico. Durante las ausencias de Ann, Thomas hacía lo que podía con los chicos. Solía llevarlos al bosque donde él cortaba leña.

Un tiempo después, cuando Thomas tuvo un accidente laboral, Ann decidió abandonarlos de forma definitiva. Subió a los cuatro chicos al auto y los dejó sentados en un banco, en el centro comercial de Perry.

Christine pasó a vivir en remolques y moteles hasta que las autoridades los enviaron a distintos hogares de menores.

Dolly y Jesse Falling no podían tener hijos. Jesse conocía a los chicos Slaughter así que decidieron adoptar, en 1967, a Carol y a Christine, las dos mayores.

La llegada de las niñas al nuevo hogar familiar fue todo un acontecimiento, pero el idilio duró poco y nada. Christine fue diagnosticada con epilepsia. Sus convulsiones y rarezas de conducta alteraban la vida familiar. Tenía problemas de obesidad, dificultades en el aprendizaje y empezó a demostrar una fuerte animadversión contra sus padres adoptivos. Su mirada vacía y su comportamiento antisocial iba en peligroso aumento. La rabia solía descargarla contra los animales domésticos. Tomaba gatitos pequeños, los estrangulaba y los tiraba de gran altura para ver si tenían, como sostiene la cultura anglosajona, “nueve vidas”. Verla disfrutar del sufrimiento animal y de la muerte, era escalofriante. La convivencia se volvió imposible. El nivel de discusiones con las dos chicas se volvió tan violento que, en más de una ocasión, tuvo que intervenir la policía. Todo terminó mal. Los Falling decidieron enviar a las dos hermanas a Orlando, a Great Oaks Village, una especie de hogar para chicos con problemas.

En el libro sobre el caso, El corazón es un instrumento, la autora Madeline Blais sostiene que las hermanas habían sido objeto de maltrato físico y abusos sexuales por parte de Jesse Falling. Si bien Jesse lo negó tajantemente, la policía lo arrestó dos veces por acusaciones que sostenían que había abusado de Carol.

Casamiento fugaz y 50 internaciones

Un año después las chicas dejaron el establecimiento Great Oaks Village y volvieron con los Falling, pero las cosas no mejoraron. El episodio final ocurrió en octubre de 1975: Jesse golpeó a Christine durante diez minutos seguidos. Al día siguiente las chicas escaparon de la casa. Mientras Carol buscó trabajo para instalarse por su cuenta; Christine, con 12 años, rastreó a su madre biológica. La encontró y se mudó con ella. Pero tampoco eso funcionó.

A los 14 años Christine ya pesaba más de cien kilos. Los trastornos con su alimentación y con su carácter continuaban. En septiembre de 1977, Christine se casó con el que era su hermanastro de 20 años, Goober Falling. Fue un desastre absoluto. Los agresivos altercados los llevaron al divorcio en seis semanas.

Luego de esa experiencia matrimonial, Christine desarrolló una manía compulsiva de ir a las guardias de los hospitales. En un lapso de dos años tuvo 50 internaciones. Necesitaba llamar la atención. En una oportunidad aseguró que la había mordido una serpiente. Decía que alucinaba, que veía puntos rojos, que menstruaba de manera excesiva…

Los médicos no entendían qué le podía estar pasando.

El diagnóstico fue Síndrome de Münchausen: una alteración mental que lleva a una persona a fingir que padece enfermedades para obtener atención médica. Para ello puede exagerar o inventar síntomas e incluso lastimarse.

Entre todas esas alteraciones mentales e internaciones, acaecieron también sus horrendos crímenes.

Christine Falling hoy. Cuando pidió su libertad condicional después de 25 años tras las rejas, la Justicia se la denegó (Wikipedia)

 

Libertad denegada

Después de 25 años de vivir en prisión, Christine podía pedir la libertad condicional. La última vez que el comité de revisión de libertad bajo palabra tuvo su caso en consideración, en noviembre de 2017, rechazó su pedido. La próxima oportunidad la tendrá en 2024, cuando tenga 61 años.

Mientras, espera ese momento en el correccional Homestead de Florida.

El paso de los años y el consumo de información suelen no borrar nuestros temores atávicos, aquellos de los que hablábamos al comienzo de la nota, más bien los exacerban. En el libro Asesinato en América, de los autores Ronald y Stephen Holmes, recogen unos dichos de la convicta que consiguen alimentar esos miedos. Relatan que una vez le preguntaron qué le gustaría hacer si conseguía salir de prisión y ella sorprendió con su respuesta, alegando que lo que querría es retomar su trabajo de babysitter. Y, agregó, que “ama a morir a los niños”.