Sirenas, gritos, euforia: Estruendosas, despavoridas, ajena.
El invitado no caminaba, daba pasos de gloria verde oliva, rodeado de su oficialidad. Fusiles rusos listos para disparar, parecía una invasión. Se repetía la historia de la llegada a la Habana. Constante, pensando en la guerra, recordando los fusilamientos por desobediencia. El comandante es uno solo y así será siempre.
Como en la Sierra Maestra el Jefe no tiene fronteras. Eran pasos de un gran emperador que ordenaba acción a las metrallas contra el enemigo: no importa quién sea; pero es enemigo, y a todos hay que bombardearlos. Los fusiles son para usarlos les decía a los edecanes que obedecían calladamente. En ese gesto todos imitaban a Raúl y sus manos rojas de sangre inocente.
En Maiquetía, los edecanes reciben las cartas y las flores que festejaban al guerrero, que soñaba ahora con las riquezas de las cuales carece su patria pequeña, porque para un emperador como él, su patria era el mundo.
El 23 de enero de 1959 fue el día que el país comenzó su transitar histórico hacia la nueva destrucción. Las botas coloniales dan pasos de dinosaurios, seguros, calmados, fuertes; implacables, silenciosos, destructivos.
El invitado alargó su presencia durante 5 días. Los lugares que visitó -hoy sufren- su agresión vengativa con el pasar del tiempo. 62 años después la bota del triunfante Comandante, pisotea a un pueblo indefenso.
El Congreso miraba aquel desfile como sorprendido. Acción Democrática, disimulaba sus parlamentarias caras. URD se creía dueña de aquella fiesta con Fabricio Ojeda como orgulloso anfitrión, mientras el Partido Comunista ansiaba ponerse un uniforme verde oliva. COPEI normal, de injurias perdonadas y padres nuestros políticos.
Recordaba el Presidente del Congreso, Dr. Raúl Leoni, que había comentado con Betancourt, Presidente electo, la visita del cubano: “hay que cuidarse, son rojos, porque es sangre y lo que traen es violencia”.
El barbudo Congreso recibió al Comandante. Este, festejando como un torero triunfante, retomaba sus pasos de Cid Campeador. Pensaba que la gran gesta de su vida culminaría siempre con Venezuela a sus pies, con militares arrodillados ante el gran señor de los anillos comunistas.
El discurso ya transcurría en su cerebro esquema y durante décadas seguirá diciendo lo mismo, solo cambia los adornos de acuerdo a los escenarios. Pomposo y grandilocuente, siempre se notaban las costuras del deseo y la necesidad de colonizar el país: “Por cualquiera de los medios que tenga que usar, la revolución venezolana irá adelante”.
Desde un balcón las barras comunistas deliraban: “Fidel dame patria o dame muerte”. Nos quitó la patria y cada minuto nos ofrecen muerte.