Hemos involucionado democráticamente a lo largo de todo el siglo XXI, dejando atrás las conquistas que nos distinguieron en la centuria anterior. Por supuesto, esto ha sido obra del régimen comunista que, desde Venezuela, bien encubierto, pretende irradiar a todo el continente. Y, salvo que una persona pertenezca al PSUV y a sus colectivos armados que no siempre son la misma cosa, cualquiera que se interese o diga interesarse por la suerte de los demás, es inmediatamente estereotipado, perseguido y reprimido, reducido a una cárcel o al cementerio.
Quien es partidario de la usurpación, o por conveniencia se presta al juego de las mafias, a cambio de las bolsas de comida y otras dádivas, convierte a los consejos comunales en una oportunidad cercana o real de sobrevivir. En nombre de las necesidades ajenas, satisface las propias hasta dónde puede. Forma parte de las filas clientelares del cacique local y si le dan chance, entra en el pequeño circuito de los negocios, porque los grandes y muy grandes son de las mafias estelares de la usurpación en muchísimos rubros.
Al dirigente vecinal independiente, inevitablemente de oposición, que lidia porque los servicios funcionen, reclama una contraprestación por los impuestos que religiosamente paga, trata de resguardar a su familia y a las familias más cercanas frente al hampa, o se atreve a denunciar las condiciones sanitarias de la localidad, se le persigue y estereotipa. Por mucha vocación de servicio que tenga, le está vedado, o pretenden vedarle, el ejercicio de ciudadanía. Como en Cuba: esa vocación de desprendimiento es un delito.
Al dirigente político venezolano que así no lo previera, termina haciendo oposición al régimen. Al ser capaz de congregar a la ciudadanía para el ejercicio de sus derechos, organizándola en el intento de interponer sendos recursos legales o de protestar pacíficamente, ofreciendo una alternativa de pensamiento y de acción, dando la cara ante la opinión pública, tiene tras de sí al mecanismo político de persecución, y en cualquier momento, es llevado a una mazmorra, torturado o forzado al exilio y hasta asesinado. Una peligrosa vocación de servicio, tan igual o peor que Cuba.
Y esto ocurre porque hay una genuina oposición ciudadana con vocación y un talento para las tareas cívicas que jamás podrá equipararse con los hacedores de la videopolítica, esto es, la jugarreta continua y hasta morbosa en las redes, como si fuesen el centro del poder, o con la pretensión de pontificar a toda costa supuestos protagonistas cuando entre los ciudadanos sobran las personas que ofrecen un testimonio inmenso de esfuerzo y sacrificio. Para decirlo de un modo nada sutil: además del régimen, la genuina oposición ciudadana y política debe enfrentar también a los grandes habladores de paja que se emparagüan en unas siglas, en una persona, en una cuenta tuitera. Por fortuna, hay en la sociedad civil vocaciones ciudadanas reales de servicio.